lunes, 14 de julio de 2014

Harry Potter o el romance fugaz

Tengo problemas textuales: así como me obsesiono con libros, ideas y personajes de los mismos, hay veces que mi obsesión pasa en un tiempo relativamente corto, un tiempo en que ni siquiera me imaginaba que iba a desarrollar tal aversión. 

Empecé con la serie de Harry Potter por la fascinación con su universo y con las películas. Me encanta la idea de la magia, de ser un elegido pero sentirse incapaz, no tener ni idea de qué hacer con tu destino. Era como un moderno mito o tragedia griega: Harry intenta saber quién es él, al momento que tiene que lidiar con la pérdida de sus seres queridos, la enemistad y los problemas de un adolescente. Era una gran premisa. 

Recuerdo que me gustaba mucho como escribía la señora Rowling, que quería pertenecer a Gryffindor, me sabía todo nombre y detalle, quería escribir igual que ella, ser igual que ella. Tenía un cuento que era más o menos igual, sólo cambiaban nombres y... era un plagio. 

Pero... me aburrí: no hay más. 

Si creían que hay una razón filosófica: que lo abandoné por su intricada trama, porque algo no me pareció, porque había algo que me había marcado... Pues no, no hubo nada. 

Describo el escenario: un día me senté, creo que iba por el cuarto libro (uno más ladrillo que los otros), leí algo relacionado con la dulcería que aparece... y pues ya, dejé de leer, dije: Luego lo hago. Y el luego nunca llegó: la magia se había acabado. Ya no me gustaba mucho, o nada de ahí. 

Y eran las premieres... los juguetes, los dulces, mi capa (qué sólo servía para el frío del demonio y para dormir a toda madre cuando helaba en la noche) pero no había nada que despertara mi interés. Ya no me interesaba lo que pasara con el guapo mago. 

Ni el actor, que antes era mi obsesión y mi vida... como que me dejó de gustar. Reconozco que, aunque Daniel Radcliffe es muy atractivo, elegante y buen actor, pues como que no despertaba mi fantasía como otros hombres. Tal vez aquí hay una posible respuesta: empecé a cambiar de gustos. 

Tal vez fue que, como literatura, ya no me satisfacían estos materiales: respeto a quien los leen, a los que estudian sus efectos y tienen ideas diferentes. Pero mi formación e ideas son diferentes. No quiero sonar pretenciosa: pero hay otros libros que simplemente si resisten el paso del tiempo, este, a mi parecer, no lo hace. 

Tiene un valor y siembra ideas en las personas, pero creo que hay una predisposición a este tipo de literatura: o te atrapa o no te atrapa. O bien sólo un por un rato, para después pasar a otros materiales más estimulantes. 

Esto hace que surja un dilema: qué es mejor: un libro que me rete intelectualmente o un universo diseñado para todo lo que necesite y quiera. Aunque este tipo de literatura tiene sus exigencias y profundidades, no siempre representa un conflicto que trascienda al tiempo o que te obligue a ver otras implicaciones. 

Lo mismo me pasó con Dan Brown, del cual no encuentro su valor literario, ni con los Juegos del Hambre o el Señor de los anillos: aunque eran universos muy complejos... no conseguía conectar ni entender qué era lo interesante o dónde estaba el reto. 

Recuerdo que preferí a Ítalo Calvino, a Borroughs, a Sade... era una lista más dispar: pero ahí me leía yo, ahí me identificaba y tenía idea de lo que pasaba. Me interesaba la narrativa, lo que pasaba con esos personajes, el nuevo universo que se configuraba. Fue algo precoz (bueno, con Calvino si era mi edad cronológica), pero esa inocencia que perdí en esa páginas fue un riesgo que en verdad me encantó correr. 

Podría pensarse que intenté regresar... pero no: ya no di vuelta atrás después de conocer esas ideas. Quizá sea un hueco que se llene con los años, cuando abrace al recuentro con el mago y su historia... pero, pues no lo veo inmediato. 

Incluso llegué a confundir las películas, los actores... era como un adulto: sabía quien era Kerouac o Cósimo Piovasco, pero no tenía idea de cómo se llamaba el muchacho rubio, ese que la hacía de villano y ahora parece que se secó. ¿Entienden lo que les digo? Eso me pasó. 

Y me cansó ser fan: al principio podía discutir con otros, pero si fue difícil cuando me dejó de interesar. El rechazo, la incomprensión... como cuando dices: calma, no es gran cosa. En parte entiendo el enojo, pero sigo pensando que cuando pertenecemos a un culto, nos volvemos intolerantes y agresivos con lo demás. 

Confieso que soy también purista, cerrada y policía de los que no piensan o saben lo mismo que yo... pero esas ideas se diluyen cuando me veo a mí misma comprando todos los libros y dándolos al cambiador, malbaratando mercancía, donando camisetas que ya no me gustan. Recuerdo que todo tiene un proceso y, aunque a veces es rápido y no se sienten sus efectos, oras más cuesta un poco de trabajo.

Ahora que me gusta Silverio, Malcom Lawry, Cronenberg y el idealismo alemán, trato de entender que no hay personas que vean lo mismo que yo y que sería un ejercicio dictatorial establecer esos gustos como una fórmula. Me ayudaron a mí, pero puede que a otros les aburran como a mí me aburrió Potter. 

Y puede que nunca conecten, que la magia no exista tal como existe cuando leo algo que sé que no debería leer, algo difícil de ver o una idea perturbadora. No todos tenemos estómago para lo mismo. 

Tal vez su patronus  es un animal diferente y un hechizo que aprendieron a otra edad. 





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