martes, 22 de septiembre de 2015

Los olvidados o las representaciones erróneas

Cuando vi Los Olvidados, fue corriendo a leer a Octavio Paz, a Samuel Ramos: las palabras estaban vivas, el México que veía al ver la película, al leer esas líneas, no era una ficción: estaba ahí, estaba más allá del libro. 

Cuando siempre dicen que no queremos o no podemos leer, que sólo hay pretextos para no entender lo que se dice, yo los sepulto con una frase de Juan Domingo Arguelles: la lectura trasciende a los libros. 

Así, se puede leer una película, una pintura, una expresión, una situación. La lectura es mucho más que un libro. Las palabras saltan a una representación, y de ahí a la vida.

El Jaibo (un increíble e icónico Roberto Cobo), es un delincuente de poca monta, el cual regresa del reformatorio a vengarse de muchacho de su barrio llamado Julián; pero la aparición de Pedro, un niño maltratado por su madre, complicará la situación de ambos. 

La película cobra vida porque ves un México que no ha muerto, un México enojado, un México que dolorosamente, se encuentra en cada habitante. 

Y no, no voy a salir con las mamadas de que en cada uno de nosotros hay un Pedro, o un Jaibo... ni que coexisten. Sólo diré que nuestros peores enemigos, se encuentran en nuestra casa, en nuestro barrio, en nuestro propio país. 

Las representaciones erróneas. 

Y es que uno cuando ve Los olvidados no se pregunta: ¿y el folclor? ¿y esa estupidez de que los pobres son buenos y los ricos son malos? ¿y mi México de las canciones, del cine mexicano? 

Huevos: Los olvidados muestra al México de siempre: en donde el inquisidor es otro mexicano, el que no es un buen vecino, ni quiere ser buen ciudadano, siempre está enojado porque siempre tiene hambre, porque tiene culpa y fue presa de una injusticia.

La injusticia de nacer en el lugar equivocado, de tener la preocupación por el mañana, de no tener a nadie que lo proteja, de cuidarse de que alguien lo violente, de que a las instituciones no les preocupe una mierda lo que le pasa, de que lo acusen de crímenes que no cometió. 

Pedro no se sabe bueno, porque nació del pecado, porque no puede ser más para su madre violada que una carga, porque no es para el Jaibo más que un medio, porque no es para las instituciones y funcionarios una puta teoría, una estadística. 

La gente no ve "su México" en esta película: ve uno peor, se ve en Pedro, en la madre, en Julián, en el Jaibo, un joven tan atormentado que arrebata, que desea carnalmente, que es capaz de matar, porque el que se la hace, se la paga. 

Un hombre que muchos huevos, que sólo quiere aprovecharse por la rabia que guarda. No es el peladito, es la representación del mexicano, un mexicano que no desea que le vaya bien a nadie: que no se ríe de la muerte, pero si se emborracha, que es cerrado hasta la madre y que busca repartir culpas, imitar monos... 

Es el mismo mexicano que sale a quejarse de los problemas que sus mismas creencias provocaron. Es el mexicano que no está de acuerdo con el Jaibo, pero que se aprovecha del primer Pedro que es y que ve. 

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