viernes, 21 de febrero de 2020

La Efectiva

Karla era una mujer efectiva, lo que sea que esto signifique. Su nombre de hecho no importa, vamos a llamarle La Efectiva. 

Siempre se levantaba muy temprano y se arreglaba, se ponía sus pantalones negros y su blusa, era recepcionista de un hotel. Sus dos fieles escuderos, eran los policías que vigilaban el hotel. Bueno, escuderos no, eran mandaderos y estaban ahí para darle información a La Efectiva. 

Uno de esos policías sabía todo lo del hotel y eso complacía a La efectiva de sobremanera. Tenían mucha química, tanta, que a veces ella sobrepasaba los límites: lo insultaba, de pendejo no lo bajaba, pero él, como su perro fiel y faldero, sólo conocía la lealtad y favores de La efectiva, vaya que tenía suerte, porque la recomendaba a cada rato. 

El otro a cada rato la exponía: cuídate de La efectiva, que no sepa que vendes, que hace muchas transas y te va a robar clientes. Poco después, me enteré que él policía chismoso estaba resentido con La efectiva, era un envidioso y un férreo detractor de lo que hacía. 

Era muy fácil saber por qué La Efectiva era La Efectiva se adelantaba a las necesidades de los clientes, se pavoneaba con su fingida amabilidad. Hablaba inglés sin hablarlo (a todo decía que Yes y que two streets).  Hacía malabares con el dinero y con las cuentas. Tenía ojos en la espalda; estaba al pendiente de todo (por metiche, no por genuino interés), "ayudaba" a sus compañeros y les recordaba ser sociable, aunque ella sólo lo pretendiera... 

Sacaba gente, le gritaba a todos el precio, pendejeaba a todos. 

Era de esas mujeres cuya voz se escuchaba en toda la recepción, de esas personas a las que todos veían y nadie se quería meter con ella. Muy popular, pero no precisamente por cosas buenas. Todos conocemos una Efectiva como ella. 

La Efectiva tenía dos hijos qué mantener. Muchos se burlaban porque era otra madre soltera, otros más, porque el padre de esos niños no le correspondió. Las mismas burlas en público ella las recibía en privado, en un ambiente de la más desoladora antipatía.  

No hace mucho que tiene dos trabajos: para comprarles cosas a los niños que trata con negligencia, para ayudar en casa y creer que pasará algo. De esa situación se burlan a sus espaldas, pero no me extraña de esos machitos de hotel que se dedican a criticar a lo que respira. 

Todos querían que se fuera, porque servía en tanto les siriviera, como muchas Efectivas que conocemos. Como tantas que hay en cualquier trabajo. 

El policía chismoso siempre la quería afuera, nunca le pregunté por qué, pero más adelante tendría una respuesta. Un hombre mayor que me pretendía siempre decía: -El poli se queja de lo que La Efectiva hace, porque él le ayudaba a hacerlo: las transas, los fraudes, los tejes y manejes con el dinero. Por eso quiere que la quiten- replicaba. Pero mejor se fue él porque el hotel era muy grande para su ego. 

Muchos policías de ahí le decían: Poli, ¿es cierto que eres un muerto de hambre? A lo que él se tragaba su orgullo y contestaba como estúpido, ya era tarde, ya lo habían ridiculizado. No podía hacer nada, porque era la ley del más fuerte. 

Otro más, un chico cristiano, quería que se fuera porque La Efectiva fingió creer en el Dios que tanto predicaba. Un Dios que guarda silencio cuando se trata de injusticias, pero cuyos caminos son misteriosos para nosotros. 

Las otras, las que limpiaban y sacudían el hotel, las recepcionistas que se irían dentro de un año o dentro de seis meses porque ya tenían quién las mantuviera, sólo querían que les dejara de decir lo pendejas que eran. Jamás le decían nada, porque La Efectiva supongo estaba solapada por alguien. 

El chico cristiano me platicó un día que La Efectiva había perdido sus comisiones después de hacer sus fraudes y movidas. Las que sabía el policía, las que sabían los otros del hotel, las que nadie denunció, sólo él, que nunca pudo ganarle porque consiguió otra cosa mejor. Cuando vendía perfumes, La Efectiva se burlaba de él como si no tuviera dignidad. Concuerdo con el cristiano al decir que era una perra. Jamás esperé empatía de alguien narcisista, jamás sabré por qué tal ensañamiento con un cristiano. 

Al no empatizar la con La Efectiva, un día se burló de mi y no reaccioné. Otro día hizo un comentario sobre un familiar mío, que falleció. Siempre buscando mi reacción, atisbó a decir que ella justificaba al chico cristiano, pero sólo se burló de su temperamento y sus creencias. Sobra decir que evidenció que era crédulo, pero no por ello estúpido. 

Yo la miré con desconcierto: nunca jamás ha justificado a nadie, sólo piensa en ella. Trabaja con quien falsamente cree competencia, grita, es prepotente, pero no es dueña del hotel. Como tantas Efectivas, tiene un gran complejo de jefa, porque nunca llegará ahí. Quiere quitar todo, porque no tienen nada. 

El gerente, otro más interesado en correr a La Efectiva, la tenía trabajando ahí por recomendación de su mamá. Que se quedara en el hotel pero sin mayor sueldo. Que capacite a los otros, que vea las reseñas, que haga y diga, que se la pase pendejeando a todos. Que sea hipócrita con todos. Que siga en el mismo lugar. Que haga el trabajo que otros no quieren hacer. 

Cinco años en el mismo lugar. 

Cuando me fui de ese negocio, no estaba ella ni su esbirro policía, aquel que fue su mandadero, a veces objeto de humillaciones y en algún tiempo atrás, su amante. Ella, La Efectiva, habló mal de mí y de mi desempeño porque en sus reglas no escritas, decidió que no le caía bien. Habló con el cara de perro para que me quitaran de ahí. 

Cierto día, ese cara de perro me comparó con ella y le dije que la contratara. De ahí salió su mote: -Si... pero es Efectiva, asestó el ingrato después de que le llevara la comida a él y su horrible familia de fracasados. 

Si señor cara de perro: yo quiero que la contrate porque es una Efectiva que desde hace cinco años no ha progresado en nada. Que trabaja más para ganar menos, que tiene que mantener a su familia y aún así, nadie le dará una mejor oportunidad, no va a mejorar. No fue por el dinero que transó, no fue por lo que hizo, no fue por las cosas tan horribles que decía de todos: fue por ella. 

Una efectiva que no sube de puesto, que hace todo y que nadie le agradece (usted tampoco), que aunque le llene el hostal va a encontrar que tendrá los mismos abusos de confianza, que maltratará a otros que no considera a su nivel, que le hará ver su suerte. 

Y, si, yo quisiera ser esa Efectiva, la que finge, la que cree tener el poder. Por un rato la mentira se vuelve verdad, pero después se cambia para ir al otro trabajo, a uno de menor rango. Como el perfumero, como se refería despectivamente al cristiano, tiene que vestirse de pizzera, hacer de todo porque la oportunidad que tenía se le fue de las manos. Pero al igual que todo lo que ha hecho, no le importa. 

Esa efectiva, que tiene dos trabajos, pero que en ninguno se le respeta. No hay reto, no hay nada, sólo el frío del hotel tan decadente y el calor del horno de las pizzas. 

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