lunes, 29 de septiembre de 2014

Mi experiencia con las drogas

En estas líneas contaré, deliberadamente, una parte de mi vida que es mucho muy graciosa y llena de equívocos. Tuve otra narración en donde describía mi experiencia con la pornografía y la scientia sexualis. 

Ahora, quisiera narrar mi experiencia que tuve con esas sustancias ilegales, creadoras de debates morales y de momentos memorables en el arte: hablo del alcohol, marihuana, cigarros, bebidas estimulantes (que peligrosamente mezclan en cocteles y que no tienen idea del daño que hacen) y el polvo blanco que hace que te sientas poderoso y que no puedas dejar de hacer cosas: me refiero al azúcar por supuesto. 

Mi idea de las drogas era básicamente como empiezan todas las ideas: por la mitificación y la idealización de las sustancias mismas y de los individuos que las usaban. La mejor propaganda de las drogas es el ambiente cultural en que están inmersas: podemos poner varios ejemplos, Borroughs, Bukowski, Kerouac, Virginia Wolf, Honoré de Balzac, Aleister Crowley; los integrantes de los Beatles, Bob Dylan, Syd Barrett, Silverio, etc. La lista sigue y sigue. 

La loa a las drogas es que permiten hacer cosas que tú no sabías que podías, que expanden la conciencia, que permiten la experiencia del viaje, de estados mentales diversos, otras formas de conocer fuera del esquema tradicional. Hasta ahora, estas ideas no tienen una base científica, se basan sólo en argumentos de autoridad: ya sea porque otro los experimentó o porque otro hizo una epistemología de esa experiencia. 

Pero volvamos a mi vida y a lo que pasó. Sucede que mi experiencia fue muy risible, creo que hasta ridícula... pero creo que las drogas son como cualquier religión: no están hechas para todos. 

Y eso es porque en el fondo soy una nerd: tengo alergias, todo me hace daño y no tengo un organismo o un hábito que contrarreste el uso de esas drogas. 

La primera vez que intenté fumar marihuana creí que sería toda una experiencia: que efectivamente, mi conciencia se expandiría y vería otras cosas. O que de plano no sabría qué fue lo que pasó. 

Pero, no es que sea prejuiciosa pero... pues todos esos ambientes tienen un olor muy desagradable. Entiendo que la mota sea de diferente calidad y que huela diferente (eso me lo explicaron hace poco, pero no profundicé mucho). Lo cierto es que cuando fui a fumar, me dio un asco terrible, un mareo que pensé que me desmayaría, me sentí con unas ganas de vomitar... me salí inmediatamente de ese espacio reducido y maloliente. No dí ni un jalón. 

Y con el alcohol... pues hagan de cuenta que le están hablando a un nerd para que pruebe cosas a las que no sabe que es alérgico: la primera vez que tomé vino (estaba brindando por una fiesta a la que fui), me sentí más o menos, no se me subió y sólo tomé dos copas. A la mañana siguiente me salieron ronchas en los brazos, se me hincharon los labios y vomité algunas veces... hubiera preferido resaca. 

No fue un regaño, mi médico me dijo que era alérgica a los sulfitos del vino, pero si me dijo que tenía que ser más responsable acerca de lo que tomaba y cómo. Reitero: hubiera preferido la resaca. 

¡Oh!, y las bebidas preparadas con Red Bull, o las aguas locas: saben horrible, son asquerosas y sólo sirven para decir que las probaste. No son para nada algo de lo que enorgullezca preparar. Y el amigo bartender: ese que no sabe hacer ni un té de manzanilla, aunque le des la bolsita: era horrible, que seas una persona que no teme mezclar porquerías NO te hace un bartender... no tienen ni idea de lo ridículos que se ven. No tienen idea de nada. En fin. 

Cuando intenté fumar... pues se me inflamó el estómago y no pude quitarme el olor en un par de días. Menos mal que no estuvo mi mamá en ese entonces y me perfumaba constantemente, porque si no si me hubieran regañado. Creo que el tener el olor a cigarro, con el tiempo se hace psicológico: me sentía culpable de haber fumado y asociaba ese hábito con ansiedad... de la cual yo padezco y de por sí ya es horrible. 

Fueron esas experiencias en dos años: ese ambiente con el que asociaba a las drogas no existe, no hay tal cosa y no creo que sea conveniente estar en él. No porque uno sea ñoño o tenga alergias... pues, creo que es más porque no hay ciertas ideas que no cuadran con uno. 

Algo similar me pasó cuando quería viajar para inyectarme heroína: quería ir a un lugar super sórdido para hacerle como los personajes de Trainspoiting. Pero cuando observé el ambiente tan decadente, el contexto de los personajes y analicé mi propio discurso, abandoné la idea de cierta forma. Digamos que me gustaría una sobredosis de heroína como una especie de suicidio asistido, pero no como una adicción que es vergonzosa y desgastante. 

Sucede que tampoco me invitan a las fiestas, pero creo que no es porque no me gusten las drogas sociales y todo eso, creo que es más porque ven una especie de impostura: creen que rechazo lo que a ellos les gusta y que mi desencanto se extiende a ellos. Creo que hay cosas mucho más interesantes. Hace poco me mareé con unos cocteles: fue un desastre porque reía de todo y la verdad es que no fue tan malo, aún así no creo que sea lo mío. 

Cierto día, recuerdo que una persona me dijo: no hay problema, todo mundo tiene una adicción, algo que no puede dejar de hacer aunque quiera y se va a manifestar en otras ideas que tengas... Tenía razón, a mí me gusta mucho ese polvo blanco que te llena de poder y energía: si, el azúcar mi adicción. 

No están ustedes para saberlo... pero si hay algo de lo que estamos llenos es de azúcar y no porque seamos cada vez más dulces: sino porque no tenemos energía, necesitamos siempre un extra que no encontramos de forma natural. Necesitamos engañar al hambre, que a veces parece que es una afección en vez de una necesidad biológica. Comemos para llenarnos, no porque necesitemos alimento. 

A mi me encanta el azúcar: es lo más difícil que me he quitado... he comido cuando no lo necesito, cuando estoy nerviosa, para poder continuar, para que no me asalte el hambre. Como más cosas dulces que verduras u otros grupos alimenticios. 

Quizá no se lo que sea una adicción a ciencia cierta: pero si he vivido una especie de persecución a los obesos, a los que necesitan del azúcar para hacer sus actividades. He comido hasta que me ha dolido la cabeza y no sólo eso, ya tuve mi primera advertencia con mis dientes y algunos problemas digestivos. He tenido que ir a terapia por la forma en que consumo ciertos productos. Supongo que puedo imaginar lo que se siente. 

A veces lo pienso: quién diría que mi adicción sería a un producto muy fácil de conseguir y que propicia desórdenes alimenticios y alteraciones en el cuerpo. No es que los otros sean peligrosos, pero si los sabes usar, bien puedes ser una persona sofisticada o al menos aceptable. No lo se, pero esto es lo que soy por ahora. 

Quien sabe qué me espere con mi adicción... supongo que es ser obesa y no verme en forma por un tiempo, pero en parte he aprendido a vivir con ella y aceptarla. Y a entender cómo funciona, que es lo más difícil de aceptar. 

Finalmente, creo que las adicciones encuentran a uno y no es al revés, creo que van más con nuestra personalidad de lo que pensamos, con nuestras capacidades y con lo que creemos que va con nosotros... creo que las respuestas se encuentran una vez que dejamos de ser adictos, pero como nos resistimos y pasa el tiempo, puede ser que no las encontremos. 



¿Por qué tenemos enemigos?

No soy una autoridad en el tema, pero creo que puedo aportar algo cuando se hablan de enemigos. Porque tengo muchos. 

Pues ni tanto: la verdad es que he notado un rasgo de las personas a las que no les caigo bien: usan las mismas formas argumentales y les gusta lo mismo que yo. Esto es revelador: porque creo que ni ellos mismos lo saben y el que yo lo sepa me ayudó a ver que no hay una razón sustancial para la enemistad. 

He notado que hay lo que se conoce en psicoanálisis como proyección: estas personas se ven en mí, pero no de una manera empática, sino que crean una asociación de lo que les molesta de ellos mismos. Por lo cual son envidiosos, groseros y hasta agresivos conmigo. 

Es obvio que no tengo por qué ser psicóloga o algo así para entenderlos, sólo me bastaron algunas muestras de sus actitudes hacia mí para saber que lo que peleaban era absurdo y era en cierto sentido un problema de ellos. No hay una responsabilidad que me puedan adjudicar, yo no les he hecho nada. 

Pero si creo que el enemigo es un pequeño precio por reafirmarse como persona, por actuar libremente seguido por las normas propias. Digamos que es una especie de recordatorio de que no siempre podemos ser de la manera en que queremos. 

Y eso no es malo, es un hecho de la vida que tenemos que enfrentar de diversas maneras: cuando veo a mis enemigos, si que veo sufrimiento, poca aceptación, vida basada en la lástima, vida basada en sus propios esquemas que lo único que hacen es castrarlos. Veo una doble moral y un prejuicio muy grande: porque en el fondo a lo que le temen es a ellos. 

Si supieran que con un cambio de actitud, de esquema, se diluyen varias de sus objeciones: que la representación que tienen de mí está tan equivocada como ellos. Que lo creen ahora no tiene que ser siempre el caso. Que si uno no responde a su lógica, la agresión se queda de su lado, envenenándolos. Porque, me he percatado con tristeza que es así como quieren vivir, si valorar lo bueno que les sucede. 

Es triste ver a personas que tienen ideas, amistades y ventajas reales sobre uno, enfrascarse en discusiones y quimeras sin sentido. Es triste observar que aunque son inofensivos en sus agresiones, estas también los hacen humanos y ver cómo se equivocan tan terriblemente, siendo que son capaces de hacer otras cosas. 

Es triste ser un chivo expiatorio... pero eso me muestra el derecho que tenemos a estar equivocados, el derecho que tenemos a instanciar algo que no nos gusta en alguien. Y detestarlo de muchas maneras... supongo que eso nos hace humanos también. 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Una vida sin examen

Para los philosofellas que les gusta el documental de filósofos, les pongo el link de este trabajo de Astra Taylor titulado An Examined Life. Que aquí le pusieron Una vida sin examen. 

Cuenta con las participaciones de Cornel West, Martha Nussbaum, Sunaura Taylor, Judith Butler, Michael Hardt, Slavoj Zizek, Kwame Anthony Appiah, Avitall Ronnel y Peter Singer. 

Trata algunos temas como la bioética, el concepto de revolución, la inclusión en la teoría de la justicia, el cosmopolitismo, la ecología en relación con la ideología, la equidad de género, el cuerpo, la muerte y la política, el uso del dinero y el problema del sentido. 

Encontrarán que los filósofos son personas raramente apasionantes: no en un mal sentido, pero si de una forma muy exquisita. 

Sin más: Una vida sin examen... no merece la pena ser vivida. 



Disfruten del cine de filósofos, hecho para todos.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El sabelotodo



     
      
Cuando una persona se enoja del éxito de los demás, es probable que tenga muchos problemas. 
M. A. C. 

Y, como ya les tocó a los profesores una tajada de mi amargura, pues, ahora voy con algunos de mis mejores amigos (si, es sarcasmo). 

Me ha quedado claro en el paso por mi carrera, que filósofos amigos de otros filósofos... pues como que no hay relación. Cierto día platicaba con una compañera que había decidido cambiar de carrera. Con cierto pesar, argumentaba que los filósofos con los que había convivido eran prepotentes, groseros, imponentes (en un mal sentido) y que, sobre todo, no se ayudaban unos con otros. 

Esa persona es muy linda por dentro y por fuera, es algo inseguro porque no se ha dado cuenta de su valía. Si hubiera sido como esos filósofos le habría dicho, dándole la mano: Bienvenida a la carrera. Pero no: no tuve más que estar completamente de acuerdo con ella y de decirle: tienes toda la razón. 

Recuerdo que la tensión en su rostro desaparece en cuanto ve a sus amigos, y que su sonrisa tímida se asomó cuando, en vez de juzgarla y regañarla, le dí la razón. 

Y no era por ser complaciente con la persona... era porque hace algunos años me había pasado lo mismo. Ahora había empatía en donde hace algunos años había incomprensión. 

Ahora, queridos philosofellas, vamos a relacionar este suceso con otro análisis que da título a mi post. 

Cuando entré a la carrera, se me vendió una idea que me dio una peligrosa esperanza: que ahí encontraría amigos, gente como yo. La persona que me lo había dicho era huraña y tenía muy mal carácter, pero, en ese entonces le creí. Si ella tenía esperanza ¿por qué yo no?

No tengo muchos amigos, así que me dediqué a buscarlos en la carrera. Y encontré a un pequeño grupo con el que estuvo todo bien por algunos meses, pero que después, la cosa se empezó a joder. 

Recuerdo que siempre me sentí envidiada sin motivo alguno, a veces creo que era por mi libertad, por mi manera irresponsable de hacer las cosas, por el hecho de ser hija única y de estar aparentemente controlada, sin ningún contacto con el mundo que yo insistía en conocer. Recuerdo que no le caía bien a los sabelotodos. 

Lo que me lleva al primer supuesto problemático, perdón, consejo gratis para ustedes: 

- No confundas a un sabelotodo con un inteligente o un superdotado. 

Pero antes, permítanme caracterizarles a un sabelotodo: 

Los sabelotodos tienen un gran problema: como su nombre lo indica, creen saber todas las respuestas y su supuesta infalibilidad, lejos de ser una virtud es un peligroso defecto. Tal como dice Popper de las teorías que no son falsables. 

Este defecto es peligroso, porque enmascara una terrible falta de humildad y terquedad para aprender cosas nuevas, para cambiar esquemas. El sabelotodo que es retado con un nuevo enfoque de pensamiento, lejos de entender las cosas y estar dispuesto a aprender (como la gente inteligente hace), se encabrona: le molesta que le hagan ver que no es sabelotodo. 

El sabelotodo siempre se autoalaba, pero si observa a otras personas que tienen un saber mucho más práctico o más complejo, es profundamente envidioso. Esto es así porque, aunque tenga ciertas ideas y conocimientos que lo hagan parecer sabelotodo, estas cualidades no tienen cabida en un mundo real y complejo. 

El sabelotodo tiene una idea de que, el saber que posee, efectivamente es el bueno. Pero es un poco ingenuo al respecto, porque bastará que haya una objeción de peso que demuestre que no está en lo cierto, o que la respuesta no es la que él pensaba. 

Además, para ellos es importantísimo que su saber se mida en títulos, en participaciones, en dieces en un boletín, en ser ejemplo para un maestro igual de ignaro... Son los Ellsworth Toohey del conocimiento. 

Sin recurrir al estereotipo, pero además de no ser listo, ni inteligente, ni ingenioso, el sabelotodo no es simpático: es castrante su presencia y sus intentos por ser chistoso derivan en lo que se conoce como pena ajena. Rara vez se ríe de un chiste bueno, porque está demasiado ocupado en que no lo carcoma la rabia de no hacerlo él. 

El sabelotodo en el fondo desea ser aceptado, pero si encuentra un chivo expiatorio para odiar, para sacar su ira de ser un farsante... Lo sacrificará sin remedio. 

Pero, volvamos a la anécdota: el sabelotodo es pan nuestro de cada carrera: miles de personas no ven atractivo un mundo en donde impere la educación. Porque parten del estereotipo que todas esas personas jamás los aceptarán, ni escucharán sus ideas y están dispuestos a humillarlos con sus datos inútiles. Tal es lo que le pasó a la persona con la que hablé y a mí, y al grueso de la población que no baja a los profesionistas de mamones. 

Las primeras personas con las que hablé en la carrera, lamentablemente se rebelaron como unos sabelotodos... gente intolerante, dispuesta a criticar destructivamente ideas, gente que tiene muchos prejuicios y que es agresiva, envidiosa. Pero, en contraste, profundamente insegura y ávida de (cualquier) certidumbre. 

Y ese cáncer se extendía a los maestros, a los que, supuestamente jóvenes con gran apertura, se le podía hacer comentarios. Craso error: sólo encontré burlas e indiferencia. 

Pero hay algo que no pudieron quitarme esos tarados: mi necedad, mis ganas de hacer algo que es mi vocación. A quejidos de marrano... 

Ustedes pensarán (y tienen derecho a sospecharlo) por qué esta filosofita conoce a los sabelotodos. Pues, he de confesar que no sólo admiré a muchos: YO ERA UNA SABELOTODO. Y era un pain in the ass. Ahora sólo soy molesta de otra forma. 

Lo único que les agradezco a los sabelotodos, es que me hayan dado la oportunidad de saber que no tenían las respuestas, que está bien tener cierta incertidumbre, incluso es sano para el alma. Que me hayan hecho ver cuan valiosa soy y cuanto derecho tengo de corregir mis errores, de seguir aprendiendo, de tener un ritmo. Lo maravilloso que es no reducir todo. 

Y que me hayan hecho comprender la belleza del conocimiento por sí mismo, no por una gratificación que terminará en la basura. Gracias por ser aspiracionales: porque si alguien los conoce, se pondría a estudiar para decir: Hay más cosas, yo no quiero ser como ustedes. 

Y si yo, esa persona de la anécdota y el grueso de la población no somos como ustedes, déjenme decirles que es una profunda alegría. Que es por eso que nos valoramos más. 

Y, mis queridos sabelotodos, les tengo una frase que les podría servir en un futuro y es la llave para un mundo de conocimientos: No lo sé. 







Un maestro como tú




Originalmente, iba a hacer un post sobre los mitos y realidades de los maestros, o bien iba a hacer un Mythbusters filosófico sobre educación. Esas secciones, aunque son de lo mejor de mi blog (y soy mi peor crítica, eh), como que no iban con lo que quería decir. 

Les traigo mejor, una anécdota acerca de cómo me he educado, de cómo ha sido mi experiencia con los profesores indirectos que he tenido, mediante el medio más poderoso: la televisión (y más adelante, el internet), por supuesto. 

Recuerdo que cuando tenía 12 años veía Cosmos, con el magnífico Carl Sagan, y recuerdo que iba a estudiar ciencias, honestamente, ni tenía idea de qué iba a hacer o me imaginaba a la ciencia muy diferente. Creía que si era divulgadora, algunos científicos me iban a invitar a sus investigaciones y a cubrir los resultados verazmente. Lo cual era un error, porque los divulgadores no trabajan así y, generalmente, son científicos que si dieron de qué hablar. 

Hace tiempo, recuerdo que vi a Zizek, vi cuán polémico era y cuán provocador era: insultando a las flores, gritando sobre política, criticando Titanic con una reflexión sobre la lucha de clases... Juro, pues, que si mi hijo, o mi misma a los 17 años hubiera visto a ese loco, barbón, desaliñado y rebelde filósofo... nunca, nunca hubiese querido estudiar filosofía. Ni cine, ni saber nada de política. 

Yo, al igual que Sagan, quería que se enseñara más ciencia, que los maestros hicieran mejor su trabajo, quería que dijeran las ideas principales (después cambié mi terminología a argumentos). Quería que la gente no fuera analfabeta científico, quería certidumbre y lógica y no lo que tenía ahora. 

Cuando conocí a Zizek fue porque seguía noticias de Lady Gaga y de la misma filosofía, que la relacionaban sentimentalmente con Zizek: recuerdo que busqué en portales de chismes para saber qué sucedía, cómo se habían conocido o si el filósofo trabajaba para ella. Recuerdo que encontré un rumor relacionado de la cantante Ke$ha y el filósofo Friedrich Jameson, al que ustedes recordarán porque escribió Estética Geopolítica. 

No podía creer que mi amada filosofía se relacionara con estas personalidades de moda, no imaginaba que ellos eran los que tenían la palabra ni qué dirían: era simplemente un prejuicio mío, porque, aunque ellos hacían su trabajo y ponían a la filosofía en un reflector, simple y sencillamente, no lo aceptaba. 

El mundo de la ciencia también había cambiado: ahora estaba más enfermo que nunca de cientificismo y de la imagen de la ciencia para salvar al mundo y todos sus males. Sagan, el bonachón, no podría quedarse para siempre... ahora estaban las fuerzas básicas que hablaban acerca de la mecánica cuántica, los agujeros negros, los genes y los colisionadores de hadrones. 

Eran: Michio Kaku, Richard Dawkins, Neil deGrasse Tyson y el más fiero: Stephen Hawking. 

Siempre respeté su trabajo y la ciencia se me hacía lo más valioso que había que cultivar en materia de educación... Pero ellos, los profesores indirectos que tenían que enseñarla, quererla, fomentarla y cuidarla, me habían decepcionado. 

Porque cometieron el error más grande que pueden cometer las personas: creer que lo que saben mejor, es lo único que se tiene que saber. 

Déjenme explicarles con un ejemplo: supongan que tienen un profesor de lógica que es muy bueno y con él aprenden muchas cosas, tienen muchas ideas, quieren ser como él y él los inspira, quieren ser sus amigos y quieres que él les tome aprecio con trabajo, yendo a sus clases y obteniendo ideas de qué es lo que ha hecho. 

Supongan que tienen un problema con su profesor, lo cual es doloroso y vergonzoso, pero descubren algo sobre él, a saber, que por saber más que ustedes, por ser más exitoso en otras cosas, piensa que es más importante su opinión que la tuya, piensa que su saber es para todo (y no una parte que se relaciona con el todo, como son los otros saberes). Supongan que él cree que ya no se equivoca, puesto que ha tenido muchos aciertos (que no es lo mismo a dejar de equivocarse, cosa que es imposible). 

Supongan que todo cuanto les decía, es sólo una visión, una parte importante de su vida (la vida del profesor) y no de la tuya... Y no porque tengas algo en contra de él, sino porque es algo que te falta por vivir, porque tu vida aún no ha llegado a ese punto de tener esas respuestas. Supongan que se dan cuenta, de que aquél profesor, que admiraban y veneraban, sólo sabe de su proyecto y su materia... pero no de la vida. Y que la vida es mucho más compleja de lo que esperaban. 

Por aquello días, no entendía de estética, no entendía de la relación con el cine ni los estudios que se podían hacer con el análisis de planos. Han de saber de mi que, nunca vi cine de arte hasta después de los 20, a los 18 vi A Clockwork Orange y mi reacción fue: no entiendo esta película. 

Recuerdo que vi Mullholland Drive: en ese entonces no le ponía mucha atención a las cosas, la verdad es que no recordaba que había ahí: por qué la escena de la cantante, por qué el vaquero, quién era Camila. Odiaba a David Lynch, cosa que cambió después de otras películas. 

Y esas otras películas eran Blue Velvet, con Kyle Maclachlan (si, el esposo de Bree en Esposas Desesperadas, pero también hacía cine de arte, ok) y Laura Dern (si, la de Parque Jurásico y Bajo la misma estrella, pero también hacía cosas más cerebrales, ok); recuerdo que vi Eraserhead y moría de miedo, pero era un terror mucho más encaminado a la reflexión. Y eso, señores, fue por obra de Zizek.

Y es que eran películas que hablaban de la psique, de la sexualidad, del temor a lo desconocido y de los secretos del hombre; cuando él las explicaba, había algo en su forma de ser, de hablar, algo que me había hipnotizado: y es que Zizek y yo hablábamos, el mismo idioma, queríamos las mismas cosas y explicábamos cómo nosotros queríamos. Éramos filósofos. 

Los científicos ahora eran unos militantes: que, aunque tenían conocimiento de su empresa y éxito en ella, no sabían nada de la vida, ni de quién era el público al que iban dedicadas estas ideas, no sabía que no todos somos hombres cientificistas. Es cierto que causaban revuelo, porque socialmente son respetados, admirados y polémicos... pero cualquiera que profundice en sus ideas, se encontrará con que no hay mucho que imitarles. 

Y es que creen saberlo todo: creen que la educación tiene que ser totalmente científica, creen que el criterio sólo puede ser formado vía la ciencia, que el estado tiene que asesorarse con ellos para que no haya otras opiniones que, aunque recalcitrantes, tienen derecho a ser escuchadas. 

Proclamaban fines de la filosofía, a la religión como virus y como destructiva, se proclamaban ateos y solucionaban todo con la ciencia. No sabían ni vislumbraban que erradicaban un virus con otro. 

Tenemos pues, dos tipos de maestros: 

- El que aparentemente cree meterse en aguas pantanosas, pero que desea con desesperación algo de certidumbre. Irá tras ella a cualquier precio. 
- Aquel que habla de manera polémica... pero que critica, se apasiona, conquista y protesta. Ese maestro sabe que hay incertidumbre, caos, pero no es un enemigo: se sienta a la mesa como uno más. 

Tales maestros, quizá haya más tipos, tendremos en diferentes etapas de la vida, pero a ninguno queridos lectores, a ninguno hay que encumbrar: porque caemos en una trampa terrible, la de asumir el discurso acríticamente. 

Pero ante todo lo que les expongo, sólo les hago una pregunta: ¿qué maestro quieren? ¿A uno que con el tiempo se pueda olvidar lo que les ha dicho (aunque los haya acercado a un mundo maravilloso) o a aquél que los retó intelectualmente, que les explicó que las cosas no son como pensabas? ¿Al que cree tener todas las respuestas o al que te invita a que veas los elementos de una respuesta? 

Zizek es un pólemo, pero... tengo que admitir que hace muy bien su trabajo. Que es uno de los nuestros (como en Good Philosofellas, ¿recuerdan?). No es que tenga algo contra la empresa científica... más bien, lo que detesto es que haya este tipo de representantes inflexibles, cuyo discurso sólo pretende ser una solución, cuando realmente no lo es. 

Sagan, deGrasse, Dawkins, Hawking, son unos pólemos bastante ruidosos, aunque intentan acercarte a su campo, no siempre tendrán en cuenta que puede haber algo diferente, algo que no convenza del todo al que no se quiere dedicar a la ciencia. Aunque haya ideas, haya supuestamente un intercambio, parece que su postura responde más a una imposición que a una respuesta. 

Estos maestros, está bien, te presentan una arista de la situación, toma esta anécdota cómo desees, pero no siempre creas que hay una solución. 


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cabaret o el espectáculo es la vida

¿Qué es la vida sino un escenario? ¿Qué son las personas a nuestro alrededor más que actores y mascaradas? ¿Qué es una alucinación musical sino una especie de momento privado en el que la canción es extensión de nuestros sentimientos. 

Cabaret, esta joya de 1972, representa la ideología americana: el esconder la tragedia, el esconder los verdaderos sentimientos, el ideal del sueño americano, tras los bailes, el maquillaje y las lentejuelas. Después de todo... Estados Unidos es un gran país, acomplejado como todos, con hambre de poderío y de vigilancia del mundo, el gran cosmopolita que critica a sus hermanos menores de mundanos. ¡Pero gran industria de espectáculo y entretenimiento tiene! ¡Grandes series, late night show y música! 

Tiene razón Sally Bowles: la vida es un cabaret. 

Sally Bowles es la protagonista, interpretada por una magnífica Liza Minelli, la cual vive en un apartamento en Alemania y trabaja en el Kit Kat Club, en donde se ofrecen los más maravillosos y emotivos números musicales. Sally conoce a Bryan Roberts (interpretado por un jovensísimo Michael York, quien después haría de Basil Exposition en Austin Powers, una de las mejores parodias sobre espías); en ese momento, la vida de Sally se trastornará por la simpatía y cortesía de Bryan, con quien vive eróticas y emotivas aventuras. 

Bryan es apuesto, considerado y comprensivo con Sally, de quien se enamora a primera vista, pero el loco estilo de vida de Sally lo arrastrará a cuestionarse sobre su vida y hacia dónde quiere ir. Esta es una historia de amor peculiar: porque es un ejemplo de que, para amar a una persona, para querer estar con ella, es preciso no atarla a tus ideas y a lo que parece ser una vida normal. Y esta película logra ilustrar eso maravillosamente. 

Porque, si de algo estamos seguros, es de que Sally ama a Bryan, pese a las circunstancias, pese al libertinaje sexual, pese a no tener nada en común y lo que parece ser un cliché se convierte en una reflexión sobre el amor y aprovechar las oportunidades que la vida nos da, para que el otro crezca y nosotros nos conozcamos. 

El espectáculo es la vida

Destaca también en la película la sutileza, la sobriedad para tratar temas como la ideología gestada en ideas aparentemente pedestres; la intolerancia por las creencias religiosas y una historia de amor que, aunque no es la principal, desearían millones de telenovelas; el libertinaje contra los más arraigados valores y educación; los horrores de una de las peores guerras y lo que todo mundo quería ocultar sobre el nazismo; el sufrimiento más crudo que puede ser superado en un número musical.

Lo que da sentido en esta vida es la esperanza: la esperanza es como una especie de música, que tranquiliza cuando no todo está bien, el espectáculo, es la respuesta a este gran teatro del mundo: en donde se canta desgarradoramente, sobre una idea que nos molesta, nos hace sentir inseguros y apaleados... pero con un vestuario bello, con humor, con lentejuelas y coreografías adelante de nosotros. 

Quita eso y tienes el alma humana, el corazón del hombre, cuyo único motor, cuya única música es la que está en su cabeza. Todo cambiará: tal vez, esta vez, yo gane. 

Dato curioso

Vean Chicago de Rob Marshall, les resultará un excelente copista y un caramelo de pie de página. 



jueves, 18 de septiembre de 2014

Es que tengo miedo

Tener un trastorno no siempre te ayuda a establecer lazos: te enfrentas a la incomprensión de la gente, a la humillación, a la descalificación por parte de personas que supuestamente quieren ayudarte: es como si sólo quisieran saber tus debilidades para aprovecharse. 

Cuesta mucho trabajo encontrar grupos de ayuda, amigos que deseen verte, escucharte y darte una palabra de aliento. Rara vez hay una persona que está ahí cuando la necesitas: eres tú contra ti mismo, estás solo. 

Tener miedo es sinónimo de estigmatización: la gente deja de confiar, deja de hablarte. Simplemente deja de estar ahí: y sólo estás con el miedo mismo. 

Imagínate tener miedo constantemente: sentir que todo el tiempo va a pasar algo, algo te acecha, algo te está pasando, una amenaza día a día. Imagina tener tanto miedo que te impida salir de tu casa, que ya no quieras intentar cosas y que no haya escapatoria. 

Imagina que ves más grande a la gente que te aterra, que se magnifican las cosas cuando no puedes gritar ni salir corriendo. No es un ataque, es una sensación constante.

Aunque tus capacidades cognitivas sigan funcionando, por alguna extraña razón crees que no puedes: te quedas mirando la pantalla, la hoja con los deberes, el libro cerrado. No puedes actuar. El miedo te ha hecho su esclavo. 

Tal es el sentimiento cuando tienes miedo, cuando no sabes qué hacer, ni a dónde ir ni qué es lo que pasará. Un sentimiento que todos se empeñan en ocultar... que todo mundo finge no conocerlo: cuando se tiene que gritar que se es feliz y realizado, seguro, cuando no se debe dudar. Ahí se encuentra el miedo. 

No se queda en el mensaje chabacano de supérelo, o intente calmarse... en la vida hay cosas que no podemos controlar. Por el contrario: acérquese al miedo, desafiélo y siga avanzando... encontrará la idea muy pedestre, una idea que, por lo general, no hay nada que temer. 




viernes, 5 de septiembre de 2014

Canciones con filosofía: La felicidad

Yo no sabía bien quién era Felicia Gil. Algo oportunista, revisé las canciones que había compuesto y me encontré con que había hecho esta joya, célebre en las voces de Gualberto Castro y Yekina Pavón. En esta edición de canciones con filosofía, me quedo con la versión de Castro. 

Aunque suena un poco a música disco, el mensaje enteramente optimista, no elimina lo reflexivo de lo que tiene que ser la felicidad para nosotros. En sí, es una paráfrasis de: la felicidad no es una meta, es un camino, una aptitud y continuar. Para saber qué es lo que sigue. 

A menudo he visto que los mensajes más provocadores, vienen de los supuestos más comunes: sé feliz, lo que tú crees no es esto, pregúntate quién eres. Algunos de los mensajes más provocadores tienen un contenido ético. Tal vez la ética se centra en el supuesto de que el hombre puede cambiar y que, si observa con otros ojos su entorno, no con los ojos de la ciencia, del progreso, del egoísmo, creo que se puede producir un cambio en su entorno. 

La pregunta qué es la felicidad no es epistemológica, ni de desarrollo humano o psicología... es una pregunta ética. Porque no se trata de medios, sino de fines. No se trata de que sea una meta estándar, preestablecida. No se trata de un mito, creo que es algo intrínseco al ser humano. 

Tal es el mensaje: La felicidad es una forma de navegar, por esta vida que es la mar. Nunca una metáfora me ha explicado tanto. 

Y sólo les puedo desear que sean felices: elijan su propio camino, ése debe ser el correcto. 


Libros de divulgación 'coquetos'

Seguimos con la lista de libros de divulgación, pero ahora los libros coquetos, esto es así porque coquetean con otras ciencias, ¡peeeero!, son de libros de divulgación filosófica, son incipientemente filosóficos. 

Nos habíamos quedado en el 52. Recuerden que vamos a los 100. 

53. ¿Qué nos hace humanos? Matt Ridley. Aunque podría entrar en la categoría de Divulgación Científica, este libro recurre a las doctrinas filosóficas para explicar preguntas tales como: ¿por qué somos de esta manera? o bien, la pregunta que da título al libro. Una confrontación de filosofía y biología. 

54. La trastienda del sabio, El saber Ventrílocuo, Las pasiones del conocimiento. Pierre Thuillier integra la sociología del conocimiento, la filosofía de la ciencia y el estudio de la historia de las ideas científicas para tratar temas como el feminismo, el nexo de la ciencia y la religión y los supuestos epistemológicos detrás de las teorías para tener otras lecturas del saber predominante, que es el científico. Tiene todo lo que la divulgación debe tener: argumentos, discusiones y dimensiones correctas de la complejidad de los problemas. En The good philosofellas amamos a Thuillier. Si no lo amas, largo. 

55. En busca de Spinoza. Antonio Damasio. Es cierto: cómo pude olvidar esta obra que engloba neurociencia, doctrinas filosóficas como el materialismo dualista y la contrastación de la filosofía con los resultados científicos. 

56. Ciencia sin seso. Locura doble. Marcelino Cereijido. Al igual que Thuillier, Cereijido apela a los supuestos epistemológicos, filosóficos y políticos para hacer ciencia. 

57. Historia de la idea de progreso. Robert Nisbet. No sólo es historia de las ideas, es divulgación científica aplicada al progreso en la ciencia. Es la gestación de una idea filosófica y sus consecuencias: que no siempre son deseables porque es una explicación insuficiente para este mundo tan complejo. 

58. Temperamentos filosóficos. Peter Sloterdijk. Gracias a un maestro de filosofía en México, me enteré de la existencia de este libro: el cual no sólo es biográfico, es una lectura de las circunstancias que llevan al filósofo a elaborar su filosofía. Las lecturas de un filósofo a otro, en especial para criticarlo. 

59. Pensar, una incitación a la filosofía. Simon Blackburn. En este libro, Blackburn quiere integrar la filosofía a la educación partiendo del supuesto común de que la filosofía no sirve para nada. En The good philosofellas despreciamos este supuesto, si eres de esos, largo. 

60. Sobre la felicidad. Frederic Lenoir. Me piden mucho libros de filosofía y religión. Este filósofo francés da una explicación de la felicidad, el sufrimiento y la relación con la religión. 

61. El instinto del arte. Dennis Dutton. Arte, filosofía y la teoría de la evolución, tales son los temas que relaciona Dutton en esta obra. 

62. Las aventuras filosóficas del profesor Bongiorno. Hotel Kafka. Libro para bachilleres y profesores basado en un personaje regordete, en cuyo viaje hay enseñanzas filosóficas. Es para los maestros, que son los que más aprenden durante el proceso. 

63. Las aventuras filosóficas de Toni Tonel. Chema Sánchez Alcón. Esta es una novela que se adentra en las ideas filosóficas con personajes fantásticos. Dice que son de las ideas perdidas, pero podemos encontrarlas en este libro, vivas nuevamente. 

64. La caverna de Platón. Nigel Warburton. Recuerdo que quería hacer una historia de la filosofía guiada por metáforas. Pues ¿qué creen? Este inglés tan maravilloso me ganó y qué bueno porque su libro combina historia, literatura, poesía y filosofía. Bien coqueto ese librejo. 

65. On bullshit, sobre la manipulación de la verdad. Harry G. Frankfurt. Este ensayo nos acerca a supuestos epistemológicos tales como las condiciones en que la verdad es afectada por la charlatanería. Es un libro muy ameno y fácil de leer. Está a una ida al baño, pero dura para siempre. 

Seguiré buscando libros coquetos, libros de novela y de divulgación filosófica. Sigan pendientes amigos.