jueves, 30 de octubre de 2014

Ser estudiante es un acto de fe

Cuando entré a la carrera, lo primero que me dijeron es que hacía lo que quería... Y que ¿para qué quería esa carrera si no era inteligente en primer lugar?

A la mitad de la carrera, dudé: estaba reprobando mucho. Reprobé más de la mitad de carrera e ingresé a rehab (o terapia, tu sabes). Pasé por un periodo de depresión, que se cruzó con todo lo horrible que pasaba. No sé que era peor: el hecho de no cumplir en la carrera o el hecho de cruzarme con imbéciles. 

Todas mis expectativas se cayeron: acerca de las personas que quería, con las que anhelaba trabajar. Me hicieron a un lado, me insultaron. Me llamaron rara, pero honestamente, los raros eran ellos. 

Incluso pude publicar... pero personas sin criterio se fue al carajo el proyecto. Sucede que era más importante que una persona se hiciera cargo del proyecto que el proyecto mismo. Un proyecto en equipo, pero que fue opacado por una persona neurótica (y sepultado por personas sin huevos). 

Pero... sorprendentemente y por alguna razón, no me salí de la escuela. Sigo viendo a esas personas, tengo otros proyectos. Mis calificaciones mejoraron y conocí a otros amigos. Y esas relaciones fluyeron, no han terminado como con esos farsantes. 

Si hubiera habido un científico, quizá me hubiera dicho que no me dedicara a la filosofía. Que quizá muchos tenían razón, mi familia, las personas que me humillaron, los maestros que tuve. Quizá sea cierto...¿Y? 

Honestamente, no se de qué dependa que tengas éxito en la vida. No se ni por qué las personas logran que algo funcione. ¿Pero qué importa? 

Tal vez lo sé, tal vez no. Pero creo que el hecho de que termine una carrera se debe a que nunca dejé de creer. Creía que no podía, creía que no pasaría... pero siempre creí en mi causa, en mi y en que no era lo que todos decían. No había forma de que yo lo creyera y además todo era relativo. 

No tuve ningún método, quizá una especie de guía. Quizá creí demasiado en las señales, quizá es que hago demasiados saltos inferenciales y falacias. Quizá me equivoco demasiado... pero creo, siempre creo. Aunque sea en la filosofía y en mí, pero creo. 

Aunque me detesten, aunque no les agrade, creo que lo que más les molesta es que sigo adelante, que no los necesito para poder vivir. Que puedo seguir yo sola. Les molesta que sea independiente y que no limosnee sus atenciones. 

Creo que, cuando pasa todo esto, cuando observas ese sacrificio y esa idea de que las cosas tienen que cambiar, es cuando sabes que ser estudiante es un acto de fe: sólo tienes que creer en ti, porque vas contra corriente. 





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