domingo, 6 de julio de 2014

La verdadera pobreza

No soy clasista, ni soy una persona indolente. Mucho menos soy una persona que mienta con la máscara del optimismo. Hablo de una pobreza no espiritual, sino propia del carácter de un esquema de pensamiento, más o menos conservador. 

Este tipo de pobreza viene de las personas que, sin importar si tienen bienes o no, siempre manifiestan malos deseos ante la suerte de otros, siempre están al acecho y no desean que a nadie le vaya bien por ningún medio. 

Las personas que son en verdad pobres, no siempre pueden dejar su condición de pobreza: porque su esquema nunca cambia: siempre es culpar, envidiar, desear males ajenos. Siempre hay una sensación de no tener nada, de ver a todos como unos adversarios de los que sólo podemos extraer bienes. 

Se dedican al robo, a la mentira, manipulan las ideas y los hechos, pero cuando son enfrentados casi nunca tienen argumentos para contrarrestar el mal que han hecho. Su lógica siempre es la de tomar ventaja, la de eliminar a los otros de su camino, para que ella puedan tomar más. 

Porque es claro, que creen que todo les corresponde: que todos son sus lugares, que todas son sus circunstancias, que todo cuanto pase, les ocurre a ellos también. Es una pobreza de carácter: una pobreza que nunca se supera. 

Nunca toman responsabilidad por algo que han hecho, pero son muy buenos para buscar chivos expiatorios, a alguien que no siempre tiene la culpa. Nunca buscan dentro de sí que puede estar mal con ellos o qué es lo que no cambia de su situación. 

Más personas de las que conocemos son así, más de las que quisiéramos, a menudo simpatizan con la ideología de buscar cobijo de alguna institución o líder. Son personas que odian al individuo, pero se celebran en él, son las que odian que haya personas creativas, personas libres o personas con derecho a ser indiferentes. 

Cuídense, que aunque se tengan los ojos bien abiertos, siempre hay detalles imperceptibles. 

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