domingo, 19 de noviembre de 2023

El joven con el enojo perpetuo

Conocí a Iván y primero fue bueno conmigo: me dijo cómo llegar al trabajo, cuál camión tomar y a qué hora debía llegar. Cuando lo vi, iba con Daniela, del CCH Azcapotzalco y la cual sería su futura confidente. 

Era un trabajo que ahora ya no tengo, lo vi como un reto, pero también fui realista: yo sabía que algo saldría mal. Tres años de tener una forma de vida de repente cambiaron para un trabajo diferente y nuevo con

Con el tiempo observé que no me hablaba, que no se juntaba conmigo y que lo que decía le causaba entre extrañeza y risa incómoda, como si esos detalles comprometieran mi imagen. Un día subí al camión como cualquier otro día de trabajo, cuando encontré a Iván, él me miró escéptico, con extrañeza, incluso con incomodidad. 

Debíamos viajar a otro estado y a mi me dio miedo, algo en Iván, que estaba quebrado y que esperaba salir, emergió de lo más profundo de su ser: cuando vio que no traía mi equipaje, ni botas de trabajo, se enojó. 

Era un enojo que vi en sus ojos, en su cuello rígido y en sus manos que estaban apretadas en puños, su semblante cambió, de ser un joven que parecía simpático, decente e íntegro, se volvió un hombre violento, frustrado y terriblemente conflictuado. No era un enojo normal. 

A medida que su enojo crecía, creció su descontento hacia mi, hacia mi persona y hacia lo que yo representaba. Sufrí violencia a manos de Iván por ese enojo: cuestionó mi contratación y mi salud mental. Primero me dijo que lo mejor era que cambiara de trabajo, que no era un trabajo para mi, que iba a tronar por la presión, la cual ejercía de manera irracional. Sugirió que debía ir a un psicólogo, a lo que yo, sin poder callarme el hocico, le contesté: Pues es que ya voy a un psicólogo, Iván. 

Ahí fue cuando la pesadilla comenzó. 

Le dije a Iván que era perfectamente normal que me equivocara en un nuevo trabajo, a lo que él en su cerrazón decía que cómo chingados no iba a poder algo. Según él podía hacer todo y no solo rápido, sino también de la mejor manera y eficientemente. Iván siempre me reclamaba porque yo hacía lo que quería, en especial cuando no entendí dos cosas del trabajo. Un trabajo que hace tres meses no tenía idea de cómo se hacía. 

Le molestaba cuando no recogía cajas de cartón correctamente, porque claro, sólo había una forma de hacerlo. Debía fusionarme con él, ser como él y hacerlo a su mismo ritmo. También hizo comentarios sobre mi forma de comer, sobre si me cansaba o sobre si tenía un cólico menstrual. Para Iván todo era un misterio conmigo, todo era indeseable, todo era lo peor. 

Iván siempre rezaba que en sus otros empleos lo trataban de la chingada... pero él no quería ser diferente, no cuando llevas tanto enojo y tanto encono dentro. 

Iván, aquel muchacho que tenía problemas con su padre, todo el tiempo se quejaba de él, nunca se perdonaron. Iván, cuya novia tuvo una fuerte pelea con él, tenía el corazón roto. Iván, que no estaba conforme con trabajar más que los demás, pero que hacía todo y se daba cuenta de todo, pero se enojaba por nada. 

Cierto día se enojó conmigo por no saber cortar con el cutter, por no pasarle bien una relación de productividad, por no trabajar con orden y no trabajar como él pensaba que debía hacerlo. Iván me culpaba, me humillaba en privado porque quería que me fuera. Diario era un reporte para mi con un gerente que nunca supo mediar el conflicto, que no sabía qué hacer conmigo, que nunca se acercó a mi, Jonathan. 

Un reporte diario de Iván acabó por matar a Jonathan... de aburrimiento, porque había más de 200 empleados en la compañía y el nuestro apenas era un departamento incipiente. 

Iván siempre me sentenciaba: yo no voy a decir nada, ellos se van a dar cuenta. ¿Cuenta de qué, imbécil? ¡Si así contratan al personal! Ve a decirles cómo pueden hacer su trabajo, pero ponte como te pones conmigo... 

Cuando reporté la situación, todo se quedó en palabras, de un incompetente que finge no saber tu nombre, aunque diario lo vea escrito en el trabajo en el cual no se supone que debas estar. No pasó nada, no le hicieron nada. Iba a ir a ver, si claro, cuando él quisiera. 

El acoso de Iván no paró ahí: hablaba mal de mi con otros compañeros, me amenazó con tronarme con la productividad, lo cual únicamente iba a derivar en mayor capacitación. A dos compañeras les decía que yo era dejada, que me hicieron menos por estar ahí, en este pinche trabajo, en donde le pagaban una miseria y donde lo negreaban. 

Una de esas compañeras, Daniela la segura, fingía que me escuchaba para tomarme la medida. Una vez le salió el celo cuando me habló un muchacho guapo de ese almacén. Daniela buscaba ser el centro de atención, pero no soportaba serlo a costa mía. 

Daniela me preguntó: ¿por qué eres tan dejada? Como juzgándome, como si supiera toda mi vida... cuando conoció la forma en que yo me defendía, no solo dejó de hablarme, sino que buscó otro trabajo. Iván no soportó ese duelo porque fue aún más horrible conmigo. 

Luego llegó una chica que decía que practicaba la santería, siempre quería hacer las cosas a su manera y buscaba hacer el menor esfuerzo. Me veía con lástima, pero también se sentía inferior por haber entrado a este trabajo. Al igual que Daniela, en el fondo no querían el empleo. Pero yo si. 

Yo solo podía pensar: es su trabajo, está enojado con otra persona, no conmigo. 

Iván me contagió un resfriado, con lo cual falté dos días de esa semana y tuve un descuento considerable, momentos antes, él expresó que se sentía enojado con él mismo, porque estaba enfermo y no podía recuperarse más rápido. A lo que yo, sin poder callarme el hocico le respondí: Pero es que esto no es culpa de nadie Iván... no es tu culpa. 

Su enojo creció porque entendió que yo tenía algo que él no: compasión por mi misma. 

Él, que pensaba que el enojo era para hacer cosas, que era energía y fuerza, que era demostrar la valía, se desconcertó por completo por haber hecho escuchado que tenía elección, que se podía elegir a si mismo. Iván, que pensaba que mi inseguridad me traería lo peor de la vida, no veía que su enojo, que fue una vez tristeza, ahora se convertía en amargura. 

Pero yo, por mi parte, comencé a sentir tensión en la espalda, en los brazos, en las piernas. Me empezaron a doler las manos. Iván sabía que no tenía condición física y me cargaba la mano, para luego reprocharme porque me cansaba y culparme por no pedir ayuda. No obstante, cuando le pedía ayuda o que me explicara, sus respuestas eran con humillaciones y saña. Y yo estaba en ese laberinto. 

Supe desensibilizarme, traté de entenderlo, pero mi dolor seguía. Se iba cuando Iván no estaba, se iba cuando había otras personas alrededor, personas que me explicaron y que me ayudaron, aún sin conocerme. 

Uno de ellos me ayudaría posteriormente, pero esta historia la tocaré después. 

Iván siempre tuvo mucho enojo, el cual era proporcional a sus expectativas, su hambre de reconocimiento y su esperanza porque las cosas cambiaran. Yo, por mi parte, aunque quería lo mismo que él, las personas que debían planear y rolarme, me olvidaron ahí. Nunca les importé, pero pensaban que yo me saldría por mi cuenta. 

Iván quería que me cambiaran a la noche, para que ahora si me cansara e hiciera el trabajo, para ya no ver mi cara y para que él descansara de mi. Él proponía su dream team, pero también hablaba pestes de otros empleados y de otras personas con las que trabajó.  

Iván quería que lo reconocieran por lo que había estudiado: pensaba que le ofrecerían puestos y sueldos atractivos, que tendría gente a su cargo y que al fin encontraría su lugar. Sólo tenía que trabajar duro y hacer que la gente a su alrededor lo respetara ¿verdad?

Pero Iván siempre hacía rápido sus cosas para platicar con otros, su forma de platicar era que lo escucharan: sus quejas sobre otros, sobre mi, sobre lo que le pasaba, sobre lo mal que lo había tratado la vida, de la cual era un triunfador por haber salido adelante. Pero no parecía que esto le diera felicidad. 

Dijo haber gastado casi un millón de pesos en su educación, de la cual carecía porque argumentaba y administraba pobremente. Ojalá recupere ese dinero. 

Iván siempre estaba peleando: si no era conmigo, era con otras compañeras, a las que siempre intentaba sobajar; algunas se quejaron y otras se alejaron. Les decía que nunca trabajaban, que no sabían trabajar y que nunca hacían nada. 

En lo que respecta a mi, siempre decía que era muy fácil escribir textos, que de hecho, era igual al trabajo que desempeñaba. No obstante, él se le dificultaba escribir un texto y no era bueno para la teoría, con lo cual, empecé a pensar que era una forma de venganza contra esas humillaciones que sintió. 

Iván pensaba debía ganar en absolutamente todo: se iba a ganar un viaje gracias a su esfuerzo, porque él quería que le pagaran todo lo que había hecho, quería sentirse parte de algo. Una vez anunció que ya no lo iban a soltar, que todo mejoraría. 

Para su desgracia, dicho viaje no se concretó, con lo cual él dejó de venir un maravilloso miércoles, en donde únicamente yo me presenté a trabajar. 

¿Pude reír de sus desventuras? No... ¿pensé en burlarme de sus tragedias? Probablemente. Pero algo dentro de mi emergió de lo más profundo: yo solía ser como Iván y estar enojada con todos, por cualquier pendejada, todo el tiempo. 

Hasta que un día se fue mi energía y se fueron mis ganas de vivir, tuve un cuadro depresivo, incluso pensé en desaparecer, en creer que todos estarían mejor sin mi. 

Lo cual dejó de ser cierto por el patrón que siguen estos abusadores: tienen un problema internalizado y buscan con quien desquitarse: aquel que sea vulnerable, que no sea como ellos, que no sea lo que quieren, que no se deje de ellos o que peleé con ellos. No importa lo que hagas, nada de esto va a cambiar. 

Porque ese enojo viene de la tristeza y un día se volverá contra ti mismo. Tal vez no lo notes, pero de repente no puedes dormir, lo único que quieres hacer es dejar de cuidarte, estás más irritable que de costumbre y tus planes de vida ahora son obstáculos insalvables, que forman parte del fracaso que eres. 

Un pendejo me dijo que lo necesitaba para poder seguir trabajando, pero no es así: lo que yo me digo es muchas veces peor que lo que él me pueda decir. Lo que yo me digo viene de mi enojo, del abandono, del abuso narcisista, de mentiras y calumnias. De la culpa, de achacarme cosas que yo no hice y yo no dije. 

Aún con todo, no es de las peores personas con las cuales me he enfrentado. En el fondo él está enojado, siempre lo va a estar porque no sabe ni cómo expresarse. 

El día en que se fue, pensé por un momento que lo había conseguido: que al fin sería visto y que ese berrinche logró que le dieran el premio esperado. Luego vi que no regresó y que ni siquiera tuvo cara para decir que se iba... 

Ojalá que ese enojo no se vaya contra él, ojalá no confunda la agresividad con la hostilidad, ni la competencia con la exigencia pendeja, típico en personas que las consume su enojo. Ojalá vaya a la playa con su dinero o con el dinero de una empresa o de un premio, todo lo que lo aleje de esa amargura y de ese encono. 

Ojalá encuentre a un psicólogo o psiquiatra que se dé cuenta, que le diga lo que debe escuchar, no lo quiere que le digan. Ojalá y la vida haga que se reconcilie con su familia o que no repita los mismos patrones. Ojalá se dé cuenta él que su enojo se está volviendo parte de él y que pronto será perpetuo. 

El final de esta historia aún no llega... pero, como dato curioso, uno de mis mejores amigos se llama Iván, lo único que valió la pena, de ese día, fue haberle dicho que al menos tenía al Iván correcto en mi vida. 


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