jueves, 4 de mayo de 2023

Mi vida después de Better Call Saul

Better Call Saul fue una de las mejores series que vi en mi vida, no era por el gran Bob Odenkirk, no era por Giancarlo Esposito, Jonathan Banks, Rhea Seahorn o Michael Mando, no era porque fue una serie diferente de abogados, ni fue porque logró engancharme desde que vi a Saul en Breaking Bad. 

Better Call Saul viene de una parte de mí que es oscura, que no tuvo un arco de redención. 

Yo era como Slippin' Jimmy y, por ciertas acciones, me iba a convertir en Saul. 

Empecé mintiendo con cosas pequeñas, porque me daba vergüenza no poder defenderme de mis bullies: hoy no me dijeron nada, hoy no tengo nada, hoy otra persona me habló. Pero por dentro me sentía igual, por dentro estaba muy triste. 

Luego empecé a ver que me iba mejor con las mentiras: me daban protección, reconocimiento, integridad, incluso credibilidad. Al igual que Jimmy, era parte de un sistema que estaba corrompido, en el cual no estaba permitido decir la verdad. 

Recuerdo mis experiencias con la verdad y nunca fueron buenas: me regañaban por decir la verdad, por querer estar sola, por escapar de un entorno que estaba lleno de violencia, por inventar pequeñas mentiras en donde mi vida era mejor. Era preferible leer libros de fantasía, de ciencia ficción, de moneros mexicanos que aún quiero, esto me salvó de mi existencia. 

Luego vi The Invention of Lying del gran Ricky Gervais y fue maravilloso: el ateísmo fue mi grito de guerra cuando me hablaban de religión, de las mentiras que creían todos para seguir adelante. Yo era una persona sin Dios, pero que se hundía en la tristeza y en la falta de sentido.

Hoy en día, gracias al episodio Ruthie de Bojack Horseman, supe que esas mentiras son una forma de tener compasión por uno mismo, que nos reconfortan y que depende de qué mentira decimos si somos íntegros o no. 

Con Gervais observé que se tiene éxito con la mentira, también prestigio, pero, también habrá situaciones en las que, simplemente no puedes mentir. Por otro lado, Raphael Bob Waksberg me mostró que no se miente por ser cínico, sino que se necesita creer en algo que nos ayude a continuar. No necesariamente es la religión: podemos creer ciegamente en el futuro, en el amor, en una relación que nos salvará o en algo que nos mantiene a flote. 

Justificaba mis mentiras con esto. Antes de caer en depresión por un duelo prolongado, creía que estaba haciendo algo bien, algo necesario, que, si podía creer de alguna forma la mentira, entonces podría actuarla bien. 

Parte de que se actúe bien la mentira es que haya un elementos como la plausibilidad, un cabo suelto que no sea importante, ciertos detalles que confirmen nuestra historia. Y si hay preguntas, hacer una versión accesoria. 

Llegué a funcionar con las mentiras, pero una vez le mentí a una jefa que tenía sobre algo que dije que hice, pero por desgracia, su esbirra me espiaba y se dedicó a decir todo lo que hacía y no hacía. La esbirra inventaba toda clase de rumores sobre mi, pero era su proyección y su ira narcisista: inventó que le tenía envidia y luego inventaba que decía groserías, que hacía cosas que no debía. Yo la confronté porque no tenía ventaja y estaba triangulando, pero esto la hizo una perra aún más vengativa. 

Luego pasó un tiempo me deprimí: una persona más ignorante y más mentirosa me había vencido, no podía creer que eso me hubiera pasado a mi. Me dio en mi ego y en mi confianza. Ya después me enteré que la corrieron de peor manera: porque decidió ser una mandadera, en vez de la nada que era. 

Al final todos enfrentan su verdad: ser usado para hacerme daño, porque no podían por ellos mismos. 

Cierto día supe que mi depresión era porque no me decía la verdad: mi cerebro hacía malabares para decir que todo estaba bien, pero en realidad no era así. Me sentía derrotada por quienes me habían lastimado, sentía que tenían razón, sentía que sería así toda la vida y que me iba a quedar sola. Lo que antes me daba esperanza ahora era una mentira. 

Ya viene lo de mi vida después de la serie, lo prometo. 

Hubo un día en que me dije una verdad y no me dolió, porque no me pasó nada: mi papá nunca me vio como hija, no le importaba un carajo. Y estuvo bien, porque sentí que me quitaba de un peso de encima. Por muchos años creía que era yo, pero esto fue solo para protegerme de esta verdad, que ahora parecía inofensiva. 

Y, en cierta ocasión recuerdo que iba en el metrobús, no podía ocultar mi vergüenza de no estar bien en la escuela por quién sabe cuál vez... Entonces, empecé a pensar una mentira: Voy a decir que el metro se había detenido, voy a inventar una tragedia, luego voy a decir que tenía que hacer algo que olvidé o que tenía muchos pendientes, luego tengo que ingeniármelas para decir que tuve problema para hacerlo... luego... luego es que me siento muy cansada. Que la verdad, es que no puedo, porque lo que pasa es que no me siento cómoda en la escuela, por eso me salgo, por eso huyo. 

Empecé a preguntarme algo que decía el maestro Gerardo de la Fuente: y si, ¿mejor les digo la verdad? Es mucho más sencillo. 

Antes de eso, tuve dos conversaciones con personas que yo quería y respetaba: la primera fue con una amiga que me dio una gran lección: O aprendes a mentir bien, o no mientas. Sinceramente, esto no me lo esperaba porque no pensé que pudiera tener este cinismo, pero fue la forma en que ella me demostró su preocupación por mi. 

Otro maestro, al cual siempre admiré desde que lo conocí, me dijo que en ese asunto de mentir debía ser muy cuidadosa porque, podría ocurrir que mi salud mental se viera comprometida. Hay personas que enloquecen, que se vuelven un monstruo por sus propias mentiras. 

Hasta la fecha, no he podido agradecerle a ese maestro el haberme salvado de mí misma. No me había detenido a pensar en esto, pero me asusté mucho. Ya lo había dicho George Harrison: la gente que gana el mundo pero pierde su alma. 

Luego llegó lo que le llega a todo Jimmy: un Chuck McGill. 

Cuando ocurrió el problema, se iba a estrenar la quinta temporada de Breaking Bad. La serie de Vince Gilligan fue el sueño húmedo de cualquier filósofo: un profesor, aparentemente bueno, que usa sus conocimientos de química para hacer metafentamina y que termina por convertirse en Heisenberg, el narcotraficante más buscado. 

La serie tenía personajes memorables, como Jessie, Mike, Hank y Gus Fring, pero uno de ellos, uno que se robó mi corazón, fue el abogado de medio pelo llamado Saul Goodman. Un abogado sinvergüenza que se vale de todas las estrategias para ganar un caso. 

Saul se ganó los corazones de muchas personas, por lo que una serie de sus inicio, sonó como una extensión de Breaking Bad. Qué bueno que no lo fue. 

Tuvimos un problema personal, que él volvió académico. Él sabía que yo me sentía mal y que me sentía devastada. Le mentí sobre algo personal porque tenía vergüenza, no como la vergüenza que había sentido antes, era esa vergüenza de haber caído tan bajo por alguien que no lo merecía, por un estúpido. Empecé a pensar que no tenía remedio y así fue. 

Cuando descubrió la mentira me condenó injustamente por más cosas: cosas que no había hecho y cosas que supuestamente su amiga le dijo que le había hecho. La amiga siempre fue víctima, hasta de mi, cuando ni siquiera sabía desde cuando tenía una relación abusiva. 

Además de esa culpa, soporté sus groserías: nunca quiso atenderme, ni escucharme, cuando yo tenía que exponer, me saltaba, así fuera algo académico o personal. Cuando le dije que era autodidacta, fue el mejor recurso que tuvo para evitarme. No lo culpo, tal vez yo hubiera hecho lo mismo. 

Tenía colegas que me juzgaban igual y a los que no les caía bien: siempre me vieron hacia abajo, aún cuando no habían logrado nada. Otros esbirros que se juntaban a hablar de mi. Uno de esos quería que no me dejaran entrar al Instituto. 

Fue entonces que me dijo que yo necesitaba ser muy inteligente para mantener tantas mentiras, poco faltó para que me dijera que la lógica era sagrada y que hacer mi tesis sería peor que un mono con una metralleta. 

Él, que se creía Heisenberg con esas jugarretas, que creía que era el peligro y que era el que dirigía su operación. Pero la realidad es, que era como Chuck: rígido, poco valorado y opacado por personas que él creía una amenaza. 

Al igual que yo, también tuvo muchos problemas para aceptar que él decía mentiras, que, en algunos casos estuvo bien y se sintió bien; que usó a algunos esbirros y lo correcto que era para bloquearme. Nunca fue honesto conmigo, pero yo sabía qué era lo que en realidad pensaba y que quería que me largara de ahí. Yo nunca le agradé, nuestra amistad se extinguió como el fuego de un candil.

Yo nunca me vi en el universo de Breaking Bad, pero ver a Jimmy, Saul Goodman me hizo recordar todas esas cosas que yo hacía: la sensación de poder que era salirme con la mía. Era cuando yo trabajaba para mi, yo estaba de mi lado y buscaba entender una situación para poder mentir, engañar, urdir, irme de más. Esto era lo que me decía mi familia. 

De mentir por vergüenza pasé a mentir para conseguir lo que yo quería. Me sentía mal de que me descubrieran, pero no de haber mentido, porque si yo era una extraña en mi entorno, los que vivían conmigo eran extraños para mi. 

Fue otra vez la libertad, el buscar cabos sueltos e historias creíbles: la mentira era algo adictivo y era algo que funcionaba. Mi vida era mucho mejor así: me sentía más segura, me sentía mejor conmigo misma, incluso logré conquistar a hombres que me gustaban con cambiar muchas partes de la historia. 

Pero siempre se quedó el resentimiento de mi familia, por haberles mentido. Personas que me juzgaron como un criminal y personas a las que no les dije la verdad porque eso las hubiera alejado más rápido de mi. 

Hasta la fecha, aunque he demostrado que no hago nada y que soy buena persona, mi familia me repite constantemente que urdo, que me voy demás o que les veo la cara; cuando, muchas veces no se ni a dónde ir. 

Yo veía a Jimmy y también me sentía así: en lo bueno y en lo malo. Tenía a pocas personas que creyeran en mi, las que creían en mi sabían que yo era mentirosa, otras me dijeron que el mentiroso cree que otros le mienten igual que él, eso no lo vi venir porque me vi envuelta en muchos ataques. 

También era Jimmy en mi complejo de inferioridad, en creer que de esta forma conseguía algo... Otros me veían desde arriba y yo sólo podía seguir urdiendo y seguir haciendo que las cosas pasaran, porque nadie estaba de mi lado. Justificaba esa parte de mi porque me convenía. 

Cuando Jimmy le dice a la chica el discurso de Se lleva todo el ganador, él se ve reflejado en el parabrisas del coche mientras le habla a la muchacha. Así era yo: quería una oportunidad de demostrarles con quien se habían metido. Ellos me veían así, pero yo me sentía y me creía más.

Tuve amigos con los que podía mentir y enseñarles a no dejar cabos sueltos, desaparecer evidencia, hacer creíble tu historia, usar la plausibilidad y la probabilidad, hacer elaborados esquemas para no tener consecuencias. Esos amigos me dejaron atrás y no fueron felices conmigo. De hecho, tres de ellos me mintieron sobre que yo les caía bien. 

Sin embargo, el haber vivido de apariencias y mentiras me hizo una persona más retraída, me sentía culpable y paranoica todo el tiempo. Aunque el urdir me hacía acercarme a mi naturaleza y le daba color a mi vida, todo era blanco o negro, no había posibilidad de mediación. 

No me siento orgullosa de haber mentido, porque critico a muchos que no son como yo y también los veo desde otra perspectiva, pero pude entender muchas ideas de la gente: como que le es más fácil atacar al otro en vez de enfrentar lo que es, que enmascara su deseo en vez de enfrentarlo, que finge que todos la envidian porque no es nada. 

Esos mecanismos de defensa me hicieron analizar mejor la maldad y la mediocridad de otras personas. Y también me gustaba leerlos en Saúl, que había tocado fondo pero seguía mintiendo, urdiendo, haciendo esquemas complicados. 

Dos de mis episodios favoritos eran Nippy, de la temporada 5 y Coushatta de la temporada 4. En este último se observan todas las mentiras de Saul (y de Kim) para no dejar cabos sueltos y defender a Huell, uno de los achichincles del abogado. 

Saul paga a la gente para que mienta, porque los convence con mentiras y con el incentivo del dinero, luego hace que los estudiantes que le ayudan también mientan para que no llame la fiscal; luego busca limpiar la imagen de Huell de la manera más absurda, lo hace ver como un santo pero es un bribón como él. 

Con Nippy es cuando Saul vuelve a las andadas y hace un complicado esquema para robar una tienda de ropa: pide a dos taxistas que lo ayuden a urdir el robo, usa la materia prima del negocio donde trabaja, usa el soborno, intenta acercarse a la gente que lo intimidó para demostrar que él es más fuerte. Deja de tener miedo porque la mentira lo libera, esto es algo paradójico, pero no es tan difícil de entender. 

Además de la escena del rol de canela, que representó una subida de ventas de Cinabonn, la escena siguiente es donde Jimmy, Saul y ahora Jim Takovic se confiesa, pero es para poder continuar con su mentira. 

Ante la posibilidad de que algo salga mal, Jim se abre con el policía y le dice que no tiene familia, no tiene esposa y no tiene a nadie. Jim se sabe solo y empieza a llorar, pero esta actuación, que es otra cortina de humo, viene de la verdad. 

Y es donde la mentira empieza a ser peligrosa: Jim sabe que sigue mintiendo y que no puede dejar de hacerlo y, para que funcione su mentira, debe empezar a coquetear con la verdad; debe mostrar vulnerabilidad para poder abusar. 

Jim, al igual que yo, es muy inteligente porque sabe controlar muchas mentiras, tanto que lo acercan a la verdad que no acepta. 

Fue ahí en donde yo me vi sola: he sobornado a gente con cosas dulces para que hablen conmigo y para que me quieran, me he juntado con gente que no me conviene para poder decir que soy mejor que ellos, creo saber todo y eso me aleja de otros. No tengo muchos amigos, me siento alejada de mi familia. 

Cristian Gutiérrez pasó de ser mi maestro a una persona non grata. Aunque yo perjudiqué a sus amigos, él decidió cobrarse con algo académico. Habló de mi con sus colegas, con los cuales, yo también tuve problemas. 

No debí confiar en Daniel González García, profesor de la fes Acatlán que abusa psicológicamente de sus parejas y alumnas. Al hablar con él, cavé mi tumba o creo que aceleré mi final. Es posible que esto nunca se vaya a arreglar. 

Y es que no tenemos una máquina del tiempo que haga que todo lo que dijimos sea verdad o que nuestras mentiras no tengan consecuencias. No podemos creer que si estuvimos con gente que no nos quería algo iba a salir bien. No podemos volver al pasado y arreglarlo todo, por más que nos engañemos. 

Yo se que se lleva todo el ganador y que una mentira puede hacer mucho daño si nunca se sale de un espiral de corrupción. Pero siempre quedan los recuerdos de quien confió en nosotros, de quien nos ayudó cuando no estábamos en nuestro mejor momento, de quien nos consoló cuando nos pusieron un espejo y nos señalaron. 

Si Vince Gilligan me puso ese espejo y me mostró cosas que tenía de Jimmy, siempre hubo aquellos amigos con los que me divertí, con quienes no salió bien lo que urdimos, siempre tuve mi apariencia para que no creyeran que yo mentía y la astucia para que no me preguntaran más. Supe tomar la medida y el mundo también tomó la mía. 

Y siempre tuve el apoyo de los que creían en mi, a pesar de haber sido como Jimmy, a aquellos que no fueron conmigo como Chuck, porque las heridas y las frases que más hieren son las que nos dicen quienes creímos nuestros amigos, de quienes sólo queríamos su respeto y reconocimiento. De culeros, de ojetes y de pendejos, lo podemos aceptar, pero de ellos no, porque el pinche amor siempre duele más. 

Las mentiras, igual que los argumentos se caen: tienen cabos sueltos y una premisa que es débil, son útiles en algunos casos, pero también generan mucha violencia si no se saben hacer. El creer esto no es de un criminal que piensa como lógico: viene de haber sufrido muchas injusticias y de que todo se lo llevara un ganador. 

Hasta siempre Jimmy, Better Call Saul. 

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