domingo, 17 de mayo de 2020

Araceli me regaló un churro

Cuando trabajé en Capital Bus, presencié el peor muestrario de personas terribles y resentidas que haya visto jamás: desde los que fingen ser tus amigos para pedirte un préstamo hasta los resentidos que te culpan por su desgracia y terribles personas que eran. 

El chofer que no tiene nada, mas que críticas y consejos no solicitados de cómo tienes que cambiar tu vida; muertos de hambre que sólo saben robar y humillar porque saben que lo miserables que son. Narcisistas que mentían mirándote a los ojos y que sólo te querían de su lado para poder humillarte otra vez. Gente que se odiaba tanto, que fingía con alegría maníaca que tu eras el villano en su frágil construcción. Gente que decía que estudiaba y que era un ejemplo, cuando eran los peores por ser hipócritas y arribistas. 

Podría seguir enumerando a esos renglones torcidos de la creación, pero no recuerdo todo, poco a poco se borra todo el abuso y toda su mezquindad. Recuerdo cosas buenas que hice sola, recuerdo a algunos pocos momentos de lucidez. 

Cierto día llegó una chica que se llama Araceli, no recuerdo mucho de ese día, creo que intentaron quitarme ventas o no me dejaron vender o algo. Me tocó con un chofer que estaba amargado, de esos que sólo se defienden siendo brutos o cretinos. Recuerdo que me puse a explicarle a Araceli cómo era todo. Cómo trataba de venderle el infierno que me habían comprado a mi y que decidí comprarles. 

El malhumorado conductor sólo nos veía por encima, con su falsa superioridad moral, con su cara de estúpido y su nariz grasosa y llena de forúnculos, con su vista de creído, mamón, esperando qué saldría de su lengua marchita y sus dientes podridos. Esperando reportar a Araceli y a mi, pero, yo sentí una extraña sensación de comodidad. No me importaba. Además, ya era la última vuelta, pronto regresaría a mi casa. 

Araceli me veía como una chava, no se burló de mi y no estaba esperando a recabar información que después usaría en mi contra; no fingió ser quien no era, no fingió que le agradaba para después evidenciar su envidia; no era narcisista, ni arribista, ni se autodespreciaba por no aceptarce. No era una chica rara, ni con carencias emocionales. Al menos, para mi, estaba muy bien adaptada. 

Araceli platicó conmigo, yo supe un poco de su vida y la escuché. Ella me escuchó. Cuando parecía que no vendería, me ayudó, con el block de notas, con su pluma, con su paciencia. Sólo fue un día, pero ella me dio más gratitud que toda esa bola de miserables, mentirosos y envidiosos. 

Me ayudó pese al coraje que me tenían, nunca me vio como una competencia, ni como alguien a quien había que quebrar su espíritu. Me ayudó y ya. Porque sabía que ella era sí y yo era igual que ella. 

Esa pequeña acción mostró más de esa persona que todo lo mierda que eran esos idiotas. ¿Qué tan difícil es hacer algo bueno por alguien? Araceli ya no regresó a trabajar, era lo mejor, la hubieran tomado por estúpida o como target para robarle ventas o ser criticada por imbéciles que en su vida van a trabajar. 

Y eso no se lo desearía a una buena persona como ella. 

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