martes, 30 de diciembre de 2014

Blanco y sus Púberes





Sergio Zurita y Horacio Villalobos acuñan palabras como chichifo, chusca, maniguis. Todas se encuentran en los libros de José Joaquín Blanco. No tengo las citas precisas, pero Blanco era la instrucción de mis locutores favoritos. Por ellos conocí a Blanco, por ellos se amplió mi universo. 

Blanco habla del tejido social: de los provincianos que trabajan para los ricos. Los ricos que se valieron de artimañas para serlo, de los que, aunque trabajan honestamente, buscan la salida para corromperse y para relacionarse con la escoria. Habla de esa ambición juvenil, que necesita la tragedia para afirmarse. 

No es la locura de juventud, es el hecho de ser alguien en la vida. Irse del seno familiar para prostituirse, para ligarse a alguien que te mantenga y subas de a poco. El hecho de tener una creencia: creer que la felicidad se compra con el dinero, que la vida es un anuncio de revista. 

Los personajes de José Joaquín Blanco parecen ser dicotómicos: uno cuya pasión son los libros, la poesía y la privacidad; y otro que gusta de la televisión, el lujo y el consumismo. Ambos, en su extremo, creen que cada cual tiene una fuente secundaria de conocimiento, cuando son parte de la misma trama, de la misma idea al salir de fiesta y de ser algo que no son. 

El encanto se acaba, cual Cenicientas tienen que irse antes de que el cuerpo, el tiempo o la pobreza los alcance. Los amigos que son, a veces personajes secundarios, a veces principales, de una historia de corrupción, amor y madurez. 

La madurez pocas veces se siente cuando el cuerpo es joven, cuando uno tiene ganas de comerse al mundo, cuando uno quiere cosas y se deslumbra por las luces, las avenidas y la altura de los edificios. ¿Es acaso que el hombre es grande o pequeño, en comparación de un rascacielos? 

Cuando lees la novela, los personajes, los paisajes, el ambiente de suciedad y desesperanza, pero una aterradora funcionalidad; se sigue viendo una vez que cierras el libro. Un escritor escribe sobre la vida, sobre la poesía que hay en el mundo. Blanco va a los rincones más oscuros, más decadentes. Parece que las almas de los protagonistas sirven para adornar la ciudad oscura y descuidada. 

La novela no sólo sirve al imaginario, de ahí viene el imaginario: porque nosotros la hicimos con retratos de la vida, con retratos fieles de nosotros. De nuestras creencias, nuestra ciudad, nuestros amigos. A manera de una historia, de un chisme, de una descripción, Blanco capta tu atención y no la suelta. Deseas saber más, deseas seguir. Pero te da la oportunidad de releerlo. 

Las púberes canéforas, figura que aparece en un poema de Rubén Darío... todos preguntan: ¿las qué...? como si fuese un trabalenguas, como si nunca lo hubieran escuchado. Pero esa figura, describe la sensualidad, la vitalidad de la juventud. Su inocencia y su perversidad. ¿Qué joven no ha sido cruel e ingenuo al mismo tiempo?

Y observa todas las oportunidades que perdió, lo que tuvo qué hacer para conseguir las cosas y lo que lo logró. Los amores que tuvo que superar para ser quien es. No siempre en la mejor ciudad, pero es un personaje más. La trama tiene el mismo principio y lo que la entrelaza, a tan diferentes personajes, es un misma creencia. 

Blanco también rescata el tópico de los dos mundos: uno que es maravilloso, racional, lleno de ideas y de oportunidades. En donde está la vida real y no este remedo. El remedo es el otro mundo, nuestro mundo: donde hay personajes, prostitutas, crimen, enfermedades, pobreza y gente miserable. No siempre duele la pobreza, porque se puede escapar un poco de ella... duele la incomprensión del otro, de aquel que tiene las cosas y es terrible con sus iguales. 

Un día llegará el mundo de verdad a nuestra vida. Un día, recibiremos nuestro merecido, sabremos en dónde termina lo que hemos empezado. Y sabremos que es mejor olvidarnos de aquellos a los que tampoco les importamos. 

Tal es esta novela, que me distrajo de mi vida para mostrármela de nuevo. 







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