martes, 27 de octubre de 2015

Hacernos weyes

¿Vieron el video en donde el conductor sombrerudo le toca la chichi a la conductora con el escote, después de que le hace bromas sexuales y le dice que tiene unas cosotas? 

La naturaleza humana es una fábrica de maravillas.

Vi el video por morbo... pero perdí mi tiempo. Sólo me ofendí a lo pendejo: resulta que los conductores estaban bromeando. ¡Vaya! No pensaron que se hiciera viral el video, aun cuando saben cómo funciona la tecnología y cómo funcionan las opiniones de las personas. ¡Qué maravilla!

En la vida real, lo que esto sea que signifique, los conductores son amigos, se llevan así y el segmento fue actuado. Sólo querían notoriedad. 

Fue curioso lo que pasó: al principio le dieron la razón a la conductora, le sugirieron ir a Conapred porque había sido acosada sexualmente en vivo. La reacción de este machales fue, como todos los machales, decir que no había pasado nada, que ella estaba hormonal, que merecía la crítica porque ella no le había gustado y no quería. 

Pero después que se supo que era una broma, salió de por sí más misoginia hacia la conductora que antes. Fue obvio lo que pasó... pero ¿prestarse a eso? ¿Permitir esa humillación? 

Imagino a mujeres que si han sufrido el acoso y que ni se lo imaginan, ni siquiera se defienden (porque era obvio que no tenían por qué hacerlo si ni siquiera habían provocado nada). Imagino lo difícil que es confiar en algo que aparece en internet, dada nuestra vulnerabilidad hacia las causas y nuestra manera de ofendernos por todo. 

¿Hay una falta de seriedad o de criterio? Salen las peores emociones de las personas en un medio que favorece el anonimato y salen también, las peores imágenes y actos para presionar todo botón de la susceptibilidad humana. 

Pero ambos extremos son en donde menos razones hay. Donde más personas sacan a relucir sus frustraciones, sus heridas, sus confusiones metodológicas. Lo cierto es que, cuando hay ese tipo de polémicas y de reacciones, es por un problema que no han admitido: se muestran cómo realmente son. 

Y no me malentiendan, pero nadie puede hablar sobre nada, porque si hay algún supuesto, una verdadera creencia que no agrade a todos, que no sea lo que quieren oír, inmediatamente es motivo de censura, de insulto, de agresión. 

Cómo la conductora en cuestión no fue agredida, automáticamente es una puta. Si se hubiera quejado, entonces es una chillona, no aguanta nada. Y el conductor sombrerudo es un macho, a ese si hay que aplaudirle. O no, porque es un imbécil por habernos engañado. 

Lo peor de estos problemas es que comienzan porque nos queremos hacer los chistositos. Y después no admitir lo que dijimos, no decir lo que realmente pensamos, a saber: 

- Las mujeres son inferiores. 
- Las mujeres no merecen respeto.
- Todas las que tienen escote son unas golfas. 
- Está bien ser macho. 
- Las mujeres son idiotas. 

Yo soy lo menos feminista posible, al contrario, pienso que todas las feministas se enderezarían con un macho (ese chiste lo escuché en una cantina); ni tengo un prejuicio favorito, pero lo cierto es que cuando emitimos una opinión hay una especie de discurso que quisiéramos decir, pero no podemos. Y entonces lo sublimamos, lo ocultamos, hacemos un discurso inconsciente, nos mentimos porque en realidad, eso no lo pensamos.

Y es ahí donde empiezan los problemas: todas las discusiones podrían evitarse si uno se diera cuenta de cuáles son sus creencias, cuáles sus prejuicios, cuáles los temas que le hieren o a lo que somos sensibles. Se podrían tratar de mejor manera. 

Es como las alergias: si no sabemos cuáles son y por qué son, podemos prevenirlas. Tenemos que tenerlas en cuenta, saber por qué nos hace daño eso y no otra cosa. Y saber con qué se erosiona.

Detrás de esos profundos prejuicios hay años de poca educación, de maniqueísmo, de metodología deleznable, de ideas perpetuadas por idiotas. Aparentemente pensamos que hay libertad, pero lo cierto es que nos sentimos cómodos en el odio y en las creencias que no tienen correspondencia con la realidad. 

Con cada insulto que me han hecho veo un profundo desprecio hacia lo diferente, hacia la gente que argumenta, hacia los que no son de una manera y no tienen que escuchar a otros para ser felices. Y sin embargo, no me entrometo en sus creencias y los dejo ser. Yo no soy como ellos. Yo si creo en lo que creo. 

Y sé como hacer para que no me afecten sus comentarios: les respondo con algo que los haga pensar, con algo fuera del esquema. Con algo que saque cómo son realmente. No es para que continúe la cacería de brujas, pero al menos el agresor se va a dar cuenta de lo que está pensando. 

Yo reconozco que he agredido, que he odiado, he sido prejuiciosa: se lo que se siente vivir en el odio, se lo que es profesar una falsa superioridad moral, se lo que es crucificar y ser crucificado. Pero aprendo del error, intento entender lo que me pasaba y aceptar las cosas. De arrepentirme si hice mal y lo siento, o de ACEPTAR LAS CONSECUENCIAS DE MIS ACTOS. 

Cuando vi el video, no me indigné... sólo pensé: lo que unos están dispuestos a hacer por fama. Y pensé también en todas las personas que quieren sentir la adrenalina de molestarse por algo, lo que sea, pero el chiste es hacer ruido. 

Y después, ya que todo haya pasado, ya que no importe o no esté de moda, hacer como que no pasó. Hacernos weyes como siempre. 

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