miércoles, 12 de mayo de 2021

Cuento: La Morticia

Ricardo tenía una novia, pero siempre buscaba a alguien más. Quería estar con Andrea, la iba a conquistar porque era simpático y estaba bien conectado. Eso era lo que decía. 

Cuando le ofreció trabajo a Andrea, ella aceptó porque creyó, de forma muy estúpida, que sería una forma de seguir creciendo, de buscar una nueva oportunidad: el trabajo consistía en ser guía de turistas y ganar de 2500 a 3000 pesos por semana. Ya después vendrían las propinas. Al menos eso le dijo Ricardo. 

Fue muy accidentada la forma en que Ricardo quería formar a Andrea: aunque la escuchaba, luego le echaba en cara como era. Aunque le dedicaba canciones, estas no tenían mucho que ver con lo que sentía por ella. Aunque parecía que la aceptaba, siempre la estaba criticando y le disgustaba si ella tenía un pensamiento independiente. 

Ricardo buscaba a Andrea en su trabajo, le mandaba mensajes, le quería comprar cosas. Parecía que gustaba de ella, de su compañía, o al menos eso decía. 

Ricardo tenía muchos problemas de abandono: desde su fracturada relación con su madre, la cual no lo quería, Ricardo tenía un apego posesivo. Buscaba a mujeres que sabía que no lo iban a amar, o que en el fondo, le desairaban. Cada que Ricardo tenía un problema con ellas, negociaba un nuevo trabajo por sus contactos: prometía pago en dólares, turismo en la Riviera Maya, sólo tenía que hacer una llamada, pero eso lo hacía sólo para generar deuda... y culpa, mucha. 

Siempre contaba una anécdota con la que apodaba La Morticia, mejor conocida como Lucía. Lucía es empleada de Capital Bus y es reconocida por ser de las mejores vendedoras. Ricardo la veía siempre, en un tiempo buscó darle trabajo, pero Lucía se ponía la camiseta y siempre destronaba a la competencia, interna y externa. 

Ricardo parecía también preocupadísimo de su vida: una vez le preguntó a Andrea si Lucía tenía pareja, que por qué no dejaba ese trabajo para trabajar en agencia u otro lado. Que si era pareja del gerente, un gorila afeitado llamado Dwayne Elizondo Mountain Dew Herbert Camacho, un cobarde, ratero, abusivo y resentido, que creo que si citaba a señoritas para que vendieran boletitos. Fácil le preguntó eso a Andrea tres veces. 

Un día Ricardo pensó en hacer un gran movimiento: quería que Andrea fuera su novia y su ayudante para darle más trabajo, dinero y preparación. Cosa que Andrea no aceptó, porque buscaba en ese momento salir de otra relación que no le aportaba nada. Además, Andrea quería trabajar y ganar más dinero: la relación era laboral, Ricardo fue la que convirtió la relación en personal. 

Ahí comenzó el calvario. 

Ricardo siempre le preguntaba a Andrea sobre su vida sexual y su "limpieza" (esto es, si no tenía enfermedades venéreas). A menudo hacía comentarios despectivos sobre su aspecto (porque ya lo había rechazado), su forma de comer e incluso llegó a insinuar que olía raro... Andrea estaba devastada: siempre se aseaba para ir a trabajar, pero las altas temperaturas, el sudor y los esfuerzos constantes, la hacían transpirar. No era un olor desagradable, de hecho, cuando Ricardo se acercaba a besarla nunca se quejó de ella... Pero él empezó a quejarse de ese tipo de cosas. 

 Andrea aceptó a besar a Ricardo, tal vez porque se sentía en deuda con él. Pensaba que, como él tenía sobrepeso, como él había sido discriminado y juzgado injustamente, la comprendería. Pensaba, estúpidamente, que él no sería injusto como lo eran en su otro trabajo. Qué equivocada estaba. Qué estúpida fue. 

Ricardo también le ofreció pagar un curso a su amigo Roberto Franco, un viejo verde y ridículo al que todos llamaban El Padrino, pero no era nadie en realidad, no era nada. Sólo era un viejo que quería manosear y hacer menos a las muchachas. Todas eran unas pendejas, todas, según él, querían con él y pedían viajes con él por su dizque atractivo. Pero lo que le gustaba a la gente era que le podían ver la cara de pendejo. 

Roberto muchas veces intentó manosear a Andrea, incluso le preguntaba si ya se había acostado con Ricardo. La humillaba con bromas pesadas. Ante esto, Ricardo nunca hizo nada. 

Después, Ricardo empezó a tratar a Andrea como chalana. Andrea siempre le consiguió lo que necesitaba: desde cosas domésticas como matamoscas hasta revistas especializadas. Andrea sabía hacerlo, pero lo único que recibía era desconcierto, menosprecio y burlas hacia su carrera. Tal vez lo niegue Ricardo, tal vez se haga pendejo, pero así fue. 

El dinero que Ricardo le prometió a Andrea sólo fue una parte de la suma, después, sólo eran promesas: un día vas a ganar más, un día te voy a invitar a comer, un día te voy a llevar, un día vamos a salir tu y yo... Nunca, por fortuna, se cumplió nada. Ricardo no tenía esa intención. 

Aunque le prometían mucho dinero, Roberto y Ricardo querían quitárselo para el curso pitero, estaban haciendo negocio con la gente que acosaban en Capital Bus. Ricardo, como el caballero blanco que era, sabía reconocer a víctimas y a gente que se iría a otros trabajos, pero sólo pretendía ayudarlas para después abusar de ellas: verbalmente, incluso físicamente. 

Una vez que Andrea veía su celular, para estudiar algo que Ricardo le había encomendado, Ricardo lo tomó como una falta de respeto, pero, en vez de decirle que pusiera atención, le soltó un manotazo que pellizcó los dedos de Andrea con su celular. El día que Andrea le confrontó, él dijo que fue un reflejo inconsiente y que quería abrazarla para llevarse el daño que le habían hecho. 

Pero Ricardo era un abusador: los constantes abusos y negligencia de su madre lo habían vuelto misógino, tóxico y manipulador: los supuestos contactos que tenía eran mentira, la promesa de un buen sueldo, la posibilidad de ser guía de turistas, la forma en que convencía a las mujeres y las promesas de tratarlas bien. En todo mentía. 

Y la mentada Morticia, Lucía, era su gran amor: tenerla a ella era tener todo lo que aspiraba: una persona delgada, organizada, pulcra, delgada, buena vendedora, buena guía de turistas, delgada y delgada. 

Porque eso era lo que Ricardo creía: que una mujer delgada era más bonita, era el trofeo para que él pasara de ser simpático a galán. Ella era quien lo convertiría en un verdadero seductor, no la mujer con la que anduvo. 

Cuando besaba a Andrea pensaba en Lucía, cuando la invitó a comer tacos, cuando le ofrecía su protección, en el fondo, pensaba en Lucy: ella era su Morticia porque él quería ser su Homero. 

Quería los guantes porque habían tocado sus manos, no le interesaba la chica con sobrepeso, simpática, inteligente, pero nunca como ella. Nunca sería suficiente porque era fea, sucia y era un chiste. Si había fracasado ahí, fracasaría siempre. 

Si no podía bajar de peso, no era bonita, ni confiable. Si no hacía dieta no se cuidaba, no se quería, no estaba en lo cierto, no merecía un amor que no Andrea no quería, que sólo había aceptado porque le diste lástima. Le diste lástima, Ricardo, por mucho que la compararas. 

Andrea, según Ricardo, era sucia por su sobrepeso: eso la hacía que comiera de más, que la ropa no le quedara bien, que no fuera atractiva, que oliera raro, pese a que no estaba enferma de nada... Que no tuviera bella sonrisa. No era Lucía, en ella todo estaba bien. Supongo que no sabía que su idealización era baja autoestima. 

Cuando Andrea le puso límites, Ricardo se victimizó, aunque él había agredido primero a Andrea y sin razón. Andrea se sinceró con él: si era gorda, fea y sucia, ¿cómo para qué quería estar con ella? Ricardo, desesperado, sólo respondía con emojis dignos de un imbécil: perritos y caritas tristes, con decepción, porque no tenía cara para contestarle. 

-Yo nunca tuve una mala intención contigo: sí quería estar contigo, era porque pensé que me comprendías- le espetó Andrea. No me lastima el que quieras a una mujer delgada, me molestan tus mentiras, tu cobardía, tus ganas de querer humillar a una mujer y de querer comprarla, para que haga y sea como tú quieres. No me molesta que estés enamorado de Lucía, pero, pudiste habérmelo dicho para saber qué esperar de una relación. Todo el tiempo fingiste, todo el tiempo me hiciste creer que veías algo bueno en mi, cuando sólo querías insultarme y compararme con Lucía, tu verdadero amor. 

Le deseamos mucha suerte a Ricardo, ojalá deje de mentir y de humillar y consiga a una mujer delgada. 

Andrea tuvo otra relación con un hombre más guapo, más delgado y más educado: se reían juntos, había respeto, había química. Había verdad en sus palabras. Desconozco que pasó con Ricardo, supongo que nunca se ligó a la muchacha guapa, sigue fantaseando con decirle Caramía o Mon coeur