martes, 13 de agosto de 2019

La polisemia de las canciones y el cambio de circunstancias

Dicen que si dedicas una canción, a quién se la dediques se quedará a vivir en ella. 

Yo digo que esto no es cierto. 

La canción Baby de Marina and the Diamonds fue el soundtrack de mi historia de amor no correspondido, hacia un hombre palurdo, burlón e ignorante. 

Esa canción me dió esperanza y me hizo ver que hay cosas buenas en la vida, seguí escuchándola cuando supe que anduvo con una licenciada, cuando abrazó a otra compañera más crédula, cuando se rió de mi en mi cara y me dijo que anduviera con su ídolo, el chófer más despreciable y amargado que he conocido. Sí, su héroe era ese chófer... en fin. 

Esa canción no tiene la culpa de mi estupidez ni de mi credulidad... siempre será un himno de amor no correspondido, pero no le correspondía a mi historia ni mucho menos a él. Él no merecía ni mi consideración ni mi cariño, ni lo que sentía, era demasiado para él, que él me mostró que no podría ser. 

Stay, faraway so close, fue la canción que dediqué a una amiga malagradecida, que alegó que yo quería comprar su perdón (cuando no había nada que comprarle). Siempre he pensado que si hubiera sido taaan madura como decía que era, no me hubiera aceptado el objeto con el que supuestamente la compré, porque, eso si, lo aceptó y lo disfrutó y todo eh, tonta no era. 

Luego se convirtió en un canción de amor no correspondido, en un análisis de la obra de Wim Wenders, pero jamás se la dedicaría a alguien ojete e inestable, que veía raro que alguien la quisiera porque no se quería a sí misma. 

Lost Cause de Beck se la dediqué a un supervisor muerto de hambre, que, después de ayudarlo me traicionó y me descartó. Era un puto narcisista encubierto, que estafaba, mentía y también robaba. Un envidioso infeliz que no tiene ni para ser padre ni es amigo de nadie. Siempre esperó para tratarme así: me odiaba en secreto porque nunca podría ser como yo. Yo puedo ayudar aunque otros me detesten, pero él no. 

Lo que trato de decir es que los sentimientos, el amor y la intención se quedan, el análisis del momento y el reconocer cómo realmente nos hicieron sentir, sin mentiras ni miedo, eso es lo que se queda. 

Pero una sarta de imbéciles y un desfile de estúpidos, eso no permanece. 

Porque las situaciones cambian, las mismas cosas las podemos ver de manera diferente. Lo que pensábamos que nos destruiría nos hará más cautos en un futuro, las pérdidas, aunque dolorosas, nos hacen más fuertes, a veces más sabios. 

Una misma canción puede aplicarse a distintas situaciones, distintas personas, distintos amigos, cosas de verdad. 

Pensemos: la gente que es narcisista y mala siempre actúa de la misma manera. Le dedican canciones y las detesta, porque no quieren ser amados. Siguen siendo iguales porque miden a la gente desde su pequeño ladrillo, son enanos emocionales y llenos de rabia. Creen que uno es el estúpido, el que no sabe, el que no se defiende. 

No es que la vida se defina por lo que ocultamos, sino por todo lo que nos mentimos a nosotros, en eso está nuestra paradójica verdad. 

Tal como lo dice la siguiente canción, que se la dediqué a un mocho infeliz que fingió que me amaba y que se había enamorado de mí... Pobre imbécil, pretencioso y envidioso: creyó que me quitaría el amor, el brillo y mi valía, pero eso yo lo he construído y no es tan frágil como lo que pretendía tener él. 

Él, que yo le atribuía cualidades que no tenía, siempre me detestó en secreto, creyó que nunca iba a superarlo y que viviría en esa canción. 

El sábado, la resiliencia y la sabiduría, me mostraron que no es cierto. 




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