sábado, 12 de junio de 2021

Ya entendí que no te entiendo

Después de castrar a un ceceachero, decidí salir con alguien más. Alguien nuevo, cuyo valemadrismo y astucia me cautivaron, pero que sólo era parte de la mentira que me había obligado a creer de él.

El CCH fue una de las etapas más asquerosas de mi vida: además de enfrentarme a maestras lagartonas, maestros de química pendejos y una psicóloga narcisista, me enfrenté a un ambiente terrible, pesado y de la peor vibra posible. Parte por mi ingenuidad y estupidez... parte porque así es la vida: hay que enfrentarse a todas las experiencias posibles para sobrevivir. Recuerden esto. 

Fue mi primera relación tóxica, llamémosle Pablo. Él siempre fue muy pagado de sí mismo: engreído, orgulloso, muy guapo, pero siempre había algo en él que no terminaba de convencer a las mujeres. Muchas de ellas se dejaban abrazar y toquetear por él, pero otras más siempre le sacaban la vuelta, como que no les daba confianza. 

Un día fui a hablarle. ¿Me atreveré? ¿Me hará caso? Mi baja autoestima me reclamaba que me rechazaría, igual que Jesús,  igual que muchos otros. Igual que aquellos que me detestaban y se burlaban de mi. No podía tolerar el rechazo y la antipatía de esa gente.

Pablo accedió a hablarme después de platicar un largo rato: lo había conseguido: él no me iba a rechazar como los otros. Se me hacía hasta simpático, sencillo, guapo. Comencé a idealizarlo, a pensar que sería él el primero, era muy joven y sabía pocas cosas de la vida y del amor romántico. Fui una estúpida. 

A los pocos días él me empezó a insultar sobre todo lo que yo hacía y sobre todo lo que era. Sus amigas también lo hacían. Empecé a vestirme diferente y eso sólo derivó en mayores burlas. Aunque me pedía que nos viéramos, luego me cortaba abruptamente, luego, a los pocos días, volvía a hablarme y que otra vez fuera con él. 

Acordamos salir para acostarnos, pero todo era parte de un juego para que me siguiera manipulando y usando; me llegó a pegar, a hacer bromas pesadas, me llamó gorda, criticaba mi cuerpo, mis pechos y me pendejeaba cuando no eran las cosas a su manera. Yo lo ayudé, incluso económicamente, y aún así sus abusos continuaron. 

Aunque conocí a otras personas, nunca eran tan interesantes como él. Cuando me descartó como que me perdí, anduve de un lado al otro buscando otros novios que me pudieran ayudar a llenar el vacío que tenía. Yo sabía que no era tan agraciada, entonces me enrolaba en cualquier relación en donde hubiera un poco de reconocimiento. Yo limosneaba amor y compañía, pero estaba sola. 

Un día, Pedro me robó el celular y dije simple y sencillamente: No, ¡ya no más! ¡Ya no quiero que este pendejo me esté abusando! Usó a una de sus amigas, Mónica, una vieja fea, gorda y que se veía más grande que él, para distraerme. En eso, él abrió mi mochila y me robó mi celular. A la vista de todos, a plena luz del día. ¿Por qué lo hizo? Porque podía. Porque sabía que no me iba a defender. 

Pero yo ya estaba harta y le puse un cuatro: cuando él me citó en la mañana para dizque salir conmigo, yo le eché a los abogados del CCH, se fue con la cola entre las patas: se justificó, se contradijo, estaba acabado porque se le cayeron todas sus mentiras. Pablo tenía muchas materias reprobadas y muchos antecedentes de haber agredido a otras chicas. Si no hacía algo, se tenía que ir de la escuela. 

Aún recuerdo que él siempre me tuvo coraje: intentó vengarse, pero yo me había movido. Yo iba a otra dirección porque ya iba a acabar el año escolar. Su primo, el que lo acompañó en esta situación, estaba muy encabronado. 

Mi mamá nunca me perdonó haberme defendido: cuando le decían de cosas a Pablo, ella como que no estuvo de mi lado, como que algo no era justo. Tardé años para saber que ella no me apoyaría y que así de tirante sería nuestra relación. 

El primo, mientras tanto, lo defendía a capa y espada, casi me culpaba a mi por haberlo acusado. Subía la voz, me obligó a firmar un papel (que no debí de haber firmado), para que quedara claro que me había dado el celular. Justificaba a Pablo, a su mamá, que no lo acompañaba. Pero algo no cuadraba. 

Cuando entendí que había sido abusada, noté que Pablo siempre hablaba de ir a los rodeos con su primo, justo ese hombre que lo había defendido con tanta vehemencia, era el mismo con el que Pablo compartía mujeres y se drogaban juntos. O bien sólo se emborrachaban y se iban con prostitutas. 

Después una ex amiga me preguntó que por qué estaba con él, que qué me decía para que yo volviera siempre. Era una buena pregunta y recordé que nunca había tenido un encuentro normal con él. 

Porque Pablo para excitarse tenía que recurrir al control, al abuso psicológico, en mi caso, comparaba mi cuerpo con el de su novia, que, casualmente, era más bonita y más delgada que yo. A mi no me importaba porque siempre regresaba conmigo, pero hoy día reconozco que esa es una señal de advertencia y no una forma de relacionarse. 

Una de las cosas que siempre me preguntaba era: ¿nunca te tocaron tus tíos, tus abuelitos? ¿Nunca te ayudaron a bañar tus tíos o alguien de tu casa? Y si le decía que no perdía el interés, pero si lo hacía interesante o si mentía con que un vecino o un tío lejano, él se excitaba rápidamente. 

Yo estuve muy enojada con él, por mucho tiempo, llegué a odiarle, por no haberme querido, por no elegirme, por ser manipulador y por usar a personas para dañarme. Una vez llegó a bromear con que yo había muerto, como si eso fuera algo bueno para él. Lo maldije muchas veces, le deseé la muerte también. Hasta hace poco que hice las paces con mi pasado. 

Conseguí material, fui a terapia. Comencé a quererme y a respetarme. Entendí, después de muchos años de abuso, que no me lo merecía, que no era mi culpa y que, por mucho que hubiera problemas con mi familia (una pelea, una discusión), no se comparaba con lo que había vivido Pablo. O muchos que me habían agredido. 

Empecé a ver a Pablo con otros ojos: tal vez fue ese primo, ese abuelo, ese tío que tenía que haberle cuidado, protegerlo, respetado, pudo haberle violado o abusado de una forma de él. 

Tal vez él no comprendió el daño y no supo qué hacer o cómo protegerse. Tal vez la forma de relacionarse con otras mujeres, era minimizándolas, comparándolas, viendo lo peor de ellas para que pudieran depender de él. Como si él les hiciera un favor. 

Tal vez su venganza era contra gente que él consideraba débil: abusó psicológicamente de otras muchachas. A muchas las puso en mi contra, pero era porque sus novios abusaban de ellas también. A otros les decía que se burlaran de mi, pero cuando él se vio superado, a ellos dejé de importarles. Me había recuperado a mi misma y no me había dado cuenta. 

Él se creía más que yo, pero, con muy poco me dejó en paz. Él creyó que se saldría con la suya, pero no pudo. Sin embargo, todo eso no diluye el verdadero problema: Pablo había sido abusado y eso le impediría ser una persona funcional. Yo sólo había sido agredida por él, pero nunca viviría algo tan cruento y tan terrible, que era la realidad de la que Pablo no podría escapar. 

Viví muchos años autodespreciándome, pendejeandome por no ser como otros querían, como él quería. Pero, cuando lo vi ahí, solo, derrotado, sin poder decir a nadie lo que le había sucedido... Observé el por qué de su odio hacia las mujeres, el por qué del patrón de abuso, que era una profecía autocumplida ya. 

Y, por mucho que tenga diferencias con mi familia, nunca entenderé como es que un familiar abuse de ti. Nunca entenderé que te encubran porque también eres un abusador. Nunca perteneceré a ese culto familiar en donde encubren lo que haces a otros como victimario, pero que regresas a ser una víctima de cualquier modo. Nunca lo entenderé. 

Pablo, yo por mi parte, ya se que no te entiendo y que nunca te voy a entender. No me siento mejor, que mal lo que te ocurrió. Pero no fue justo lo que me hiciste, jamás lo será. Yo se que no me entiendes, pero no importa, ojalá encuentres justicia cuando alguien lo haga. 

miércoles, 2 de junio de 2021

Un Amor Incomparable

Me han comparado muchas veces en la vida, todas con gente imaginaria: desde personas que defienden a gente con la cual no viven, como ex parejas que creen que estoy para satisfacer sus deseos y necesidades porque no importo. 

Pero a todos ellos los he mandado a la verga. Antes sufría mucho, mucho por la idea de que alguien fuera mejor que yo, pero rara vez veía que en la otra opción hubiera competencia. 

Y no me paro el cuello, como que la gente cree que eso por lo que te cambia vale más la pena, que ahora si vamos a aprender (ignoro qué), que ahora si se les va a amar correctamente. Pero ves sus vidas y dices: pues claro, es sólo lo que está en su imaginación, pobre infeliz. 

Cuando me compararon con una mujer más delgada, al principio me molesté, pero fue muy cómico esto porque le sugerí al tipo que saliera con mujeres delgadas, que fuera tras la que le gustara, que si le daba asco, mejor que se acostara con la que no le diera asco. Pensé en todo eso, menos en bajar de peso. Si no lo hago por salud, por las mejoras que esto conlleva, menos por un pendejo. 

Si es que hago una dieta es para un asunto específico: mejorar mi condición, reducir azúcares, aumentar mi energía. Todo esto con un médico de por medio (que yo he pagado, porque ningún muerto de hambre me ha dado de tragar ni sabe lo que necesito). Mejorar mi piel o cabello, blanquear mis dientes, mejorar mi digestión, asuntos importantes para una mujer. Nunca lo he hecho por coger mejor ni hacerle el favor a don puñetas. 

Un pendejo, que no me gustaba, se ardió porque le dije que no quería salir a tomar con él. Creo que le dolió no sólo que no fuera su tipo de mujer, sino que me veía como una víctima, no como la mujer que él quería que fuera. Yo, con sobrepeso, con mi cara de lela, con todo lo que odiaba de una mujer, este pendejo de mierda pensó que estaría necesitada y le diría que si. No se imaginó que yo salía con un hombre que me gustaba y que yo le gustaba a él. 

¿Es tan difícil entender que es mejor hacer cosas con el que te atrae y que te sientes del asco si las haces con otro por lástima o por compasión o soledad? ¿Han notado que el sexo es más compromiso que lujuria, seas como seas, con el cuerpo que tengas? Así como hay personas mierda, rock and roll mierda y trabajos de mierda, también hay sexo de mierda. ¿Es tan difícil entender que no quieres eso? 

Y era de esos pendejos que decían que ser delgada era igual a amor propio, él un guey marchito, sin cuello y precoz, que cree que una vieja lo tiene que salvar de su vida de cagada. Que abusaba de su pareja que era más fea que él y para el que ninguna vieja era suficiente, porque era un enano mental y mediocre. 

Otro, aún más marrano que yo, se atrevió a recomendarme dietas que él seguía. Pero no gracias, no quiero verme como tu, por eso no sigo tus consejos. 

Viejas más feas: delgadas o con cuerpo medio amorfo, con cuerpo de adolescente, cara de vato, cara del Pinguino que interpretaba Dany DeVitto, cara de Musculoso de Un Show Más, cara de Alice de Superjail, o del burro de Shrek con cabello largo: todas unas criticonas, unas amargadas de que uno se arregla o tiene una cita. Todas criticando tu alimentación cuando no saben ni comer. Todas diciéndote lo que deberías ser, cuando nunca se bajaron del árbol ni se pusieron zapatos. 

Ojalá la comparación te hiciera apreciar aspectos de una personalidad, pero la realidad es que te aleja de ella. No te hace poner en perspectiva las cosas, ni te hace mejorar, sólo evidencía tus carencias y tus deseos frustrados, sólo te hace ver como la persona pequeña que eres. 

Yo, por mi parte, cuando me pedían algo o cuando me buscaban, siempre les decía la misma respuesta: ¿por qué no vas a buscarla a ella o a eso? Diles a ellos, no a mi. 

Y me sentía en paz conmigo, con quien era yo, con mi gordura y mi personalidad tan difícil y cortante. Porque, en el fondo, aunque la gente no me elija y no me acepte, yo me he elegido a mi.