viernes, 21 de julio de 2017

Camus, infelices los 4

Leí a Camus varias veces en mi vida, en especial al sufrir abuso narcisista en mi antiguo trabajo. 

Siempre recordaré la imagen del hombre agitando los brazos cuando hablaba por teléfono... no tienen sentido muchas cosas, sólo observamos cómo lo tenemos que dar. 

Ahora que el extranjero también subvertía una narrativa sobre la motivación del asesino, aún me sigo imaginando qué hubiera sido esa historia si tuviera ese elemento, tal vez ni siquiera me habría interesado. 

Y entonces, leí La peste... y mi vida cobró sentido, era un libro que me hablaba a mi, era un libro complementario de otro que había leído hace tiempo El Decamerón y muchas de mis ideas volaron mi mente. 

En el Decamerón, un grupo de amigos se juntan para llegar a una finca y contar historias, alimentar su hedonismo y su placer sexual mediante la imaginación. Los amigos quieren huir de la peste y buscar consuelo y refugio. Suena increíble, idílico, casi como un plan para una vida futura. 

El subtexto es que esos amigos no sólo huyen de la enfermedad catastrófica: la peste es una alegoría de la enfermedad moral, la cual no quieren que los alcance. Se alejan de la civilización en aras de preservar su salud. 

En la peste tenemos a un doctor idealista, que quiere deshacerse de una enfermedad, pero se da cuenta, con tristeza, que la enfermedad son los otros... 

Camus lo dijo mejor que Sartre, el infierno son los otros, pero eso implicaría que tenemos que eliminarlos. Camus no es tan radical: el argumento por analogía nos dice que los otros, la peste, esa peste que nos alcanza y que nos invade, no PUEDE ser eliminada, hay que aprender a vivir con ella como una enfermedad. 

Habrá miles de sobrinas idiotas y miles de empleadas llenas de odio, habrá miles de negros de casa que, siendo esclavos, tratan peor a los esclavos que sus miserables dueños. Habrá miles de alumnos de lógica que te detesten porque tu puedes, tal vez, más que ellos. Siempre habrá lesbianas que detesten a las mujeres, sin importar cuánto profesen su amor por ellas. Homosexuales misóginos, que tienen problemas con su familia, adictos a la ira, que nunca aprenderán a callarse. 

El médico se ve rodeado por la peste: siempre estará ahí, sin importar a cuantos haya ayudado, a cuantos salvará o cuántos de ellos no se verán alcanzados por esos males del mundo, las enfermedades persisten, se controlan, se aprende a vivir con ellas. Pero nunca, nunca se curan. 

Aunado a que la peste se extiende, se niega a desaparecer. Siempre creemos que somos el médico, ¿y si tal vez somos la peste? 

A mi no me importa quien lea a Camus, no me importa si es un sabio o un producto de una disquera, me importa que esa alegoría nos seguirá, la enfermedad moral persiste, la peste se expande y Camus se oye en la vida. Y sin embargo, nos podemos ver sonriendo. 

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