martes, 13 de diciembre de 2016

De los abusos de la simpatía

Me dijo una estúpida que poco se podía hacer en la vida si no se tenía la simpatía de alguien. Que no hay ninguna buena señal en ello cuando eso sucede. 

La miré con lástima, puesto que era una estúpida.  

La simpatía es necesaria obviamente para nuestros amigos, un poco los conocidos. Pero colegas de trabajo, jefes, alumnos, maestros, familiares, incluso ídolos, no lo es tanto. 

La gente piensa que es un argumento de peso, cuando lo único que hace es encubrir sus inseguridades, su estupidez, su cerrazón y sus complejos. Cree que la simpatía es un boleto mágico para mejores oportunidades, cree que es buena cuando les toca a ellos y mala cuando les toca a gente que no la merece. Cree que es un orden de las cosas, de sus cosas. 

Pues esta idea es una estupidez. Porque muchas de las ideas del mercado laboral tienen como motor la necesidad, la producción, el acaparamiento, el llenar espacios (sin importar si estás capacitado o no), la suerte, los contactos, aunque parezca que siguen el razonamiento, sólo siguen ese orden. 

Es la corte de la opinión pública. 

Y en la opinión pública encontramos la entraña, el apelar a los sentimientos, la manipulación, las creencias, la irracionalidad, la idiocia, la venganza y la injusticia. La opinión pública es una ciencia tanto como el filósofo de Guemez es un catedrático de Stanford. 

Y la gente no sabe a menudo por qué está tan enojada: arguye que es un primer momento en el que caíste de su gracia, pero sabes que hay más, y sabes que se une al odio de otros resentidos. Una vez que su mierda huele igual, lo mismo se alimentan de ella que la consumen. 

La simpatía tiene sus abusos cuando ocultamos un complejo que tenemos disfrazándolo de justicia. Si, creemos que somos nosotros los que vamos a castigar, a enseñar, a juzgar, cuando sólo extendemos que nosotros mismos somos los que estamos aterrados, los que no vemos más allá de la diferencia. 

La gente que busca simpatía siempre quiere reconocimiento por cosas que no son de ellos: presume de amigos que no tiene, relaciones caducas con gente para la que no es importante más, dice que administra dinero que no gana. Presume siempre, siempre tienen abierta la boca, pero vacía la cabeza. 

Veamos el caso inverso: cuando ellos no son los favorecidos por la simpatía, la cual no es una moneda de cambio, son profundamente irritables, profundamente hostiles. Creen que la simpatía no se la ha ganado el contrincante y quieren el crédito ellos, sin hacer nada para ganárselo. 

La simpatía se da o no se da, pero no es una condición sine qua non para el desarrollo de una persona. Si yo le caigo mal a todo un salón de clases, es obvio que siempre me sentiré fuera de lugar, menospreciada, hasta agredida, pero si he de tener necesidad de estudiar e ir ahí a la escuela, no puedo escapar de ello. Tendrá que dejar de importarme. 

Y recientemente, vemos lo que pasa con personalidades del internet o protagonistas de chistes o de memes: ellos viven de la simpatía, lucran con su simpatía, pero la diosa, al igual que la Fortuna, es caprichosa. Un día te sonríe, al otro te escupe, al otro no se acuerda ni de ti. ¿En serio creemos que es rentable vivir de la pura simpatía? ¿En especial cuando la gente percibe que tenemos nula con otra gente? 

¿Qué pasará cuándo la broma pase, cuándo tengamos que trabajar para demostrar que somos algo más? ¿Qué pasará cuándo sepan que somos un fraude? ¿O cuándo ya nos hayan usado y dejado de lado? 

Ante estos abusos, yo he encontrado que lo mejor es el trabajo. Ante la incomprensión, la dictadura y la intolerancia. Ante esa injusticia que la mayoría cree que es justo. Porque el trabajo no se puede anteponer a la popularidad, sino que es un vehículo para mantenerla. 

¿Han presenciado un abuso de la simpatía de este tipo? 

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