martes, 2 de abril de 2019

Bruce Willis o Mike Geier

Antes del lavador, cuando el psicópata me quebró el espíritu y la apática dijo que me correrían, hubo una persona que me consoló, que fue algo así como un ángel y el padre que todas quisiéramos tener: Bruce Willis. 

El día que le dí mi teléfono, supe que todo había acabado con lavador. Me armé de valor y le dije que me había gustado su actuación en Sexto Sentido y en Duro de matar. Él se sonrojó, pero no parecía indiferente. 

Con él, ser una niña mimada, bonita, una chaparrita hermosa, una chica consentida, una mujer sarcástica o con una visión cínica de la vida, no era malo ni terrible, él me veía como yo era. Con él era quien yo quería ser. 

Me trataba increíble, hablábamos mucho tiempo, lo amaba, me encantaba, besaba muy rico. Pero él tenía una relación a la que me costaba mucho trabajo dejar de lado. 

Un hombre maduro, de voz firme pero amable, blanco y varonil, grandote, rudo y fuerte, pero tierno, increíblemente comprensivo, con la palabra correcta y con unas manos trabajadas. Una cara de bueno, de esos que fueron esos niños que seguían todas las reglas, pero con el carácter de un hombre de verdad, de esos que ya no hay. 

Yo nunca pude estar con él ni tener una relación de verdad. Sólo lo besé una vez, cerca de la Condesa, cuando me tocó un punto muerto para trabajar. Ese día lo atesoraré en mi corazón, ese día mi mente y mi alma lo albergaban a él. 

De repente, sin que yo lo buscara, me dieron una gran oportunidad de cambiar de trabajo... un trabajo que me permitía vivir una sexta adolescencia, un trabajo que no era desagradable. Esa oportunidad la tomé. 

Él me dedicó una canción, se despidió de mí y me dijo que en su corazón, yo viajo segura. Que le dí una nueva emoción a su vida. 

Esas palabras son de los mejores halagos que me han hecho, son el alimento de mis voces interiores cuando descubro mi valía. 

Él se quedó un tiempo más, 3 o 4 días y se fue a otro lado... no lo he visto desde entonces. Fue mi historia de un amor, como no hay otro igual. 

Es curioso como las casualidades son aterradoramente peligrosas: cuando se fue, la primera canción que escuché fue Historia de un amor. Recuerdo que mis lágrimas estaban incontrolables en mis ojos, recuerdo que, por más que hubiera querido una aventura, no sería sólo eso. 

Él, que con su trato y sus palabras me mostró cómo quería ser amada, qué quería que me dijeran, cómo me gustaría que me trataran, cómo me gustaría que me vieran. Él me trató como una mujer, pero me mimaba como una niña y nunca fue algo decadente o tóxico: fue el encontrar el término medio en el amor. 

Él, único caballero en un ambiente de machos y narcisistas, me enseñó con su amor que merecía ser amada. Nos hacíamos sentir jóvenes y lozanos, nos veíamos con amor y con respeto. 

Cuando escuché otra vez esa canción... él me dijo que ya no le mandara mensajes, que lo habían descubierto. Yo le dije que lo amaba, que si todo era fuerte, nos volveríamos a encontrar... Qué dulce mentira. 

Él, fue el que se me escapó, el que amé intensamente y quien quería que me tocara, me mimara y me hiciera sentir protegida, porque en sus sueños viajaba segura y con él me sentía cuidada, valorada, amada en verdad... 

Ahora no puedo ver una película de Bruce Willis y cuando oigo cantar a Mike Geier... pienso en él y en su sonrisa, en sus manos y en el beso que me alegró la vida y a la vez me la devolvió. 

Te amo, Bruce Willis. Siempre te recordaré, pero no por tus películas. 

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