jueves, 30 de julio de 2015

Las noches en mi casa

Papá estuvo enfermo desde junio... fue uno de los meses más raros, con más tensión e incómodos de mi vida. Experimenté negación, un profundo optimismo, insomnio situacional, pérdida, despersonalización, una profunda ira... fue un mes que intento tapar y olvidar. 

Recuerdo que le faltaba el aire... creí que ya era el final, creí que no iba a sobrevivir, que ya estaba todo escrito. Pero resultó ser una distensión abdominal aunada a piedras en la vesícula. También tenía el intestino hecho bola.

Sólo salí como tres veces en dos meses, los demás días transcurrían en labores domésticas sencillas, en trabajar desde casa (con permiso especial) y en leer... pero no eran cosas de la escuela, o de la tesis... empecé a leer lo que me gustaba: estaba harta, sólo quería encontrar consuelo. Consuelo de la incomprensión y de la tensión. 

Operaron a mi papá, salió bien. De ahí fueron quince días para que saliera. El primero de julio, bendito Dios, llegó a su casa. A su cama, con su familia. 

Por desgracia mi insomnio empezó porque no podía llorar. La catarsis fue un día como a las 3 de la mañana... ese día dormí rico, pero después otra vez se me embotelló, no hay drene, ni medicamento, ni remedio para esa acumulación. 

Y es que las noches eran terribles: despertarse para ayudar a papá a dormir, masajear sus espalda, porque le cansaba estar tanto tiempo acostado, ayudarlo con las flemas, con la pastilla y con las molestias de la ileostomía. 

Era levantarse o de plano no dormir, para ver lo que pasaba con su cicatriz y que estuviera limpio, que durmiera fresco y de vez en cuando libre de tensión por la cama. A veces pasaba el tiempo rápido. Pero conforme pasan los días se va haciendo largo. 

Un buen hombre de corazón normal dijo que cuando su mamá estaba enferma, cuando tenía que volver a incorporarse, su hermana le dijo algo muy sabio: día con día. Día con día se aprende algo nuevo de la enfermedad, de nuestros seres queridos, de la forma en que un hombre sano regresa a su vida cotidiana. 

Recuerdo que peleaba con mi papá porque le reclamaba que fuera obsesivo, que se le metiera una idea en su cabeza... ahora me llevé un buen chasco: eso era lo que lo mantenía a flote y lo tenía funcionando. 

Valoré más las salidas, los regaños. No es que de repente mi papá se volviera bueno... es que comparando la vida como era antes, con lo que es ahora, lo prefiero mil veces como era: quiero a mi papá de vuelta. 

Yo le dije que era mi único papá... porque me defendía, me regañaba, pagó por mi educación y cuando falta para el camión, él siempre tiene cambio... él da sin preguntar y sólo chocamos un par de veces. No puedo quejarme de eso. 

En las noches pienso, he dormido de forma irregular últimamente, lo mucho que lo quiero, lo difícil que es para todos, lo mucho que pesa... pero lo tenemos que hacer porque es nuestro papá, no son cosas fáciles de hacer ni de decir. No es lo más adecuado, pero cada día se hace más largo. 

Cuidarlo, estar con él. Día con día. Y acostumbrarse a que la recuperación (porque no está enfermo) es avanzar un paso, retroceder dos. Entender que lo pueden volver a operar. Que los cuidados, los aprendizajes requieren de toda nuestra atención, de toda nuestra paciencia. 

Tenemos que voltearlo, hacer las curaciones pertinentes, que tome los medicamentos, auxiliarlo cuando lave sus dientes. Darle un poco de masaje, darle palmadas en la espalda. Esperar a que se duerma. Dios quiera que no tenga exabruptos, porque queremos que duerma bien, que no le pase nada, que se levante un buen día como si nada hubiera pasado. 

Las noches se pasan lentamente, como de 3 a 4 de la mañana parece que todo es más lento, que la vida se detiene en una hora. 5 a 6, ya es otro día. A las 7 se asoma la luz. Papá está despierto, pero quiere volver a dormir porque ya no está acostumbrado. 

A veces se despierta, pero cuando lo atendemos pasan rápido medias horas, una hora, tal vez más... luego volvemos a comenzar. Tenemos que comenzar al otro día. Hacer todo otra vez, hacerlo todo cada vez mejor. Hacerlo para que él esté bien. Porque esto es más grande que nosotros: la salud de alguien que queremos, puede aún con lo malo. 

Y no importan los limbos, ni el insomnio, ni que la noche sea larga, fría u oscura. Amanece y se hace de nuevo, aprendes, avanzas. 

Así transcurren las noches en mi casa. Por tiempo indefinido. 



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