viernes, 5 de junio de 2020

Un pensamiento consolador

Siempre quise un amigo, alguien que me completara y que estuviera de acuerdo conmigo, en todas las cosas. Que tuviera una conexión mística conmigo, en la cual ambos nos apoyaríamos, buscaríamos la respuesta a nuestros problemas y compartiríamos todo. Nos iríamos de viaje, tal vez, a los lugares más bellos e interesantes. 

Mi amigo y yo tendríamos el mismo humor, nos gustarían las mismas cosas, tendríamos los mismos enemigos. Él conectaría conmigo siempre. Veríamos la forma de estar juntos, en cumpleaños, en celebraciones, en días festivos y en días buenos o malos. 

Siempre conmigo, sin ningún espacio para el desacuerdo, casi un telépata, alguien que me quiera, me cuide, sea un hermano para mi que me proteja. 

Esto que describo es como se ve la dependencia y no es tan bello ni tan sano como pueda verse. Yo estaba equivocada. 

Un amigo es otra persona para conocer y fascinarse con ella: en la diferencia. Aunque hay química, siempre hay un espacio para el desacuerdo, porque hay cosas esenciales en la que están de acuerdo. 

A ambos les gusta mucho descubrir nuevas cosas. Las confidencias que se hacen, sirven para conocerse, para entenderse y para ser mejores amigos. 

Ambos tienen una palabra de compasión para si, ambos sabe que no es toda la culpa de ellos, ambos saben que esto pasará y no se tratan con dureza. A menudo, les ayuda que sean amigos de ellos mismos, para ser buenos amigos de otro más. 

A ambos les une la vulnerabilidad: saben de sus fallas, pero con ello se comunican y se entienden. Tal vez es un lugar común, pero no le dirías a tu amigo lo que no te dirías a ti mismo. 

Le das espacio a tu amigo, no es una dependencia. No te da angustia llegar a su casa porque no le caes bien a alguien de su familia: de hecho, la familia no interviene porque se deja ser, no siempre están sobre de él. 

La familia de tu amigo, debería respetar su independencia y no debería exigir que fueras amiga de la familia como condición de la amistad. 

Tampoco deberías sentirte mejor si te alejas de un amigo. Si sientes más calma, una mayor paz y un mayor espacio, él no era para ti. 

Yo entiendo que necesitamos amigos: no para descubrirnos, ni para que sean extensiones de nosotros. Los necesitamos para no dejar que nos vayamos a pique. Aun si no tenemos uno, debemos entender que no por ello nos vamos a tratar peor a nosotros mismos. 

Si perdiste un amigo que no te dio lo que merecías, tal vez era mejor que se fuera. O tal vez, sucede que no has perdido nada. Que no había nada que lamentar. Tal vez sea un luto, un momento de tristeza, un momento de reflexionar lo que nos falta y lo que debemos aprender del que se fue. 

Lo más duro, es aceptar, que es posible que es mejor que se vaya, que no hemos perdido algo que podamos lamentar mucho tiempo. Que es mejor una vida con una promesa de esperanza, que 10 o 20 años con la ilusión de felicidad. Que tal vez, no fueron nuestros amigos mucho tiempo y que perdieron el derecho a serlo. 

Y que nuestro corazón está libre para seguir adelante. 








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