domingo, 25 de septiembre de 2022

Dopesick o la génesis de la adicción

 No soy adicta a una sustancia en especial: la mente juega muchas trampas cuando uno está solo, cuando sufre de trastornos o con su genética puede padecer alguna enfermedad. 

He sido adicta al trabajo, al riesgo absurdo, a la tristeza y la soledad. No son sustancias como tal pero dejan algo en el individuo: el creer que en verdad éramos así, cuando en realidad, seríamos profundamente desgraciados sin aquello que es nuestra nueva realidad. 

Nuestro organismo se ha acostumbrado tanto a esta sustancia, a esa emoción, al punto que no sabemos cómo funcionar si no fuera por ella. Es un contexto difuso, en donde nos creemos todo lo que han hecho de nosotros, nos odiamos, nos damos lástima, nos deprimimos. Y luego viene ese estado en donde nos sentimos eufóricos, ese subidón, ese revoloteo interno que nos permite continuar, pero ya no se sabe si somos nosotros por la droga, o nosotros y la droga. 

Un pendejo me dijo que yo no sabía disfrutar la vida, porque, según él no salía de fiesta, no salía con hombres y no fumaba ni tomaba, que lo mejor era que me diera un balazo. Dicha anécdota hace reír mucho a la gente que me detesta, porque le dan la razón a un pendejo drogadicto, que usaba su adicción para olvidar sus problemas de abuso dentro de su familia. 

Al igual que los protagonistas de Dopesick, Pedro no discernía su adicción de las circunstancias que lo llevaron a ella: creía que el odio que se tenía a si mismo era disimulado por el odio que tenía hacia las mujeres, las mismas que le fallaron y que hicieron oídos sordos a su maltrato. Las mismas sin las que no podía vivir para relaciones tóxicas, pero que maltrataba incluso para una amistad. Todas eran un cuerpo, otras no valían porque eran feas, otras valían porque lo rechazaban pero, una vez que la tenía, volvían a ser otra estúpida más. 

Tal era ese ciclo destructivo: irse de fiesta para gritar, para deshinibirse, para tener sexo sin protección y para ser un completo imbécil, para ocultar el dolor, la rabia de no ser querido ni valorado, para encubrir el abuso sexual del que sabía. 

Pero la que tenía problemas y debería morirse era yo. Muchos años después intentó vengarse de mi, pero mi falta de interés y el descubrimiento de su entorno familiar, hizo que pasara de moda muy rápido. 

La génesis de la adicción. 

Betsy (Kaitlyn Dever) es una minera que sufre un accidente de trabajo, se golpea la espalda y se queda incapacitada por unos días. Como vive con dolor, Betsy va con su médico de confianza para que le recete un analgésico, el doctor Samuel Finnix (el genial Michael Keaton). Este medicamento es OxyContin, un opiáceo derivado de la oxicodona. Dicho fármaco fue desarrollado por la farmacéutica de la familia Sackler. 

Desafortunadamente, Betsy y Samuel se convertirán en adictos al medicamento rápidamente, porque ambos viven con dolor y sus asuntos no resueltos serán un catalizador para esta adicción. 

Se observan una serie de eventos que derivan en un problema de salud pública y en una de las peores epidemias de Estados Unidos: tenemos a la familia de Betsy, que lucha con su nueva realidad y tratan de curar esa adicción reduciéndolo a un problema de crianza. También están los agentes Randy Ramseyer (John Hoogenakker) y Michael Friedman (Will Chase), que investigan todas las estrategias, falacias y corrupción alrededor del caso. 

Estos agentes se alían con la teniente Bridget Meyer (Rosario Dawson), la cual sacrifica su vida personal y la entrega a este caso. Ramseyer, Friedman y Meyer lucharán por encontrar una correlación y corregir el etiquetado del supuesto medicamento. 

Finalmente nos presentan a Billie Cutler (el enorme Will Poulter) y Amber Collins (Philipa Soo, la de Hamilton), dos vendedores que saben de los trucos, las estrategias de venta y los sobornos a los doctores para que no sospechen ni investiguen acerca del fármaco. Cutler, aunque es responsable de muchos de los casos, decide actuar porque es consciente y porque tiene que hacer lo correcto. No es un héroe, porque en realidad vendía veneno. 

Y ambientes solitarios, cerrados, problemáticas personales: todo esto te acorrala y se magnifica cuando tienes una adicción. Salen tus fantasmas, todo parece más amenazante, vives prisionero, pero no sólo de ti mismo. 

Al igual que los mineros, los Sackler vienen de un ambiente cerrado: tiene problemas de comunicación, pero se magnifican en los Sackler porque el hijo, Richard Sackler (el maravilloso Michael Stuhlbarg de Call me by your name), es un psicópata, adicto al control y al poder. Sackler vive amargado porque no es valorado por su padre, pero ejecuta su venganza mediante la traición y triangulación. Para él nada será suficiente y no le importan cuantos tengan que morir, por su ambición. 

En lo que la puerca tuerce el rabo es con la mención de los policías para combatir la guerra contra las drogas de prescripción: el jefe de policía John Brownlee (Jake McDorman), habla de los detectives como si fueran unos patriotas, como si fueran incorruptibles y la guerra estuviera perdida. Pero no nos engañemos: la podredumbre, el cagadero y la corrupción son la constante de los gobiernos. Han permitido que lleguen esas porquerías a la gente, han criminalizado a los adictos. 

Dejan que drogas dañinas como el alcohol o medicamentos sean legales y mientras los consumidores y productores de mariguana son colocados al nivel de criminales. Los verdaderos responsables jamás pisarán una prisión o bien compraran una indulgencia. No bastarán dos policías, por muy incorruptibles que sean para detener esta mierda. 

Para el caso del doctor Samuel, la adicción puede ser un síntoma de una enfermedad mayor: un duelo no resuelto, un estancamiento, la necesidad de compañía, el sentirnos insuficientes o frustrados. Por otro lado, para Betsy, los conflictos relacionados con su sexualidad hacen que la adicción sea una necesidad de sentirse normal, de querer ser aceptada. 

He visto a personas que no saben cómo tratar su ira, su narcisismo, su envidia y su codicia, esas personas también pueden ser adictas a esos sentimientos. O adictas a una sustancia que les permita callarse y hacerles creer que son alguien funcional. Luchan con ellos mismos, pero no con la adicción, la adicción les permite vivir engañados. 

Esta serie es intensa e indignante y por momentos parece una pesadilla: porque, para el hecho de enfermarse como para el hecho de convertirse en un adicto, siempre estaremos solos, únicamente nuestra familia, nuestra red de apoyo si tenemos suerte, pero un sistema de salud, un grupo o la ley, de eso no hay nada. Lo cual es muy triste y desesperanzador. 

Mientras hay muchos Samuel, Betsy, Randy, Michael o Bridget están luchando, tratan de encontrar respuestas o ayudar a otros, bastará con los millones y la presencia de un Richard Sackler para sabotearlos. 

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