miércoles, 31 de enero de 2018

Call me by your name o la verdadera naturaleza

Call me by your name es la novela de André Aciman, que ha sido adaptada para la película homónima por Luca Guadagnino, James Ivory y Walter Fasano. 

La película trata de una temporada, el verano de 1983, en la vida de Elio (Timothée Chalamet); su padre, que es profesor, invita a un estudiante llamado Oliver como ayudante académico. Cuando se conocen, Elio siente recelo de Oliver, pero a medida que pasan los días y experiencias de ambos, comienzan una bella relación marcada por el hedonismo. 

La película tiene un ritmo a veces lento y otras muy rápido, una fotografía idílica, en donde la bella Italia es testigo de la historia de amor de Elio y Oliver. También tiene elementos de cinéma verité, al estilo de los 400 Golpes de Truffaut o de La hora del Lobo de Ingmar Bergman. 

La verdadera naturaleza 

No pretendo contar la trama de la película, pero es una película fundamentalmente filosófica, que tiene que verse a un ritmo lento. 

Por principio, Oliver analiza a Heidegger y a Heráclito. Mientras que Heidegger es árido y cerrado, Heráclito es claro y lleno de simbolismos. 

Uno no se baña en el mismo río dos veces: esto es porque las aguas fluyen y porque nosotros cambiamos cuando nos sumergimos que cuando salimos del mismo río. Cuando deja de haber movimiento, deja de existir el cambio. 

Ahora bien, el fuego no implica una destrucción, sino una conflagración que purifica, que nos limpia y con la cual hay cambio. Hemos trascendido y nos ha purificado, aunque las llamas nos abrasen. El amor es el fuego: aunque nos quema y nos arde, también nos da vida y purifica. 

El fuego no implica un fin. La persona no se extingue para siempre. Esto lo sabían los egipcios cuando quemaban a sus muertos. 

Y un dilema

La película plantea un problema ético en relación a la identidad personal. Lejos de ser un retrato de la sexualidad adolescente, es una invitación a atrevernos a ser quienes somos, aún con todas sus consecuencias, sus dolores, sus implicaciones, sus juicios o menosprecios de otros. Así como un imperativo kantiano es atreverse a conocer, un imperativo ético sería atreverse a ser y no vivir en las sombras. 

Porque en el placer, en lo que nos llena y nos motiva a vivir, como el arte, la música, escritura o baile, se encuentra nuestro verdadero yo, nuestra idea de la felicidad, lo que somos y lo que nos gusta de nosotros mismos. El hedonismo no es una depravación o desviación, es una forma de eticidad constitutiva, una naturaleza del ser. 

Yo les pregunto, queridos filósofos y amantes de la sabiduría ¿se atreverían a ser quienes son aunque doliera? 




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