viernes, 9 de octubre de 2015

Yo vs los gays

Hace no mucho tiempo, en la secundaria, fue que empezó mi rivalidad con personas que eran homosexuales. En ese entonces eran lesbianas: el pleito comenzó porque no quería ir a una fiesta que me habían invitado. Yo no quería ir porque nunca les simpaticé y nunca conversamos siquiera. Terminó en un pleito estúpido con una de ellas y con una maestra, lesbiana también, que las apoyó, pese a ser mis argumentos superiores y mi apelación a la justicia. 

En la preparatoria me tocó un problema peor: que son los homosexuales que no aceptan su homosexualidad y la subliman defendiendo a sus amigos, apartando a mujeres de ellos y criticando a mujeres como lo harían otras mujeres. Homosexuales que se ensañaban con alguien, en este caso conmigo, y que no era posible hacerlos cambiar de opinión. 

Y no sólo eso: también había personas que fingían ser gays para la obtención de beneficios y ventajas sociales. Como más atención, atención de sus papás, amigos homosexuales... neutralidad académica. Desconozco por qué era yo su chivo expiatorio. 

Y ya en la universidad, muchos de los homosexuales (sorprendentemente más hombres que mujeres), pese a estar en una carrera en donde impera la racionalidad, el pensamiento analítico y el cuestionamiento de los supuestos, eran una bola de envidiosos. Miraban mi mejor ropa con odio, me criticaban a mis espaldas, tenían celo profesional. 

Todos, absolutamente todos los homosexuales perpetuaban el estereotipo que tanto querían evitar: el del gay envidioso, promiscuo, hipócrita, heterofóbico y bisexualfóbico; superficial y exagerado. Incluso hasta dogmático.  

Sobra decir que muchos pretendían hacer de su homosexualidad la personalidad de la que carecían. Se comparaban con activistas, pugnaban por la tolerancia, imponían a veces sus ideas argumentando los años de agresión, de ocultamiento, de ridiculización. 

Pero ellos a su vez ridiculizaban, ocultaban y agredían. Además de que partían de ese supuesto: 

Si me criticas, eres homofóbico. 

Bajo ese supuesto, la homosexualidad parecía como incuestionable, incluso parecía una especie de comodín para evitar caer en polémicas. Pasó de ser un fenómeno natural a una especie de entelequia, a una especie de representación errónea. Dejo de estar sujeta a crítica... se convirtió en maniquea y falsa. 

No se podía hablar de nada: que si el sexo bareback, que si tal dramaturgo utilizaba el aspecto de la promiscuidad como una alegoría, que si Larry Kramer no era tan homosexual como decía, que había que aplaudirles por todo, que había que ser todos gays para que el mundo, la economía, la filosofía, incluso la tecnología funcionara mejor y correctamente. 

Todos empezaron a ofenderse y el que cuestionaba era un paria homofóbico... dejé de juntarme con ellos no porque fueran gays: era porque eran unas personas terribles. 

Y es que lo reitero: años de ser discriminada (por mis ideas, por mi peso, hasta por mi color de piel, por no ser alta), me han sensibilizado para entender que no está bien poner etiquetas: que es mejor conocer a una persona. Si coincide con nosotros, juntarnos con ella. Si no, tal vez anteponer nuestros juicios. Mas no al revés. 

Yo estoy abierta a las críticas, a los cuestionamientos. No a los insultos ni a ser chivo expiatorio de gente que sublima su odio por sí mismos disfrazándolo de intolerancia.

Varios homosexuales se creen una combinación de Chris Colfer (el de Glee), Alan Turing, Beckham y Ellen Degeneres. Ponen de estandarte a gente que no quiere serlo, se apersonan los discursos para legimitimar su falsa representación. Creen lo que quieren pese a que las evidencias aportadas por su misma comunidad representen lo contrario. 

Y todos sus años de ser discriminados los hacen odiar, pero acríticamente, ciegamente, a gente que podría apoyarlos, que los acepta e incluso puede ser inofensiva.

Ante esto recuerdo a Larry Kramer, cuando esgrimió el argumento de las revueltas de Stonewall y cuando cuestiona el estatuto de la homosexualidad: 

- Los gays de Stonewall lucharon por su derecho a la promiscuidad, en vez de luchar pos sus derechos sociales.
- Odio como los gays nos hacemos las víctimas, cuando en realidad somos unos cabrones. 

Y yo odio ver cómo los gays que me han agredido, no tienen ni la belleza de un Colfer ni la genialidad de un Kramer ni un Turing (denominado prematuramente mártir de los gays). Y creen que la masa los cobija, se creen valientes sin actuar solos, necesitan auditorio, proclaman que no quieren a una persona en específico como cuando critican al mismo Kramer, pelean por quimeras... 

Si criticarlos me hace ser homofóbica, intolerante y odiosa, como ustedes han sido conmigo... quiero decirles que acepto todos sus calificativos. Como los acepto como personas y como acepto que su preferencia sexual no es ni amenazante, ni un problema para mí. Así de homofóbica me encuentran. 

Y en palabras de Ned Weeks: yo no voy a aceptar que me tachen de rara o de enferma, tenemos el mismo corazón. 

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