lunes, 9 de noviembre de 2020

Sobre la belleza de mi cabello y mis dientes

 I. 

Desde muy pequeña se han burlado de mi apariencia: si uso lentes, si tengo sobrepeso, si tengo dientes chuecos, tal vez frenos, si necesito algún medicamento o tengo una condición, si tengo granos, vellos o senos muy grandes y un trasero pequeño. 

La violencia escaló con agresiones pasivo agresivas, unas más obvias que otras: desde la compañera horrenda pero maquillada que te preguntaba: Y tú... ¿no te pintas?, las risas de tu fotos y con ropa ajustada de los contactos  facebook: Pinche puerca, pinche gorda, das risa; hasta la compañera gordofóbica, que oculta el odio hacia su obesa madre proyectándolo hacia ti, con películas y comentarios terribles como lo horrible que es ser gordo, lo indeseable que eres y lo ridículo que es que puedas gustarle a alguien, pero cuyos dientes encimados, olor raro y cabello con orzuela, dice lo contrario de su autocuidado. 

Y finalmente, la supuesta amiga que te dice que estás más gordita, que ya no te queda la ropa, porque ve un pliegue o porque no está bien doblada tu camiseta. O el supuesto amigo que hace comentarios crueles sobre tu físico y después te reprocha de inmadurez porque te defendiste de sus humillaciones. ´

II. 

Me han dicho de todo: que si me gusta que me humillen, porque claro, un gordo es indeseable, no importa que te tomen una foto a tus tetas y se masturben mientras la pasan a sus contactos de Whatsapp: esta gorda asquerosa nunca lo va a saber; me han dicho que sólo los gordos le atraen a la gente gorda, aunque al pendejo con quien te están ligando tiene obesidad mórbida y trata de sobrevivir con bebidas energéticas, cigarros y frituras... imaginen su olor y la humillación para él y para mi el creer que podríamos tener una relación. 

Me han dicho que no soy un forrazo de vieja: irónicamente, un gordo que pagaba a las mujeres y les llevaba regalos, teléfonos y joyería, porque no era capaz de tener una relación madura. Me han dicho personas con problemas de autoestima que para qué me arreglo: si tengo los dientes amarillos y chuecos. Gente más horrible que yo, volcando lo horrible que eran ellos en mi persona. Gente que odiaba verse, haciendo que me odiara por ser quien era yo. 

III. 

Ese autodesprecio llegó a mi vida sexual, acompañado de una profunda inseguridad y soledad: un hombre que fue abusado sexualmente, me reclamaba de no saber tener sexo, cuando, a su vez, exigía fidelidad a su novia que engañaba conmigo y con la que decía, tenía sexo increíble. Claro, tengamos en cuenta que era fantasioso y con tendencias violentas en lo sexual, como prácticas riesgosas, sexo sin condón y fantasías de abuso para excitarse. 

Otro más me reclamó tener vello en los brazos y en el pubis. Se decía alguien exigente con las mujeres, pero era un arrastrado que reprimía su misoginia y homosexualidad. Cuando hablaba, arrastraba las palabras y su tono ridículo y afeminado disfrazaba la crueldad de su rechazo a las mujeres con sarcasmo y comentarios ofensivos: Tienes que bajar de peso, no es normal eso, tienes que quitarte todo el vello, no es femenino, no sonrías así, pareces una caricatura. Nuevamente, era un hombre más horrendo que yo. 

Yo no creía merecer algo mejor. No creía que fuera bonita, en mi cabeza ya se habían insertado esos pensamientos, los había internalizado y me sentía como una pendeja, sola, fea y gorda, siempre gorda y sin derecho a tener a alguien que me quisiera. 

IV. 

Y un día, ya no lo soporté más, de hecho, no tenía por qué haberlo hecho... un día ya no me quise levantar y si lo hacía, era sólo para comer y a veces para cenar. Luego volvía a mi trabajo triste, dentro de mi vida poco emocionante, con mi cabeza con esas voces acusatorias e incesantes. Con mi ira diseminada en mi cuerpo. 

V. 

Dejé de bañarme, de lavar mis dientes, mi cabello, mis pies a veces los cepillaba, pero era sólo por compromiso. Quería dormir y no despertar nunca, quería que ellos ganaran para que estuvieran felices. 

Pero no iba a terminar jamás: ellos nunca estarían felices, con mi dentadura podrida y mi aliento fétido, con mi pérdida de cabello, la peste de mi cuerpo lleno de llagas, mis ojos vacíos y apagados, mis manos llenas de hongos en las uñas y mi cuerpo débil por mi grasa corporal. El enojo me estaba pudriendo, me había zombificado mi dolor. 

Para ellos jamás sería suficiente, querían quitarme todo, porque para ellos, yo tenía todo. 

VI. 

Y un día, me empezaron a doler las mandíbulas, la oreja derecha; mis dientes sangraban y mi aliento era terrible. Me ardía la garganta, pero sólo alcanzaba a tomar un té tibio o un helado, algo que me anestesiara. 

Mi cabello estaba grasoso, tenía granos en la cabeza y una cortina de polvo blanco cubría mi cuero cabelludo. No era psoriasis, pero tenía que sacudirme, porque era muy desagradable. 

Apestaba, no como ellos decían, pero realmente, mi humor era muy fuerte, como un hombre que hacía mucho ejercicio, pero era yo y mi cuerpo, siempre ese cuerpo que estaba contra mi y que clamaba venganza. 

VII.

No aguanté más y fui a verme los dientes: amarillos, sin brillo, un poco chuecos, pero no me importaba porque no había por qué sonreír, nada tenía sentido y con suerte, esto se me pasaría. 

Me lavé el cabello y la comezón seguía, pero tampoco me preocupaba, porque jamás volvería a salir. La garganta me seguía doliendo, pero no era ningún virus, era que tenía flemas que no quería sacar. 

VIII 

Lo que empezó como un tercer molar, fue escalando hacia una limpieza profunda, que, ¡cómo chingadamadre dolió! Me dolían las encías, me dolían los años de descuido y me dolía mi orgullo por haberlo permitido. 

¿Eso me hizo buscar ayuda? No, de hecho no... Me hizo cambiar la noticia de que iba a perder un diente, de los de adelante y ahora sí, no habría vuelta atrás. 

Pensé otra vez en el zombie, soñé con cosas realmente feas y futuros terribles para mi, pero nada de eso ayudó, tenía miedo: no quería perder mi diente. No así. 

Mi cabeza se sentía grasosa y llena de puntos, empecé a despellejarme de la cara también, por el calor. Ya me bañaba un poco más seguido, pero ponía mi cabello y mi cara en el agua caliente; con todo el vapor que desprendían los baños, me exponía al frío y al calor. La garganta me seguía doliendo. 

IX

Meredith Miller dice que cuando uno sufrió abusos narcisistas, de una forma sistemática, lo mejor que puede hacer es practicar el autocuidado. No era momento para pensar en lo horribles que fueron conmigo esas personas... tenía que pensar qué era lo que hacía que estuviera tan enferma. Tenía que curarme porque no me iba a abandonar así. 

Bobby Brown, maquillista y diseñadora de imagen, dice que se sorprendió cuando un maquillista la arregló y vio que no se parecía a ella. Bobby apuntó en su máster class que no hay nada malo con nuestra imagen, que tenemos que buscar algo de luz, tratar de vernos como nosotros somos. Pero yo sólo quería cortar mi cabello para que la comezón cesara. Ayudó un poco. 

X

Una vez recibí un cumplido de una de las mujeres más bonitas de México: Ximena Rubio. Estaba en el deprimente Capital Bus cuando ella pasó por uno de los puntos de venta. Al verla, la saludé y le dije que era muy bella. Ella me desarmó porque me dijo: Y tú eres hermosa. 

No se si fue algo que diga a todas... pero el que ella me lo dijera cambió como me vi a mi misma desde ese entonces: por primera vez alguien más linda que yo hablaba conmigo como si no fuera un problema. No se creía más ni menos. Ella, una mujer hermosa, me hizo sentir bonita por primera vez sin sonar como algo que dices por lástima. No se cómo sea todo, pero me hizo sentir bien conmigo misma. 

XI. 

Fui al mercado y estaba un puesto de cosas de belleza: geles de baño, muestras de cremas para la cara, shampoos frutales y agua micelar, aceites para baño y desodorantes. No perdía nada por comprar un desodorante a una chica de cabello rizado y que tenía don de vendedora. 

Me rasqué el cabello y mi mamá me dijo que preguntara si tenía algún tratamiento. Ella escuchó y se tomó el tiempo de atender, de explicar. Entendió mi necesidad y tuvo piedad conmigo. 

Me explicó de un shampoo anticaspa y me dijo que masajeara mi cuero cabelludo: Lo dejas actuar y luego te lavas bien - señaló. -¿Tienes caspa seca o grasosa? ¿Usas algún shampoo en específico? 

No tenía muchas respuestas porque no quería verme... me daba asco, me odiaba. Ni siquiera me importaba mi problema. Ella seguía explicándome. 

- Y ya que te laves, te pones esta loción - me decía mientras me daba otra botella y la del shampoo. Si te lavas más seguido y te masajeas el cabello con la loción, con eso quedas. Yo estaba avergonzada y atinaba a asentir a todo lo que me dijera. Hasta que al final me desarmó otra vez: - Es que así yo la tenía y cuando use estos productos se me quitó. La mía era caspa seca

Ella sabía lo que me pasaba y acertó a recomendarme algo que me ayudara. Se tomó la molestia de explicarme. Me hizo sentir bien conmigo misma, otra vez. 

XI 

Empecé a lavarme más seguido... primero los dientes y luego el cabello. Además de esas palabras de piedad, lo que necesitaba de mi, era mi atención. 

Y aunque a veces escuchaba esas voces grotescas, de gente idiota y más fea que yo, seguía masajeando mi cabeza. Luego me ponía la loción y luego me cepillaba el cabello. 

Luego masajeaba mis dientes hasta que no dolieran ni sangraran. Observaba en el espejo dónde era. Abrí mi boca y veía los problemas, pero estaba convencida de que debía limpiar cada diente y cada espacio entre ellos. Mi garganta y mi lengua empezaron a descansar. 

XII 

Y una persona me dijo: Qué suerte tuviste de encontrar todo cerca de tu casa: un buen shampoo, la pasta que necesitabas, los jabones neutros y la crema a un buen precio. Qué bueno que se te ha quitado, has mejorado mucho

Cierto día vi que muchos narcisistas y psicópatas padecen de psoriasis y de problemas en el hígado, también de humores fuertes y enfermedades crónicas. Mucho del odio que internalizan necesita salir mediante somatizaciones y hostilidad. Tiene sentido.

Recordé a ese hombre que me insultó que tenía un humor horrible; al que me robó dinero con su aliento fétido y su boca sin dientes. A la narcisista con su orzuela pese a que decía que se cuidaba el cabello. A la otra narcisista roba ventas que siempre se veía sucia, sin importar cuán limpia llegara de su casa. La envidiosa que tenía problemas de piel y cabello. Los burlones con sonrisa torcida, dientes chuecos y aliento podrido. Todos riéndose de mi, pero por ser como yo era. 

Mi cabello empezó a crecer con unos chinos preciosos, en una especie de afro a lo Bob Dylan. Mis dientes dejaron de sangrar, mi cabello estaba sanando y mi cara... seguía despellejándose, pero menos. 

XIII. 

Y entonces hice lo impensable: empecé una investigación sobre la fenomenología de la belleza, pero el sujero era yo y la belleza era el autocuidado y la igualdad con la salud. 

Empecé a buscar a vloggers de belleza, marcas, shampoos similares a los que me recomendó la chica, activos e ingredientes. Comparé precios y empecé a buscar algo que de hecho me gustara y me ayudara con mi problema. 

Una chica que me hizo sentir bonita, por su explicación y discurso, fue Tati Westbrook. También vi otros videos, pero ella me gustó porque ha sentido lo mismo que yo. Es una mujer normal, pero que se quiere y se cuida. 

XIV. 

Esas voces cada vez resonaban menos y la fealdad de esas personas empezaba a darme pena, porque ellos no querían solucionar su problema desde adentro y yo, al menos, aunque fuera fea toda mi vida, no estaba dispuesta a estar enferma. 

Mi búsqueda por la salud y la belleza me trajo a las mejores marcas: Briogeo, Paul Mitchel, Shampoo de Árbol del té, jabones naturistas de eucalipto, texturas de gel que refrescaban mi dañada melena. Masajes que calmaban mi comezón y que me ayudaban a seguir adelante. 

Pero sólo tenía un problema por resolver: mi piel estaba roja y despellejada, incluso me ardía mucho. 

La respuesta llegó por serendipia: cuando buscaba ideas para lavar mejor mi cabello (técnicas, cepillos para la ducha, masajes capilares y aplicación profesional de producto), encontré que NUNCA, NUNCA JAMÁS tienes que lavar tu cabello con agua caliente, puesto que despelleja la piel. Lo que debes hacer es ponerte bajo el chorro de agua fría o tibia y lavar todo el producto. Algo tan simple, cambió mi vida por siempre. 

Me sentía un Ignaz Semmelweis de la Belleza: había resuelto mi problema por ensayo y error, con un método y con base en mis observaciones de los productos, de la reacción de mi piel y mi cabello y de los componentes de la fórmula. 

Al principio mi pelo se sentía como paja, pero al cabo de tres días, el ardor y el enrojecimiento bajaron. La comezón era un recuerdo de días terribles, pero ahora parecía un síntoma muy lejano. Mi cabello brillaba con mis chinos castaños. 

Y mis dientes ya no sangraron. Una mezcla de remedios caseros y enjuagues me ayudaron. Mis encías eran similares a la goma de un lápiz, de hecho, gums es la palabra en inglés para encías y las mías eran rosas y no estaban enfermas. 

Sobra decir que no perdí mi diente. Mi cabello brilla y mi sonrisa era blanca. Volví a sonreír porque ahora vale la pena hacerlo. Vale la pena vivir.

Y verborrea. 

A veces la vida es un poco esa búsqueda, de la salud, del bienestar. Tenemos que resolver nuestros problemas y equivocarnos. Dejar de escuchar a los que tienen un problema que no quieren resolver, porque nos van a arrastrar con ellos. 

Tenemos que pelear y buscar qué estamos haciendo mal, tal vez estamos a unos ajustes de que quede bien, tal vez un día lo logremos. Es así con la salud, con la medicina: la historia tiene éxitos porque el científico fue alguien que se equivocó, dudó y reconstruyó, como nosotros. 

Sólo estamos a un masaje, a un poco de agua fría, a unas palabras de piedad y de compasión (que tal vez si necesitamos), de tomar la decisión de cambiarlo todo. Tal vez un día, compremos ese shampoo, ese exfoliante y ese tratamiento. Tal vez, ese día, nos queramos más cuando nos lavemos el pelo y el rostro. 

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