sábado, 27 de noviembre de 2021

Al filósofo Stephen Sondheim

 El gran Stephen Sondheim fue un filósofo que estaba disfrazado con el traje de un compositor, de un músico. Un tratadista cuyas letras en el teatro musical te hacen conmoverte hasta las lágrimas, emocionarte, entender lo que es enamorarse y entender lo que son los votos matrimoniales. También te ayuda a comprender el horror que son las personas frustradas y el horror de un amante que es posesivo. En sus obras es muy clara la anagnórisis (que es cuando un personaje se da cuenta de lo que le llevó a su desenlace), el pathos, uno establece una conexión con el personaje, porque no hay buenos o malos, sólo personas que tomaron una decisión. Sondheim te lleva a la catarsis mediante la música: sus letras simulan la estructura de una opereta. La tensión va creciendo hasta que llegas al llanto, que, aunque sea de dolor, es un llanto que ayuda, que libera emociones, que te hace repensar sobre lo que estás sintiendo. Puedes ser el protagonista o el villano. 

Él fue uno de mis maestros indirectos cuando aprendí sobre el teatro musical. Jamás estudié teatro musical porque era muy exigente, pero cuando cantaba una composición de Sondheim, mi vida se llenaba de luz y de esperanza. Yo sabía que podía ser como Gypsy, como María o como Bobby. 

Pero, otras veces me doy cuenta que, puedo ser como la malvada Bruja, como mamá Rose, como Fosca, a veces soy así. En una misma canción pueden convivir la mayor alegría y la más profunda amargura. 

En sus grandes musicales destacan Amor sin Barreras, adaptación de Romeo y Julieta. Sweeney Todd (que cautivó a Tim Burton como para una adaptación musical), Follies, que trata sobre la industria del teato musical. Gypsy, el musical perfecto por excelencia. Company, que retrata las relaciones amorosas y la soledad en la época contemporánea. Una adaptación de la comedia Las Ranas de Aristófanes, con Nathan Lane y Roger Bart. Into the Woods, en donde se analizan los mensajes culturales de los cuentos de hadas. Pasión, en la que hay una subversión de la historia de amor romántica, o eso parece. 

Mucha gente me pregunta por qué me gusta el teatro musical, por qué amo cada canción, ensayo cada baile en mi habitación y me sé cada nombre de la marquesina... Porque el teatro fue mi compañero cuando estaba sola, cuando la gente se burlaba de mi y me veía como una persona rara. Porque Zizek dice que es el género americano por excelencia y que ahí se observa la idiosincrasia de los vecinos del norte. 

Veía Glee y me conmovía, en algunas canciones investigué el nombre de un tal Stephen Sondheim y mi vida cambió para siempre. 

Cuando Fosca cantaba acerca del amor, veía mis obsesiones en ella. Tal era mi ideal, que estaba perdiendo la razón, sin importar que enamorarse sea una especie de locura. 

La primera obra que vi fue la de Company y me encantó cómo representa en dos divisiones a las personas con pareja como aquellos que están solteros, como si fueran bandos enemigos, cuando tienen las mismas creencias irracionales. 

Me ayudó a apreciar la ambivalencia de la relación madre e hija en Gypsy, que es una obra en la que no hay un villano, sólo personas se equivocan. Esa idea también está presente en Into the Woods. Cada vez que uno las ve, sabe que tiene que comprender a sus padres, pero no al punto de perderse como individuo. 

Le debo haber apreciado a George Seurat, esa obra, Sunday in the Park with George, me acompañó cuando tuve un bloqueo creativo, el llanto que me produjeron Mandy Patinkin y la enorme Bernadette Peters fue curativo. 

Le debo no sólo el amor por la música, sino el amor a la vida. La resiliencia y el haberme ayudado a encontrar mi voz cuando estaba ahogada por el dolor. La idea de que podía ser una estrella, que puedo amar cada segundo de mi vida y ver un sombrero en donde no estaba. 

Ahora voy a hacer lo que todos hacen, pero la verdad me gusta mucho: ¡escribir sobre las canciones de Sondheim! Estén pendientes.