viernes, 9 de octubre de 2015

Vienen mil cosas mejores

La esperanza es un estado peligroso pero eficaz: la esperanza genera una especie de pensamiento mágico. Esperas algo, lo que sea, da la ilusión de movimiento: porque eso que esperas "va a llegar", llegará y te sacará de ese estado miserable y terrible de miseria en el que ahora te encuentras. 

Ahora vamos a la parte de traumas de la niñez. Pero no quiero hacer el cuento largo: cuando mi amiga de tres años me dejó, creí que comenzaba una especie de maldición en donde nada, absolutamente nada me duraría más de tres años. Y por mucho tiempo así fue, hasta que llegó mi gran verdadero amigo. Tenemos nueve años juntos, a la fecha. Conocí a otros buenos amigos. La supuesta maldición sólo estaba en mi cabeza. 

No soy feliz pero me gusta ver las cosas buenas de la vida, porque de hecho vienen cosas mejores. Fin del post. 

No, la verdad es que no. 

Cuando esa ojete me dejó sólo sentía odio, ira, mucho coraje. Me echó la culpa de que esta amistad no funcionara, se convirtió en mi enemiga... cambió totalmente. No digo que los amigos no cambien con el tiempo, pero, ¡carajo!, creo que pueden aceptarse pese a los cambios. 

Yo creo que su problema fue que ella nunca me quiso, ni me aceptó ni me tuvo nunca con buen concepto: siempre me odió, sólo quería a alguien para que le diera cosas, para que la sacara de su estado aunque sea por un tiempo, para sentir que tenía algo seguro. Pero la verdad, que bueno que no fui yo. 

Al menos de mi parte, nunca hubo malos tratos, había regalos (que jamás devolvió la muy "digna"), salidas, buenas conversaciones, buenos momentos, buena comida. Modestia aparte: pero a mí si me gustaría tener una amiga como yo. Como ella, huevos. 

Ese fue un paso para superarla más rápido: saber que yo no tuve la culpa de que esto no funcionara: siempre di lo mejor, no todo, pero lo mejor. Siempre fui un oído comprensivo, una persona generosa, una persona dispuesta. Reconocí mis errores, mis ideas, siempre me vi como una persona que le decía la verdad. Y yo si me sentí diferente. 

Y aunque le guardé luto, porque es bueno aceptar que algo nos duele y nos molesta... no fue demasiado tiempo, tuve y tengo apertura para volver a querer. Para tener otra amistad. 

Y fue entonces que conocí a mi gran amigo, que a la fecha, fue el bueno. Me abrió las puertas de su corazón y de su casa, conocí a sus familiares, a otros amigos. Me ha prestado dinero (que he pagado), a todos sus favores correspondo con reciprocidad. Vive en el estado, pero me gusta trasladarme para verlo, incluso trazo nuevas rutas para llegar más rápido. 

Yo estoy fascinada con él: es superdotado, es desafiante, y si peleamos nos contentamos. En su cumpleaños hablé de él: yo no sabía lo que iba a pasar, no estaba segura de muchas cosas. Pero sí estaba segura de que él y yo seguiríamos juntos. 

Incluso, prometo ante ustedes, philosofellas, que él y yo iremos a Nueva York. La ciudad que nunca viene. Y vamos a vivir como reyes. 

Y estaremos juntos toda la vida, porque somos iguales: él rompió la maldición de que nada me duraba tres años. Él entró a mi corazón y a mi vida. Me ofreció su casa cuando me corrían de la mía. Él es mi único amigo. 

Pero gracias a él, si, a él, fue que volví a creer en la amistad, en el bromance, en el amor. Me ayudó a ser quien soy. Con él soy quien soy. Por él se que el futuro puede ser bueno. 

Y para la amiga anterior, ya no ojete, ya no hipócrita, ya no odiada. Puedo decirle que gracias a que se fue, lo encontré. Nos encontramos. Ella me preparó para amar al que en verdad me quería y aceptaba. 

Y hoy, cuando un poco de rencor se borra, miro a mi amigo y veo el futuro que nos espera: grandioso, eterno y feliz como nuestra amistad.  

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