lunes, 14 de noviembre de 2022

Canciones con filosofía: Zombie

También quiero titular este post: Sobre estar destruido.

En la Chora Interminable invitaron a Juan Pablo Villalobos, a Mauricio Lara y Jorge F. Hernández. Lo que tienen en común todos estos invitados es su pasión por la lectura, el diseño y la habilidad de compartir con otros. 

La Chora me ha acompañado en mis noches largas y mis días, es mi relación parasocial favorita y con ella me he dado cuenta de muchas cosas. Los choreros dicen muchos secretos, además de que dan mucha estabilidad con la rutina de los jueves. 

Juan Pablo Villalobos dice que dedicarse a un trabajo que implica la escritura, cuando uno es escritor, puede terminar de destruirte. Con todo lo que pasa uno, lo que lee y escribe por obligación: ¿le quedará tiempo para dedicarse a escribir lo que le gusta? 

Mauricio Lara dice que la docencia, en parte, es realizar una actividad limitada y que funcione para el docente. Si uno es un maestro que exige, será mejor que uno que deje pasar al alumno con cualquier trabajo. Lara dejó la docencia cuando dejó de funcionar la rutina a la que se sometía 

Jorge F. Hernández dice que es una fortuna poder vivir de los libros, se hizo divulgador mediante el trabajo de librero y logró colocar materiales mexicanos en el público español. Él hace su trabajo con gusto, logró reinventarse después de que la mala fortuna lo alejara de un trabajo que desempeñaba correctamente. 

Yo, en la vida, quería ser como ellos: compartir esa misma pasión por lo que hacen. 

Jis y Trino, al igual que Simon Pegg y Nick Frost hablan de la zombificación: un fenómeno en el que, poco a poco te conviertes en un muerto viviente, no tienes voluntad y sólo haces las cosas por inercia. Ante este estado de cosas, te alienas, todo es igual y eres una especie de plaga. La sátira de los choreros y los de la trilogía del Corneto se encuentra en El Santos vs La Tetona Mendoza y Shawn of the dead, respectivamente. 

Sólo hubo una vez que me sentí como una pinche zombie: cuando supe que mi tía iba a morir, en el fondo, no quería que pasara porque, fue un final injusto para ella; porque sufrió mucho y ella esperaba hacer más por mi prima y estar más tiempo con nosotros. Tuvo una fuerte depresión de la que no sabía como salir. 

En Drive My Car, un hombre arrepentido plantea una situación en donde él es culpable de la muerte de su esposa: lejos de violentarla o darle muerte, la situación fue de todo lo que no hizo, lo que no la consideró y apreció cuando estaba viva. Ante la mirada piadosa de su chofer, se dice a sí mismo: Yo maté a mi esposa. Así, como el hombre: Yo maté a Consuelo porque pude haber hecho más por ella, porque me consume la culpa y me llena de verguenza cómo la traté en vida. 

Por aquellos días iba a mi trabajo en el infame Hotel Isabel, en el Centro Histórico: todo el tiempo lo mismo, me sentía estancada y atrapada con una bola de cretinos y pendejos que me detestaban tanto como yo a ellos, que me criticaban, que no entendían que me sentía triste. 

Uno de los pendejos guardias me decía que me sentía mal porque, según él, yo no hacía nada: desde su pinche ignorancia pensaba que todo me sucedía por huevona o por no saber enfrentarme a la vida. Este idiota duró menos en el trabajo que un comercial: así es la vida para los pendejos y metiches, a ellos les va peor, pero siempre ven a alguien más para burlarse y hablar. Hasta le sangraba el hocico al nefasto ese. 

Otra señora opinaba que me veía demacrada, pero, la falta de sueño, el coraje contra mi y la situación y la incertidumbre ante el futuro no me acariciaron precisamente, señora. 

Mucha gente se burló y llevó mi predicamento a que no me apoyaban porque yo no me acercaba a ellos: pues claro que no, culeros, porque se nota que se regodean en el dolor ajeno y en su propia mierda. Cuando supieron por qué falté, se quedaron callados, como si la representación que tenían de mi fuera inmune a dolor y justificara sus burlas hacia mi. 

Me sentía como un zombie: sentía sangre en mis ojos, en mis dientes, me ardía la cara, el cuerpo, me ardía caminar y moverme, me quemaba estar de pie. Todo el mundo estaba en un modo lento, hacía las cosas por inercia porque, en el fondo me dolía mucho la vida que estaba viviendo en ese momento. 

Y, aunque sentía algunas cosas, no me dolía tanto como me dolía el alma, por muy ridículo que pueda llegar a sonar. 

Era el Zombie de Sahuayo, los zombies de Shawn of the dead, los de The Walking dead y los de los Simpsons. Pero zombie al fin y al cabo. 

Después de eso, me abandoné: tuve otra tormenta perfecta en la que me abandonaron y perdí un trabajo. Pero sobreviví, porque nada me mataba si ya era un zombie. Fue más fácil la vida para mi. 

Como nada ha acabado conmigo aún, me he convencido que podré seguir adelante. 

Y ahora, en este estancamiento, en mi decisión de no querer vivir más de mi trabajo o de moverme, de no saber cuándo termina un día o empieza el otro, de estar frustrada todo el tiempo, de que mis planes a futuro no fueron lo que esperaba, sigo siendo un zombie, es más fácil ser así que estar vivo. 





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