domingo, 14 de junio de 2015

La belleza de Betty y Megan



Y terminó Mad Men... están terminando muchas series (Community, Phineas y Ferb, Futurama, Breaking Bad, Glee, por mencionar las que seguí). Pero Mad Men era la perfección: era un guión maravilloso, sobre las caras de la masculinidad, de la diversidad sexual y la represión de la mujer. Un vestuario impecable, escenas impactantes y sutiles a lo que es una de las mejores tramas de la televisión. 

Creada por Matthew Weiner en 2007, esta serie de HBO trata de un hombre que se equivocó en un momento de su vida; de un hombre que suplanta a otro en aras de tener una vida mejor y dejar todo atrás. Pero se equivoca porque no mide las consecuencias que esto trae consigo: mentirle a sus seres queridos, mentir en su trabajo, provocar (indirectamente) la muerte de su medio hermano y estallar una vez que es descubierto. Don Draper trata de tapar sus problemas con el american way of life

Mad Men tuvo un final intrigante, que hará pensar a muchos sobre lo que quieren en sus vidas y sobre lo que tienen hacer para lograrlo. Don Draper (Jon Hamm) se aceptó como un manipulador, como un hombre que usa para conseguir su propósito y que todo el tiempo buscó en placeres efímeros (bebida, mujeres, adulterio, sexo, lujo) todo lo que no podía encontrar. Al final, este personaje (un antihéroe), tiene un punto, nos tenemos a nosotros mismos, y de ese conocimiento podemos controlar dos factores: a nosotros y a los otros. 

Draper tenía que aceptar su destino, que la felicidad no era una fórmula, ni siquiera se encontraría en una relación. Toda la serie mintió, uso a mujeres, uso los placeres, reemplazó a una mujer con otra, fue exitoso en su trabajo después de fracasar estrepitosamente, humilló a las personas con quien trabajó... pero después supo levantarse, haciendo lo que mejor podía hacer: vender una mentira, una que perdurara por siempre. 

La serie tuvo grandes momentos, al examinar la homosexualidad, la discriminación hacia las mujeres (persistente), la infantilización de las mujeres para que puedan ser manipuladas; la manipulación mediante la publicidad, el acoso sexual, la masturbación femenina, la rebeldía adolescente, las enfermedades mentales y la producción de una estrategia para acumular la riqueza. Muchos de los talentos que tenía la agencia no fueron los más favorecidos con sus estrategias comerciales, pero, ciertamente, la cuestión de superar una situación inicial estaba vinculada con el trabajo, con el ingenio para escalar socialmente, con la mejor manera de venderse. 

Las mujeres en Mad Men. 

Pero lejos del final, que ya es parte de una colección de momentos estelares de la televisión, echemos un vistazo a un tema que no pareció tan relevante: hablo de las mujeres en la escena de una serie que presentaba temas muchos más masculinos. 

Tenemos a Peggy Olson y Joan Holloway: que lograron combinar la vida profesional con la personal, un reto de la mujer hoy en día. Peggy encontró a su pareja justo en su lugar de trabajo, empezó con intimidación, después con sutiles guiños a una de las relaciones más espontáneas de la pantalla chica. La pareja de Peggy empezó como un patán y terminó como todo un galán. 

Joan Holloway, la pelirroja de grandes proporciones, siempre acosada y vista por su físico, fue de las más inteligentes en subir la escala laboral. Pese a no ser tomada en cuenta por sus compañeros y por colegas (a veces Peggy la rebajaba a secretaria) era la más astuta y vivaz de las mujeres de Mad Men, tuvo su oportunidad de subir por su cuerpo, por favores sexuales: pero ella eligió el trabajo y ser más inteligente que bella. 

Hubo otro personajes, como la hija de Roger Sterling (John Slattery), que en un arranque de rebeldía abandonó a su familia para irse a una comuna hippie, aquello fue un signo de su infantilización, y fue una reflexión sobre el verdadero empoderamiento de la mujer. Si Roger hubiera abandonado todo sería una especie de divertimiento para un niño eterno. Pero su hija... con ella es diferente, porque lejos de actuar irresponsablemente, refleja el abandono, la ruina que significó para ella una posición acomodada y el haber sido madre a temprana edad. 

Marie Calvet, madre de Megan, la segunda esposa de Don, conoce a Roger Sterling en la entrega de los Clío (el premio a los publicistas), tiene sexo con él al momento de conocerse, y eso es suficiente para que nunca se olviden ni dejen de amarse: al final Roger encuentra su lugar con una zorra plateada igual que él, una mujer segura de sí misma, que buscaba ser feliz con su genuino respeto. 

Secuencia a lo Paul Thomas Anderson. 

Aunque vimos a muchas de las mujeres encontrar su lugar y mantener su felicidad, también observamos dos historias telenoveleras, relacionadas con las esposas de Donald Draper. 

Primero tenemos a Megan, la segunda esposa de Don Draper, de la que se enamora espontáneamente después de un viaje a Disneylandia con sus tres hijos. Don la percibe como una mujer que lo cuidará, con la llegará el verdadero cambio. Es una francesa, aspirante a actriz y publicista; inocente, sensual. Con ella Don vive muchos momentos de pasión, casi cuando creemos que el publicista sentará cabeza... la engaña con su vecina. 

Megan se siente atraída por la publicidad, como una forma de estar cerca de Don, pero su pasión es la actuación. Aunque intenta ser independiente, Megan siempre parece depender de Don para ser vista. Su belleza, aunque parece una gran virtud, muchas veces es su peor defecto: Megan sólo es percibida por eso, por ser bonita, alta y delgada. No por su talento, sus ideas o la forma en que se preocupa por los demás. 

Fue acosada muchas veces por sus compañeros de trabajo (como el patán de Harry Crane), objeto de burlas después de su baile en el cumpleaños de Don (el Tsou bisou), que todos calificaron como una escena. Aunque fue un momento estelar de la serie, lo importante fue todos los chismes que surgieron después: como un momento de pura sensualidad, puede ser destrozado por una bola de pervertidos. 

Betty, la primera esposa de Don, con la que también engañaría a Megan. Es la típica muñeca: servicial, modelo, rubia. Draper le mintió, engañó con otras mujeres y frenó su carrera en los reflectores. Betty es una niña por dentro: su hija es mucho más madura que ella. Tiene una especie de romance con un niño de su vecindario, que después sería novio de su hija Sally. 

Betty también fue acosada por el jefe de Don, Roger Sterling, es tratada como una muñeca que no puede pensar por sí misma. Y a menudo necesita a un hombre que la cuide, que la vea como una mujer indefensa. Obtiene su revancha de Megan cuando seduce a Don en unas vacaciones. Su final es que es diagnosticada con cáncer, espera a que llegue la muerte mientras se abandona, lo cual es muy triste. Betty se va tan sola como se sentía. 

Cuando observaba el final, que fue como una película larga, me preguntaba: ¿y si hubiera sido una telenovela mexicana? ¿Quién habría aceptado el final? Mad Men no le hablaba a todos ¿o sí? Sucede que ninguna de las protagonistas terminó con un final feliz: se entiende que Megan probará suerte en sus relaciones amorosas, al ver el ejemplo de su madre, ciertamente feliz con Roger Sterling, pero no se sabe si probará suerte en el mundo de la actuación, no se sabe qué pasará con ella.

Betty tampoco tiene suerte: pese a su porte, pese a todo lo que consiguió, pese a que pudo dejar a Don Draper, se ve derrotada por una enfermedad. Si fuera una telenovela, Draper acabaría pagando por engañar a sus dos mujeres... o acabaría él con la enfermedad, no lo sé. Ellas, como son las bonitas, de seguro iban a tener todo lo que quisieran, Megan como actriz, Betty como ama de casa modelo. O quizá hubieran perdonado a Don 

Ambas eran el prototipo de belleza de una telenovela: una francesa de cabello negro, con toda la energía y la belleza exquisita. Y la otra era una rubia bellísima, casi parecida a Grace Kelly, pero en lo único que se parecía es que su vida sería desafortunada. 

Ninguna terminó bien, ninguna fue feliz para siempre. Mad Men nos dice que no es suficiente la belleza, ni las curvas, ni el porte, ni el amor, cualquiera que sea nuestro concepto, para ser feliz. Es probable que ese final que esperamos no sea el que ven nuestros ojos, sino uno más enriquecedor. 














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