sábado, 27 de septiembre de 2014

El sabelotodo



     
      
Cuando una persona se enoja del éxito de los demás, es probable que tenga muchos problemas. 
M. A. C. 

Y, como ya les tocó a los profesores una tajada de mi amargura, pues, ahora voy con algunos de mis mejores amigos (si, es sarcasmo). 

Me ha quedado claro en el paso por mi carrera, que filósofos amigos de otros filósofos... pues como que no hay relación. Cierto día platicaba con una compañera que había decidido cambiar de carrera. Con cierto pesar, argumentaba que los filósofos con los que había convivido eran prepotentes, groseros, imponentes (en un mal sentido) y que, sobre todo, no se ayudaban unos con otros. 

Esa persona es muy linda por dentro y por fuera, es algo inseguro porque no se ha dado cuenta de su valía. Si hubiera sido como esos filósofos le habría dicho, dándole la mano: Bienvenida a la carrera. Pero no: no tuve más que estar completamente de acuerdo con ella y de decirle: tienes toda la razón. 

Recuerdo que la tensión en su rostro desaparece en cuanto ve a sus amigos, y que su sonrisa tímida se asomó cuando, en vez de juzgarla y regañarla, le dí la razón. 

Y no era por ser complaciente con la persona... era porque hace algunos años me había pasado lo mismo. Ahora había empatía en donde hace algunos años había incomprensión. 

Ahora, queridos philosofellas, vamos a relacionar este suceso con otro análisis que da título a mi post. 

Cuando entré a la carrera, se me vendió una idea que me dio una peligrosa esperanza: que ahí encontraría amigos, gente como yo. La persona que me lo había dicho era huraña y tenía muy mal carácter, pero, en ese entonces le creí. Si ella tenía esperanza ¿por qué yo no?

No tengo muchos amigos, así que me dediqué a buscarlos en la carrera. Y encontré a un pequeño grupo con el que estuvo todo bien por algunos meses, pero que después, la cosa se empezó a joder. 

Recuerdo que siempre me sentí envidiada sin motivo alguno, a veces creo que era por mi libertad, por mi manera irresponsable de hacer las cosas, por el hecho de ser hija única y de estar aparentemente controlada, sin ningún contacto con el mundo que yo insistía en conocer. Recuerdo que no le caía bien a los sabelotodos. 

Lo que me lleva al primer supuesto problemático, perdón, consejo gratis para ustedes: 

- No confundas a un sabelotodo con un inteligente o un superdotado. 

Pero antes, permítanme caracterizarles a un sabelotodo: 

Los sabelotodos tienen un gran problema: como su nombre lo indica, creen saber todas las respuestas y su supuesta infalibilidad, lejos de ser una virtud es un peligroso defecto. Tal como dice Popper de las teorías que no son falsables. 

Este defecto es peligroso, porque enmascara una terrible falta de humildad y terquedad para aprender cosas nuevas, para cambiar esquemas. El sabelotodo que es retado con un nuevo enfoque de pensamiento, lejos de entender las cosas y estar dispuesto a aprender (como la gente inteligente hace), se encabrona: le molesta que le hagan ver que no es sabelotodo. 

El sabelotodo siempre se autoalaba, pero si observa a otras personas que tienen un saber mucho más práctico o más complejo, es profundamente envidioso. Esto es así porque, aunque tenga ciertas ideas y conocimientos que lo hagan parecer sabelotodo, estas cualidades no tienen cabida en un mundo real y complejo. 

El sabelotodo tiene una idea de que, el saber que posee, efectivamente es el bueno. Pero es un poco ingenuo al respecto, porque bastará que haya una objeción de peso que demuestre que no está en lo cierto, o que la respuesta no es la que él pensaba. 

Además, para ellos es importantísimo que su saber se mida en títulos, en participaciones, en dieces en un boletín, en ser ejemplo para un maestro igual de ignaro... Son los Ellsworth Toohey del conocimiento. 

Sin recurrir al estereotipo, pero además de no ser listo, ni inteligente, ni ingenioso, el sabelotodo no es simpático: es castrante su presencia y sus intentos por ser chistoso derivan en lo que se conoce como pena ajena. Rara vez se ríe de un chiste bueno, porque está demasiado ocupado en que no lo carcoma la rabia de no hacerlo él. 

El sabelotodo en el fondo desea ser aceptado, pero si encuentra un chivo expiatorio para odiar, para sacar su ira de ser un farsante... Lo sacrificará sin remedio. 

Pero, volvamos a la anécdota: el sabelotodo es pan nuestro de cada carrera: miles de personas no ven atractivo un mundo en donde impere la educación. Porque parten del estereotipo que todas esas personas jamás los aceptarán, ni escucharán sus ideas y están dispuestos a humillarlos con sus datos inútiles. Tal es lo que le pasó a la persona con la que hablé y a mí, y al grueso de la población que no baja a los profesionistas de mamones. 

Las primeras personas con las que hablé en la carrera, lamentablemente se rebelaron como unos sabelotodos... gente intolerante, dispuesta a criticar destructivamente ideas, gente que tiene muchos prejuicios y que es agresiva, envidiosa. Pero, en contraste, profundamente insegura y ávida de (cualquier) certidumbre. 

Y ese cáncer se extendía a los maestros, a los que, supuestamente jóvenes con gran apertura, se le podía hacer comentarios. Craso error: sólo encontré burlas e indiferencia. 

Pero hay algo que no pudieron quitarme esos tarados: mi necedad, mis ganas de hacer algo que es mi vocación. A quejidos de marrano... 

Ustedes pensarán (y tienen derecho a sospecharlo) por qué esta filosofita conoce a los sabelotodos. Pues, he de confesar que no sólo admiré a muchos: YO ERA UNA SABELOTODO. Y era un pain in the ass. Ahora sólo soy molesta de otra forma. 

Lo único que les agradezco a los sabelotodos, es que me hayan dado la oportunidad de saber que no tenían las respuestas, que está bien tener cierta incertidumbre, incluso es sano para el alma. Que me hayan hecho ver cuan valiosa soy y cuanto derecho tengo de corregir mis errores, de seguir aprendiendo, de tener un ritmo. Lo maravilloso que es no reducir todo. 

Y que me hayan hecho comprender la belleza del conocimiento por sí mismo, no por una gratificación que terminará en la basura. Gracias por ser aspiracionales: porque si alguien los conoce, se pondría a estudiar para decir: Hay más cosas, yo no quiero ser como ustedes. 

Y si yo, esa persona de la anécdota y el grueso de la población no somos como ustedes, déjenme decirles que es una profunda alegría. Que es por eso que nos valoramos más. 

Y, mis queridos sabelotodos, les tengo una frase que les podría servir en un futuro y es la llave para un mundo de conocimientos: No lo sé. 







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