viernes, 17 de octubre de 2014

Criminalizar no supone aprendizaje

No traes un material a la escuela... y te ponen al frente, exhibiéndote. 

Sacas una mala calificación... te gritan, te regañan, te echan en cara lo mal estudiante, lo mal hijo, lo mala persona que eres. Tu futuro se juega en esa nota: EL FUTURO: si no lo haces bien, serás drogadicto, asesino serial... o un empacador de Gigante, algo así. 

Sacas una mala nota... lo ocultas, te haces mentiroso, aprendes discursos, aprendes pretextos. En vez de decir la verdad. Pero una verdad que podría liberarte si no te hubieran criminalizado en primer lugar. Sólo dices lo que quieren oír. 

Tienes problemas para aprender un contenido... te castigan, te gritan, te apartan para que vean que ese no es el del molde.

Haces un comentario en una red social sobre alguien... ese alguien te persigue, no te confronta ni sabe en absoluto que dijiste. No importa, lo que importa es estallar, desquitarse, tener armas contra otro. 

Sacas un mal promedio, repruebas... La vida termina ese mismo día: tus padres, tus conocidos, tus maestros: eres una maldita desgracia. Todos tus temores se ven confirmados, tus heridas emergen, los cielos se rompen... o te sientes mal un rato. 

No son castigos medievales, son esquemas muy estúpidos aplicados por gente más estúpida aún. 

Daniel Pennac, en su libro Mal de escuela, cuestiona a través de anécdotas cómo es que se criminaliza a una persona, cómo es que se señala un destino a través de ciertos comportamientos. Y es casi lo mismo que cuando señalan sus virtudes. 

Así tenemos el ejemplo: Fulanito no tiene buenas calificaciones, así empiezan esas personas. Sutanita tiene buenas calificaciones: se me hace que si sigue así, será una doctora, que le eche ganas, porque así va a salir de aquí. 

No tienen ni idea de que ese señalamiento, esa idiotez, es una especie de perfil para que las personas se predispongan a arruinar su vida desde antes. No se han puesto a argumentar que lo que hoy es de una manera, no tiene por qué ser así. Y, ¡esperen! el argumento del miedo, más maniqueo que nada: provocar algo para que tu no te atrevas ni a hacerlo: ¡esto es lo que pasará! ¡Uhhhhhhh, uhhhhhhhh: soy el fantasma del pasado que hará que nunca cambies!

Porque es más fácil criminalizar, señalar y ser un imbécil para herir a las personas: lo que sea, menos intentar escuchar, saber cuál es el problema y cómo solucionarlo. Pero qué puedo decir si aplicamos los mismos métodos, las mismas groserías y las mismas ideas, que nunca han sido una solución. 

Cuando eres grosero con una persona ¿en qué le ayuda a su problema? No, en serio, díganme, porque sólo es rechazo y sólo es una versión de las mismas tonterías que aplicaban los maestros anteriores, y los anteriores. 

Se que no es una teoría pedagógica... se que no ayuda en nada, pero creo de vez en cuando podríamos hablar de las cosas con nuestros alumnos, conocer qué es lo que pasa con ellos. Recordar qué es lo que nos pasó cuando éramos alumnos: por qué y cómo hacíamos las cosas, cuáles eran nuestros errores. Por increíble que parezca: una persona no aprenderá nada con ello: puede olvidarle o puede causarle un profundo resentimiento. 

Cómo ayuda a las personas que hablen con ellas, conocerlas y saber cuáles son sus motivaciones, quizá no lo se muy bien, pero lo cierto es que uno sabe qué errores cometen, cómo son y cómo es que trabajan. Y  puede ser más firme que si hace un berrinche o grosería. 

Se que como figuras de autoridad tenemos que ser firmes, pero eso no justifica que se tenga que soportar groserías, que se tenga que ser intimidante, que la persona sea un chivo expiatorio para cuando no hay buenas nuevas en la vida de esa figura. El subordinado comete errores, miente, subestima el tiempo, hace cosas que no debe: pero no tiene la culpa de otros errores. 

Dejemos de hacer una falta una maldita tragedia griega, dejemos de poner etiquetas y proclamar profecías. Seamos personas de autoridad, que conozcan a los que tienen a su cargo, antes de comportarnos como imbéciles ante ellos. 




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