sábado, 4 de febrero de 2017

Pero... si no es Trump.

El único enemigo de un mexicano es otro mexicano. La razón por la que estamos como estamos es, como dirían los filósofos mexicanos, por tanto hijo de la chingada. 

Basta con salir y subirse al metro o pedir trabajo o pedir un favor a un cercano: el mexicano contradictorio, desconfiado, vale madres, sin rastro de empatía, aprovechado y lleno de resentimiento. Un resentimiento social cargado a cuestas de años, de cosas que no hemos podido superar. 

Y no es la idea de Supérenlo ya, chavos; es algo mucho más podrido, es alimentar el odio por el odio, la desconfianza y la increíble pasividad a la que estamos sujetos. 

Como buenos mexicanitos enanos, cortos de miras, esperamos a que nos valide el gringo: es el bully que nos molesta y de repente nos damos cuenta de que hay acoso. De que hay que hacer algo. Y mientras, no arreglamos los conflictos internos: nos rasgamos las vestiduras, paramos todo: Trump nos está molestando. 

Y mientras, seguimos con nuestra actitud de conquistados, de ignorantes; seguimos prefiriendo la basura, seguimos ocultando la información o emitiendo opiniones que nadie nos pide, seguimos juzgando a otro mexicano. 

Pero nuestra labor, nuestro nacionalismo, está hecha, nos regodea. Evadimos los problemas porque nuestro sistema está enfermo, porque algo está podrido en nosotros, entonces nos envalentonamos y nos ponemos a atacar al extranjero, ese es el otro. Pero el otro que está en el mexicano que tenemos al lado no es, no existe. 

Si, hay que unirnos como nación, pero nunca será desde la perspectiva del gringo o del europeo, es desde nuestra perspectiva. Desde nuestras representaciones y supuestos; desde lo que queremos proyectar. Pero, como siempre, nos vamos por la respuesta fácil. No queremos pensar. 

Siempre es el otro, pero como ente abstracto, no es un mexicano real, con el que estamos resentidos, al que ponemos trabas, al que llamamos paisano o indio, al que criticamos cuando porque sale del molde, al que si triunfa o hace algo diferente, no lo consideramos mexicano. 

Y creemos que es necesario irse y es cierto: porque aquí pocos nos reconocerán, pocos serán los que vean y dejen de desconfiar, de agredirnos, de aprovecharse de nosotros y de estar chingando. Creemos que cuando uno supere el dolor de no ser, estará un poco más cerca de la realización, sin embargo, estamos llenos de esos mexicanos, de aquellos que tienen ese dolor, de aquellos que no pidieron nacer y son, como varios, hijos de la chingada. 

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