martes, 30 de agosto de 2022

Hay algo podrido en el Centro Histórico

No sólo estuve encabronada por lo de Amparín, sino porque recordé otras cosas junto con los fraudes y mi reseña de Miércoles de Ceniza. 

He aprendido a comer sola, en especial porque ha cambiado mi relación con la soledad. Mi relación con la comida, bueno, he aprendido a disfrutar y a gozar con lo que, en otro contexto sería un desórden alimenticio. 

Aprendí a no comer encabronada, con buena compañía, o sola pero tranquila, siempre he procurado comer cosas que me gusten y probar de vez en cuando cosas nuevas con ingredintes de alta calidad. 

Dentro de las malas experiencias es que he comido con gente que no sabe comer, que comen lo que sea y que no les parece que alguien coma mejor que ellos. Y eso no tiene que ver con el clasismo ni las posibilidades, tiene que ver con la dignidad. 

Aunado a esto, he notado que la gente más delicada para comer, la que más critica las decisiones de otros, es la que peor come, es un tipo de esnobismo y narcisismo, en las que sus ganas de chingar se extienden a que uno disfruta la comida. 

He llevado comida tanto con ingredientes de calidad como con buen sabor. Rara vez he llevado algo que no me gustara a mi o que no comería. Siempre busco llevar algo para quedar bien y cuando elijo algo voy a la segura. 

No me gusta comer de franquicias como Burguer King o Kentucky, porque ha bajado mucho la calidad. Además, considero que es caro y que no quedo satisfecha. Eso no me pasa con otras cadenas y restaurantes de franquicia. 

Si hablo de algo, me gusta hablar de series o poner un podcast bueno, también me gusta ver algo de YouTube, conversar de cosas interesantes, no como la vida y los chismes de los demás. 

Desgraciadamente me ha tocado todo lo contrario: gente que sólo sabe hablar de otros, o de sus vidas aburridas. Se las da que le vale madres todo pero está al pendiente de lo que hacen o dicen otros porque en el fondo, su vida es miserable y desastrosa. 

Una vez me tocó un pendejo que quería comer conmigo para sacar información para una vieja mamona, ante mi negativa, el esbirro comenzó a insistir para invitarla a ella a comer junto con nosotros, siendo que era una persona burlona, culera y dos caras. Además era vulgar y acomplejada. 

Otra vez comimos de franquicia y siento que pagué mucho por un pedazo de pollo grasoso. Y otras, he comido tranquilamente y he descubierto al envidioso y baboso que no deja de verme porque traigo una galleta o una cosa que naturalmente, él no puede comer, pero que la puede comprar una vez que termine el turno. Y otras es pura mala leche: porque he ofrecido amablemente algo rico de comer y ponen muchos peros, pero luego se esconden a comprar un producto más barato y que devoran en segundos. 

Pero hubo una vez que dejé de preocuparme por otros, porque mató mis buenas intenciones y ganas de comer con gente pendeja y mamona: fue en Capital Bus, por supuesto. 

Según tenían un tiempo para comer y siempre presumían que comían lo mejor y que según la pasaban muy bien en el Zócalo, pero ahí, lejos de ser un ambiente de camaradería, sólo se prestaba al robo y al acoso sexual de muchos de los que trabajaban ahí. 

Cuando yo me iba a comer empezaban a vender, como si los envidiosos vendieran menos por mi culpa, cuando había días en que se iban en ceros estando solos ¿verdad Omar? 

Un día comenté que se ponía el tianguis en mi casa los miércoles y que, de acomodarse todo, podría llevar unos ricos dorilocos. No me parecía mucho: el cacahuate con chile era fresco y el chile no estaba picoso, las verduras estaban frescas y los cueritos eran de buen tamaño. Además, podía llevar un poco de miguelito en otra bolsa. Unas dos o tres bolsas con los ingredientes: una con las verduras, otra de cacahuates y otra de salsas. 

Pero entonces, nunca falta una pendeja que no está de acuerdo con nada. Esa pendeja era Jazmín, la cual se validaba por la aprobación masculina y consideraba a toda mujer independiente una amenaza; Jazmín dijo que a ella no le gustaba la jícama y que, por lo tanto, sus dorilocos no debían de tenerla. Craso error porque no en todos lados le echan las verduras que uno quiere... depende del puesto y la preparación. 

Y, como no falta una lamezuelas, en este caso era Carmen, apoyó el comentario de Jazmín sugiriéndome que tenía que traer los ingredientes en cajitas, con pinzas para que todos pudieran servirse. En una mesa con acabado de caoba, bueno, esto último no, pero se sentía su mamonería en el aire. 

Yo asentí y dije: bueno, tal vez después, ya que lo planeé mejor. Osea, las mandé a chingar a su madre y sin escalas. Viejas mamonas. 

En mi siguiente rol me tocó trabajar con ellas y pidieron unos mariscos cerca del zócalo. Pasó un tiempo, terminaron de comer, a mi me colocaban en lugares donde no pudiera vender dada su envidia y mala leche, pasó otro rato y escuché decir a Jazmín: puedes llamarle al señor, es que estaba echado a perder. 

Entre confusión y contener la risa, vi cómo Jazmín estaba indignada: se comió su empanada de camarón y no notó que estaba descompuesta ¿por qué esperó hasta este momento? ¿por qué no fueron a reclamarle? ¿por qué no le piden que les ponga las putas cosas para que puedan comer bien? La Jazmín que maltrataba y odiaba a las mujeres se hizo chiquita, se empezó a quejar, pero se tragó la puñetera empanada. Como también se la tragó Carmen, Omar y los otros pendejos que estaban ahí de chismosos y que se sentían la gran cosa. 

Y ahí aprendí mi lección: NUNCA volver a tirar piedras a los cerdos, a los que todo aceptan y a los que se terminan las cosas, aunque sean de mala o nula calidad, NUNCA ofrecer algo bueno al que se conforma con lo que sea. Nunca prostituir mi tiempo por compañía que ni se aguanta sola. 

Esos mamones, que tanto se paraban el cuello, se terminaron las empanadas podridas del señor de los mariscos, no le cuestionaron lo que les daba, como a mi, que me ponían un chingo de peros cuando se han de tragar hasta su rabia. 

Y lo más seguro, es que, después de eso, regresaron y pidieron más. 

Tengo un chiste bien mamalón sobre comidas especiales y sobre comesolos: hoy comí bien rico y a gusto, no por la comida, sino porque nadie me estaba chingando. 

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