lunes, 11 de noviembre de 2019

Una ofrenda pequeña

Puse una ofrenda en mi anterior trabajo, lo de anterior lo voy a explicar acorde el avance del relato. 

En mi anterior trabajo estaba en la oficina de turismo: vender paquetes turísticos y dar información para el entretenimiento. Fue un completo desastre. 

Para empezar, la oficina estaba en un conocido hotel del Centro Histórico, muy cerca de la Biblioteca de la SHCP. Es un hotel feo, lúgubre, de esos que la comida corrida es insípida, pero te ayuda a hacer estómago. Un hotel en donde el baño era feo y el bar y la decoración y la gente... 

De la gente que estaba, había dos en recepción que eran narcisistas: la típica mujer que cree que controla a toda la gente y su secuaz, que rápidamente consiguió a un mozo con dinero para salirse de ahí. Esta última era hostil conmigo, pero al ver que no me perturbaba su existencia, empezó a trabajar al mozo para conseguir su combustible. 

Los policías de vigilancia eran una joya: chismosos y resentidos. Chismosos porque se metían en todo cuanto hacías y opinaban de lo que no les importaba. Y resentidos porque, al no tener un trabajo estimulante ni bueno, atacaban a quien no tenía sus problemas. 

Por fortuna, uno de ellos se fue junto con la recepcionista interesada, el otro sólo me trataba con frialdad al ver que no seguía su juego. Y además, porque fisícamente no le atraía, ya que no vestía con mallitas ni tenía cuerpo delgado. 

Recuerdo que hacían chistes sobre mi manera de comer, mi aspecto, sobre los pocos ingresos que generaba (aunque cuando me llegaban muchas comisiones, se les veía su envidia), sobre mi hora de salida... Esperaban que me fuera, no de la oficina, sino del hotel, que creían suyo. 

Cuando había poca gente y les perjudicaba a su hospedaje, echaban mil culpas y responsabilidades, como si fueran todos increíbles elementos, como si en verdad hicieran el mejor trabajo. Todos y cada uno, creían que tenían razón en lo que hacían. 

Y eran gente grosera y prepotente... que hacían lo mínimo, pero se quejaban si alguien más era como ellos. Creí que duraría menos, pero me equivoqué. 

Ellos eran el típico hotel que parece un pueblo fantástico de Reino Aventura, típico mexican curious, aunado a ese barroquismo visual en donde se tiene miedo al vacío. Lo único minimalista eran las habitaciones, pero siempre se sentía el mal gusto en todo el hotel. 

El servicio era más o menos, la verdad nada extraordinario. Y aunque había venta, también había rapiña, como en todos lados. Había un chofer guía que fingía ser tu amigo para sacarte información... era falso y abusivo. Cierto día se enojó porque le dije que él era mi competencia... supongo que no soportó la verdad. 


Mi primera festividad fue el 15 de septiembre. Adorné mi oficina como Dios me dio a entender, yo no consideré que fuera muy buena esa decoración, pero no se qué les molestó o cuál fue su coraje que empezaron a criticarme: que si decoré porque no vendía, que si estaba feo, que si había llenando de cosas, que cómo se veía, que si se veía mal... 

No dejaron de burlarse, de fastidiar, de chingar, de ladrar, cualquier cosa para estar de habladores, principalmente los de la cocina. Pobres de los cocineros y de dos meseros que eran atentos, pero la verdad era una comida muy insípida, aunado a los encargados machitos. 

En la recepción apenas hicieron caso... pero igual había algo que no les gustaba de mí y mi oficina. 

Mi anterior jefe también se quejó: como si el hecho de tener un tiempo muerto no se pudiera hacer nada, como si en verdad hubiera descuidado mi trabajo por adornar una hora del domingo, día en que llegaban pocas reservas y del cual pude aprovechar una parte. 

Me alegró poner los adornos y me alegró perder el tiempo, me encantó hacer más broma mi trabajo de broma. 

Porque si no fuera por esos adornos y por la conexión de internet, hubiera tenido que hablarles, hubiera tenido que pretender que me agradaban. Pero desde el principio desconfié: años de tratar con la mierda, me han dado ojo y olfato para no acercarme. Cuando ellos se acercan, hay que huir. 

No había jefes psicópatas ni monos voladores como en Capital Bus, no había mujeres busconas por venta de boletos, no había rémoras hipócritas ni muertos de hambre, pero seguía habiendo narcisismo, tratos por debajo del agua, poca confianza y un hastío insoportable. Y eso se sentía hasta el pretendido rincón más acogedor. 

Para día de muertos, el display del hotel parecía una película de Serguéi Eisenstein: grandes calaveras, árboles de la muerte llenos de cráneos, trajineras, calaveras con pelucas, diablos y catrines... podrían pensar que eso sería magnificente, un espectáculo... pero la verdad es que no, siguió el barroquismo visual y el hacinamiento folclórico. Todo rincón tenía adornos, flores, papel, calaveras, signos aztecas, todo era gigante y se comía el verdadero espacio. El día de muertos estaba en todas partes

En todas partes, menos en mi oficina.

En vez de hacer lo que todos hacen, decidí traer una ofrenda de miniaturas: una colección de las artesanías del Mercado de la Ciudadela, del legendario pasillo 7. Botellitas de licor y refresco, dulces mexicanos de pasta y silicón, chocolates hechos con papel, postre con helado y cereza, panes de muerto, platitos con mole, taquitos, cebollas, chorizo, pescado pan dulce y salado, bolillitos, calabazas en tacha, sopecitos; cigarros, repisitas de madera, platos y jarrones de barro, plantitas hechas de tela y flores improvisadas con papel, portarretratos con plástico y metal, cacerolas pequeñas de latón, anafre miniatura, veladoras, copas de agua improvisadas con papel celofán, plavicón de madera que simulaba tablones, en lo que eran cajitas de regalo. Todo puesto con esmero y cuidado. 

Por mi indecisión mi ofrenda sólo duró 3 días: un bello fin de semana antes de que empezara la mega ofrenda y un concurso de calaveras que era sólo para el staff del hotel, después yo la guardé bajo llave en la gaveta donde guardaba el dinero. 

Tenía que atraer a los turistas, los cuales no se acercaban a mí por el gancho de venderles tours, los pocos que se dieron cuenta, no sabían de esa tradición y de las representaciones a escala: no todo era gigante, no todo es ruidoso: se puede ser majestuoso sin necesidad de un despliegue enorme. 

Y las burlas siguieron: que por qué no estaba más grande... que tomó mucho tiempo para que la hiciera, qué nadie le haría caso, qué no era bonita... Vaya, ¿de dónde saca tanta energía la gente? ¿De la rabia, de la frustración? 

Un buen día mi ex jefe llegó para hablar conmigo: la venta de tours había acabado. No vio la ofrenda, pero se quejó de que nos vinieron a echar a una muerta que estaba ahí, refiriéndose a una catrina gigantesca. 

Yo un buen día llegué y me llevé mi ofrenda conmigo: estaba feliz. Recuerdo haber escuchado Te regalo mi ausencia, esa balada de Patricio que tomé como una señal. Ya no les molestaría más. Ya no pondrían pretextos: ya ahora podrían ser felices, o creer que lo son. 

Y lo último que pensé de ese hotel de cagada era: lo que yo hice y mi ofrenda, nunca lo volverán a ver. Lo que yo represento, no se verá otra vez aquí. Fue mi esfuerzo y hasta donde pude, llegué. Si eso me hubiera dicho con el Oso Mugroso... Todo se desvanece como lágrimas en la lluvia. 

A los tres días ya estaba en un trabajo como recepcionista en otro lugar, vi a muchos como ellos, como las cagadas de Capital Bus, como las changas de Santa Fé y San Ángel... pero había una diferencia: me gustaba mi trabajo y cada vez, con cada año, con cada experiencia me importa menos. Cada sentimiento me ha hecho observar a la gente y verla desde fuera, no desde arriba ni abajo, no cómo lo que creen ser: sino como lo que son. 

Cada que lo veo, sólo veo el eterno retorno de cosas que ya vi antes y ahora, en verdad que no me molesta. Sólo es la misma gente herida: una y otra vez, hasta morir. 

Ahora estoy en un lugar al aire libre: no tengo que salir a volantear ni hacer tratos con nadie para vender, nunca los he hecho. Ahora tengo un espacio para comer y dónde entra la luz, lejos de todo y del ruido. 

Esta fue mi ofrenda al hotel feo 






Foto de La Muerta, en perspectiva con mi ofrenda