viernes, 26 de marzo de 2021

La Adriana que no vi

I

Adriana de Master Chef ha sido de las concursantes más antipáticas de esta nueva temporada. No es por su técnica ni por sus platillos, es por el evidente favoritismo del juez José Ramón Castillo y por la inconsistencia de las reglas que es cada vez más injusta en esta temporada

Perdonan cosas crudas, mal cocinadas, malas decisiones, pero son terriblemente duros con gente que repite recetas; gente que ayudó a un participante; gente que supuestamente se derrota cuando el cansancio mental es demasiado. Parece, como en los trabajos, que se favorece al que caiga mejor, no al que trabaje eficientemente. 

Lo que me lleva a ¿por qué son exageradamente culeros con Eruviel? ¿quién les hizo tanto daño? Aceptan a gente que no tiene idea de cómo cocinar, pero juzgan a alguien por errores que YA corrigió y lo juzgan personalmente, en vez de juzgar su trabajo.

Parecen maestros de lógica o Capital Bus, así de pendejos. 

Y, esto resulta incongruente con el supuesto mensaje de diversidad que quieren dar a entender. 

II

Ya he tenido problemas y discusiones con Adrianas antes. Por desgracia, conocí a gente que tenía una amargura más grande que la mía a sus escasos 15 y 16 años. 

Adriana 1 era mi vecina, siempre le gustaba (le encantaba) destruir y maltratar mis juguetes. Cierto día decía que yo no tenía ninguna preocupación porque era rica. La verdad, eso no era cierto, porque toda mi vida he rentado, pagábamos las cosas a pagos y siempre tuvo que haber más de dos ingresos para sostenernos como familia. Iba a la peor escuela de la república que era igual a todas: la escuela pública y la verdad, era lejanísimo cosas como cámaras de video, celulares o computadoras. Ciertamente no era rica, sólo tenía un poquito más que Adriana 1. 

Pero a ella eso le cagaba: siempre quería que le regalara la ropa de mis muñecas, collares, pulseras. Una vez mi mamá me gritó por regalarle un collar que en ese entonces era costoso y que con mucho esfuerzo me había comprado. Hoy en día, no encuentro justificación para Adriana 1 y me pongo de lado de mi madre. 

Siempre decía que todos la querían, aunque fuera prácticamente imposible, pero que ella siempre se llevaba poca madre con todos. Y luego, cuando no conseguía lo que quería, hablaba mal de esos todos o de sus supuestos amigos que no la habían ayudado. 

Adriana 1 también arruinó mi amistad con personas más nobles, arruinaba mis cosas y me estaba arruinando el concepto que tenía de amistad. Mi foco rojo fue cuando ella me chantajeaba con ya no hablarme si no hacía lo que ella quería. Y un día me cansé.

Vino a la casa, yo le abrí y le alcancé a decir: ¿Qué quieres ahora? Adriana 1 se quedó muda, ya sabía que ya no me iba a dejar. No veíamos lo mismo, no le gustaba cómo era yo. Nunca me aceptó. 

Cuando se fue, respiré aliviada, como si me hubieran quitado un gran peso de encima. No era mi amiga, no era nada. 

III. 

Adriana 2 estaba enamorada de su maestro de matemáticas, Enrique Villaseñor, la verdad es que el tipo ni era guapo ni era buen maestro, pero como quería hacerse la intensa y la interesante, pues, estaba bien clavada con ese pendejo.

Adriana 2 era muy joven, pero tenía una amargura de una mujer de 70 años que sufrió mucho y que por dentro era una mujer que nunca cumpliría sus expectativas y nunca tendría una oportunidad en la vida. 

Primero fingió ser mi amiga y me presentó a sus otras amigas, luego, sus amigas parecían hablarme más a mi que a ella. Lo que, en verdad no le importaba porque nunca comentó nada. Después parecía que teníamos una especie de conexión, luego era fría conmigo. Decía que era como su hermana menor, luego le molestaba que le preguntara que si éramos hermanas. 

Nota mental: Nunca, nunca confundan la amistad con la hermandad. Porque, ni honras la amistad, ni la hermandad. Sigamos. 

Un día, explotó y me gritoneó que ya no quería ser mi amiga, que yo la seguía a todos lados, que parecía que me gustaba todo lo que a ella. Como buen agresor, volteó todo a que ella era la agredida. Me fui de ahí y le di la razón. 

Pero la verdad... era un poquito arrastrada

En el CCH me la volví a encontrar y ahora ella me habló a mi. Aparte de eso, yo había cambiado mi forma de vestir porque quería salir con pendejos inexpertos para el amor. Y ella estaba chingue y chingue. 

Que no me portara así, que los weyes me iban a cojer (cosa que yo quería, la verdad, porque desde los diecisiete quería y ya). Que no me maquillara, que hay que ser una dama en la mesa, pero no una puta en la cama... yo le dije que ni me interesaba a andar con weyes a largo plazo y que pues, me valía madre eso. 

Pinche vieja la verdad, ni ella se aguantaba. 

Yo la mandé a la chingada, porque pues, ¿no que ella no me quería? ¿que ella se sentía mal cuando le hablaba? Yo creo que nada más quería estar mamando. 

Igual, nunca la entendí. Nunca me dolió que se fuera. 

IV

Por eso, cuando pienso en Adriana de Master Chef me recuerda un poco a ambas. Una mujer que, aunque, la quieran, aunque la favorezcan, aunque hayas pasado cosas buenas o malas con ella, ella no dejará de llevar su amargura con ella. Vive enojada, se nota que tiene muchos problemas desde antes. 

He prestado atención a sus entrevistas y Adriana sufre mucho: sufre con José Luis, sufre con Oswaldo, sufre con David. Sufre si Meche e Itzel no la quieren, sufre si Rolando le echa porras a Eruviel. Sufre y se siente destruída. Sufre y llora aunque gane todos los retos. 

Y, cuando gana otro, basta ver su lenguaje corporal: mueve su cabeza como si tuviera una especie de radar o antenas, desorbita sus ojos, baja la boca y hace su misma mueca de amargura. Como que no es suficiente eso para el vergo que le debe la maldita vida. 

Me imagino a Adriana Salcedo, al día después de la imposición de su triunfo. Se levanta, se ve al espejo: es la mismo vacío, tiene el mismo problema: el dinero, el triunfo, no la ayudó. No interesa ya, porque ya nadie quiere recordar su temporada. Ahora es más antipática, quiere sentirse diferente, pero nadie le cree, ni ella se cree. La vida se ha vuelto agridulce para ella, porque tiene que empezar otra vez. 

Adriana tenía amargura dentro de si, tal vez porque necesita otro tipo de ayuda: siempre se refería a sí con palabras como quebrar, destruir; con indiferencia, de forma vengativa y despectiva. Entre más le daban lo que querían y entre más obstáculos enfrentaba, más frustrada estaba. Otros concursantes, aunque tenían fracasos, eran más resilientes. Buscaban soluciones y aguantaban vara. Era una lucha contra los jueces. 

Ella, por su parte, sólo se preocupaba por tener alguna relación tóxica o bien, jactarse de su triunfo para perjudicar a otros. No justifica su dolor ser una pésima persona. 

Adriana 1 sufría porque su padre no estaba con ella, vivía resentida porque él se fue para enviarles dinero. Ese era el dolor con el que vivía. Y aunque su venganza fue por las cosas: porque creía que debía tener para ser. Obviamente, cuando se dio cuenta que eso tampoco era su felicidad, debió haberse sentido muy triste. 

Adriana 2 tenía una hermana mayor, con la que frecuentemente comparaban. Un día escuché su dolor porque se lo dijo a alguien más. Y no a mí, con la que, frecuentemente comparaban y la hacían sentir mierda. Supongo que muchos años se sentía de esa forma. 

Ellas creían cosas que, supuestamente, ayudarían a aliviar ese dolor. Pero era demasiado tarde, porque perjudicaban a la gente a su alrededor y a ellas mismas. No tenían la inteligencia emocional para expresarse y conseguir una buena amistad. Aunque la vida les mostrara caminos, ellas seguían pensando lo mismo, lo que las hacía vulnerables a sus escasos 12 y 16 años. 

Desconozco qué fue de ambas. Dejé de verlas hace mucho tiempo, porque nunca me contaron lo que sentían. No quiero pensar mucho en lo que hubiera sido, porque son la Adriana que nunca vi.