miércoles, 24 de diciembre de 2014

Birdman o la máscara ha cambiado.

Este era mi proyecto, pero cada vez veo que se trata de una imagen deformada de mí mismo.
Riggan Thompson. Birdman.


¿Cuál de las artes es la suprema? ¿El cine, la danza, la pintura, el teatro, la música, la literatura? ¿Qué sucede cuando estas artes confluyen? Habrá algo así como el súper arte, supongo o será que el arte es lo supremo porque engloba a todas. Cuando uno o varios artes se combinan (ejemplo: cuando una obra inspira un cuadro o cuando una idea filosófica inspira a un compositor para crear un Zaratustra), sabemos que el arte trasciende. 

Kant argumenta que lo bello se encuentra en el arte, pero que lo sublime se encuentra en la Naturaleza. Nada es más maravilloso que contemplar el espectáculo de la vida, de lo que vemos día con día para perfeccionar nuestra imagen del mundo. La suma de todas nuestras intuiciones. La síntesis de nuestro conocimiento. 

Birdman es un superhéroe, que vive etéreo en la cabeza de Riggan Thompson (Michael Keaton). Thompson es un actor decadente, que ve en la adaptación, dirección y actuación de una obra, su redención y su imagen. La obra está basada en un cuento de Raymond Carver, el cual se titula: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Dirigida y escrita por Alejandro González Iñarritu, la película es apasionante: el ruido de fondo crea el efecto de que no sepas qué está dentro de la película, del cine... o de tu mente. Poco a poco empatizas con Keaton: lo comprendes porque está estresado, porque es muy duro con él, porque esta obra es la oportunidad de reconciliarse con él mismo. Porque aunque pierda muchas cosas en la vida, el arte es la manera en que quiere ser recordado. Es la forma en que él existe. 

Poco a poco observamos a Thompson. Un hombre impedido, pero ciertamente apasionado, que lidia con su familia, su historia, la competencia y el hecho de que el mundo ya cambió desde el primer Birdman que ha hecho. 

La máscara ha cambiado. 

La película explora el recurso que marcará el paradigma del buen cine: el cine regresa al teatro, para ser más crítico y para hacer entender a los espectadores que no se trata del efecto especial, del blockbuster de la temporada: se trata de la historia, de la mente del protagonista y de cómo su vida se ve afectada por su pasión. Cómo es factible hasta perder, si se quiere y desea, la cordura, por su ideal. Pocas veces se observa esa pasión en la vida de una estrella, pocas veces se ve al actor actuando de un humano que actúa. 

El cine sobre sí mismo: con todas sus inconsistencias y sacrificios, con todas sus ideas y decadencia. Con las creencias que la gente tiene del entretenimiento y del snobismo: todo eso es Birdman en el teatro de la vida. 

Birdman es la máscara, no virtual, del actor que siente demasiado la vida, que toma en serio su expresión y su arte. No necesitamos tecnología, no necesitamos el ridículo para ser (aunque eso genere una presión para nosotros), somos virtuales porque venimos de la desmesura, de la imperfección y de la naturaleza caída. En la que se muestran todos nuestros sinsabores. Birdman es un Ícaro, cuyas alas son la insaciable nostalgia de la gente y su némesis es el querer volar muy alto. 

Nuestra máscara es virtual: ¿quién puede soportar la vida mostrándose como es? De seguro sería destruído, apuñalado, traicionado y muerto por todos los enmascarados que le rodean. Necesita un perfil en un mundo tecnificado e intercomunicado, necesita desarrollar alter egos, enfermedades, obsesiones, ideas poderosas o peligrosas. Lo que sea para soportar la realidad, una obra de teatro que termina cuando caen el telón, cuando el público aplaude o abuchea. Pero nunca cuando el actor decide terminar. 

Birdman es conmovedora. No sólo trata el tema de la virtualidad con respecto a las máscaras, también trata el tema de la paternidad, de la familia y de los precios que tenemos que pagar para ser reconocidos como lo que somos... Y liberarnos al fin. 

No adelanto nada, pero creo que el artista no puede estar en la ciudad. El teatro tiene un tiempo como el reflejo de la vida misma. La metáfora fenoménica de la vida como un teatro es un matiz inagotable de explicaciones sobre la existencia y el sobrellevar la vida. 

Sin duda, el teatro es mejor que el cine. Porque no hay pantalla que encubra la realidad. 





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