domingo, 7 de febrero de 2016

Un buen amigo para bajar de peso

No quiero hacer dieta. Jamás la haré, no me interesa y me vale lo que piensen si lo quiero hacer o no. Me vale lo que digan y con qué circunstancia de mi vida lo relacionen. 

En muchos momentos de mi vida he sido agredida por tener sobrepeso. Y es el clásico prejuicio: es porque eres introvertida (que no es lo mismo que no hablar con imbéciles); que porque no te mueves, que porque comes en la calle, que porque no comes a tus horas, que porque no haces dieta, que porque cenas... Cada motivo más estúpido que el anterior. 

Con el tiempo he visto que la información sobre las dietas es contradictoria, falsa, irracional y extremista. Es poco intuitiva porque pretende eliminar la sensación de hambre... y eso no se puede. 

Han de saber que, aunque fui diagnosticada con sobrepeso, no siempre tengo hambre, no soy una persona esperando comer de todo y que come lo que encuentra. Me he sentido asqueada en los buffettes, en la comida china y a veces me da náusea el olor del aceite o de las manitas de puerco. 

Y si tengo hambre, trato de observar qué quiero, cómo lo quiero. A veces si como sólo para llenarme porque no tengo de otra, pero la mayoría de las veces trato de observar mis patrones, lo que me gusta, por qué soy así y qué me ha llevado a esto. 

Yo sé que está de moda eso de comer por intuición: que si tienes hambre, debes comer y no pasar mucho tiempo en ese estado. Que hay que enfrentar lo que sientes, que comer es un aprendizaje y pasa hasta un año para dominarlo. Que hay que hacer de la comida una experiencia y no una relación enfermiza o un vacío que jamás se llenará. 

Yo hice que algo que no imaginaba: le platiqué a un gran amigo mi experiencia y él me comentó que había que poner el práctica el aprendizaje, que las modas no servían, que hay experiencias que nos configuran, que el problema de las enfermedades como obesidad, diabetes y gastritis se relaciona con una mala alimentación. Y que si recibo la atención al problema, las alternativas, no hay razón para comer mal: es estar sano, es que uno sea uno. 

Comer es un aprendizaje: desde saber que la comida es energía química, saber lo que tienen los alimentos, cómo masticar, cómo saborear y entender por qué nos gusta lo que nos gusta. No nos hace buenos ni malos, no tendríamos por qué ser autómatas, tendríamos que entender que lo necesitamos. 

Y dejar de lado el prejuicio, las explicaciones de moda, las dietas de las famosas que persiguen la eterna juventud. Todo eso son hechizos vanos, pensamiento mágico, ambiente para la pseudociencia y las enfermedades actuales. 

Busquen a ese amigo para hablar con él, para contarle lo que sintieron, lo que vieron y lo que quieren hacer. Tal vez alivie su sufrimiento, tal vez sólo los escuche, pero no lo hagan solos, no lo hagan por otros, es su amigo y ustedes los que se quitarán un peso de encima. 

  

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