sábado, 29 de agosto de 2015

Cuento: Nos aprovechamos de él

A L. C. J.

Él es nuestro amigo y recientemente no se sentía bien: estuvo trabajando y con ello obtuvo una herida en el muslo, cansancio físico y un poco de dolor en el cuerpo. 

Cierto día no reunimos en una fiesta con él. Fue en su departamento: queríamos celebrarlo, atenderlo, darle abrazos y compañía, porque es nuestro amigo y es muy fácil de amar. 

Tiene un imán poderoso, su risa ilumina cualquier habitación y circunstancia. Su aspecto viril y garbo hace que las personas piensen que será algo agresivo, pero su forma de ser, de hablar espontáneamente y saludar de forma afectuosa, lo convierten en un príncipe mundano y encantador. 

Éramos cinco: dos amigas y tres amigos. Siempre acompañándole, siempre dispuestos a apoyar sus locuras, siempre en su entorno... nos necesitaba. 

Estábamos en su sala cuando nos contó de su herida, reíamos. Atendíamos cada palabra que nos decía y sólo interveníamos cuando era un chiste o un comentario tonto. 

Él, por su parte, nos decía que se encontraba cansado, que ya no aguantaba esos trotes. Pero tenía todavía tantos proyectos, que no dejaría pasar esta oportunidad. Muchos de nosotros lo esperábamos, porque nuestro sentimiento recaía en la admiración a su valentía. 

Pero seguía cansado, creo que no había dormido bien últimamente. Entonces fue que convenimos un plan. Era un plan perverso, porque era una mala acción con un disfraz de inocencia. 

Nuestro amigo estaba en la sala, a uno de los tres amigos hombres se le ocurrió la idea de dormirlo con un sedante en la bebida. A otra de las dos amigas se le vino a la mente que así estaría a nuestra merced. La segunda de las dos amigas, más compasiva, dijo que lo dejáramos y sólo comentáramos con burla que se quedó dormido por la borrachera. Pero los otros dos amigos hombres planearon que cada cual pasaría un tiempo con él: él dormido y cada amigo a solas para que le hiciera lo que quisiera. 

Nos turnábamos para ir a la cocina, mientras él buscaba entre sus vinilos música para el ambiente de aparente compañerismo. Pero si hubiésemos estado solos, nos hubiéramos puesto en círculo, mirándonos unos a los otros, compartiendo imágenes mentales de lo más pedestre que le hubiéramos hecho. 

A uno de los amigos se le ocurrió la idea de repartir en pequeños papeles las tareas a desempeñar para que se quedara dormido: un papelito decía: llenar vaso, otro mezclar con sedante, otro más: conseguir sedante, el otro era acercar el vaso en la confusión de tragos y otro más que vigilara el efecto.

Era un plan perfecto: porque ninguno de nuestros actos sería considerado como una agresión directa. Además de que nos cubriríamos las espaldas: no podrían acusarnos de conspiración. 

Después, nos pusimos de acuerdo sobre quién pasaría primero una vez que lo lleváramos a su habitación. Todo tenía que ser por habitaciones, para que él no se diera cuenta de lo que pasaba. 

Una vez que se empezó a dormir, dos se ofrecieron a llevarlo. Él no se explicaba por qué estaba tan cansado. Un amigo le dijo que era porque tenía cansancio acumulado y era la forma en que el cuerpo le avisaba que tenía que dormir. Era mentira, porque él estaba acostumbrado a los desvelos y a la borrachera. 

Nosotros hacíamos como que la noche pasaba, como que platicábamos, pero por dentro éramos un manojo de nervios: ¿y si algo pasaba? ¿quién podría controlarse? ¿y si alguien revelaba su verdadera personalidad y su oscura intención? ¿quién podría salvarlo? Y ¿quién podría acusarnos de lo que le haríamos? Yo no pensaba eso y reía como idiota. Reía para no sentir mis nervios. 

-Ya se durmió.- Dijo el amigo que urdió el plan. Hay que pasar a verlo. Es nuestro momento de estar con él. Sentenció maliciosamente. 

El primer amigo le increpó que siempre era él un protagonista: todo se trataba de él. Era guapo, espontáneo y no demostraba que tuviera preocupación alguna por la vida. Siempre se salía con la suya y hacía todo acorde a sus propias reglas, lo cual le molestaba profundamente. 

Fue entonces que esa ira lo llevó a abrazarlo fuertemente, a llorar con él y decirle que lo amaba. Con tanto cariño como con coraje. Decía que nunca tendría a un hombre como él. Que en silencio lo deseaba. 

Tardó una hora y cuarto ese amigo... pero parecieron cuatro, cinco horas. No puedes esperar que el tiempo pase rápido una vez que tramas algo. Salió a blofear que le dijo sus verdades y que lo hubiera preferido despierto. Nadie ahondó más en lo que había pasado. Nadie hizo preguntas.  

El segundo amigo le contó cuando lo conoció: que no se imaginaba que serían amigos. Que no lo creía y que secretamente lo había detestado mucho tiempo, pero que las cosas con él no eran malas del todo... Estuvo largo rato acostado junto a él, contándole cosas de su vida, muchas de ellas poco agradables. La amistad que tenía con él lo había fortalecido. 

Luego pasó una de las amigas. Yo por mi parte, preferí pasar al último, no quería quebrarme de hacer algo impulsivo o estúpido, pensaba que todos ellos mentían: que iban a sacar sus miserias y sufrimientos y que sólo lo manosearon como quien hace una travesura. Yo quería en verdad conectar con él, que él me sintiera, aunque estuviera sedado. 

La primer amiga, sólo acarició su cabello: siempre había querido hacerlo. Lloró de alegría y de tristeza. De alegría porque era una gran oportunidad: podía soñar que estaban en un prado, con flores y con pájaros. Podía verse ella acariciándolo, apretándose contra su pecho y tocando sus manos. Oían los murmullos del viento, de las aves y el sol estaba perfecto. Él estaba dormido, pero ella estaba inmersa en su sueño. Esa ensoñación tan perfecta y su imposibilidad la hizo llorar de tristeza. 

El cabello de mi amigo: crecía parejo, fuerte y abundante. Quedaba a su tipo de rostro. Él podía peinarlo de raya a lado, o tener las puntas hacia arriba. Siempre se veía bien, siempre quería lavarlo, sólo para sentir su textura. 

Ella revisó también su herida y la curó con ungüentos que tenía a la mano. El color rojizo de la cortada humanizaba su viril belleza. Lo besó: primero en su herida, después en la frente. 

Salió y dijo que no hicieron mucho, que ella no tenía algo pendiente con él. Mentía. 

El tercer y penúltimo amigo... no dijo nada. Sólo se dedicó a masajear su cuerpo: tenía un aceite en su baño, que cargaba en pequeñas botellas para ponerse en las manos. Siempre se cuidaba las manos, las tenía suaves porque quería dar masaje aunque fuera informalmente. Con nuestro amigo dormido, pudo sublimar el deseo de tener algo con él mediante el masaje. Recorrerlo, esperar a que se secara el aceite en su piel, sentir el calor de su cuerpo.

El reto de ese masajista era que su erotismo no se convirtiera en una violación desenfrenada. No toleraba algo tan perfecto, por lo que pensaba cosas sucias, cosas que no se atrevía a decirle al oído para no arruinar su sensación. Porque no quería pensar si éste sentía en su vigilia.  

Pensaba que no podría detenerse, que tarde o temprano tocaría su cuerpo de manera lasciva, entonces volvía a centrarse en su espalda, sus pies, sus manos. Y los acariciaba como si fueran centros del placer, como si fueran meramente genitalia, a cada lunar le dedicaba movimientos como si quisiera que se fundiesen sus manos en su cuerpo. 

Pero al final de su masaje rompió su voto de silencio. Le susurró sin reparo: Tu piel es perfecta. 

Salió y no dijo nada. Así siguió durante la noche. 

Finalmente, decidí pasar. Recuerdo que siempre tartamudeaba con él, a veces por nerviosismo y otras porque nunca tenía claras mis ideas... Creo que era la forma en que expresaba que estaba enamorada. Pensé mi tartamudeo como un símil del hecho en que todos nos comportábamos como ineptos estando con él: tartamudear es una forma de no decir y lo que queríamos callar eran nuestro sentimientos. 

Cuando él estaba dormido, lo miré largo rato: como si fuera una escultura en un museo: el salón frío, a media luz. Él en posición fetal, sólo una parte de su cuello se veía. Tenía su espalda ligeramente arqueada, sus rodillas juntas y los pies uno junto al otro. 

-Yo sólo quiero decirte que cuando estamos juntos todo es mejor: la vida se torna más como un día soleado que como una porquería- dije impulsivamente. Siempre tan bello, tan maravilloso: haces que mi cerebro se desconecte en fantasías y locura. Haces que las ideas tomen un nuevo significado

-Tan espontáneo. Es tan fácil para ti moverte con el mundo, como si estuvieras en otro plano, pero eres tan parte de él como cualquiera. Tu imagen siempre ha estado en mi cabeza desde que te conocí

-Cada vez que quiero amar a alguien, que quiero conocer a alguien... siempre quiero que sea un poco como tú, que se vea y se sienta como tú... porque eres el único que en verdad mueve mi espíritu. El que hace que escape del mundo

-Y cada vez que huyo de ti, apareces, y entiendo que cuanto más me resista, mi corazón está al lado del tuyo.

-Tu risa es una música, tu eres un músico en la vida. Cuando te conocí mi vida empezó: si hubiera un tema que describiera lo que siento, sería Wild is the wind. Sería nuestra canción, sería la canción con la que quiero estar contigo, abrazados: en esos momentos en que el amor empieza a nacer

Lloré mucho tiempo cerca de él, lo abrazaba tanto, pero él permanecía dormido. Era la imagen perfecta de nuestra circunstancia. 

Salimos todos antes de las nueve de la mañana, cuando el sol ya se había asomado. Un nuevo día se preparaba para las nuevas versiones de nosotros. 

Éramos cinco: dos amigas y tres amigos. Él es nuestro pegamento ante tales dolores y sufrimientos, él hace nuestra existencia más llevadera. Lo necesitamos. 

A la mañana siguiente, después después de doce horas de sueño se levantó: descansado, fuerte y revitalizado como siempre. No lo necesitaba después de todo. Nosotros nos mirábamos de reojo metafóricamente: nos llevaremos ese secreto a la tumba. 

Él no se sentía diferente, sólo se levantó y continuó con su vida. No se sentía ni sucio, ni extraño... no sospechaba nada. 

Tal fue como nos aprovechamos de él. 

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