miércoles, 28 de octubre de 2015

¿Qué siento al argumentar?

Lo que siente Billy Elliot cuando baila: siento un fuego, en el cuerpo. Siento una energía. Suena estúpido, tal vez. Pero fue cuando encontré mi vocación.

¿Las veces en que quería salirme de la carrera, casi todas por mi incapacidad de asimilar el contenido? Cinco... la primera fue después del primer semestre, la segunda en tercero, otra en cuarto. Una en quinto y en sexto. No se por qué no dude en otros semestres... creo que o le daba oportunidad o ya era porque estaba con un paso adelante. No he conocido a alguien que quiera salirse en séptimo u octavo semestre.

Y es que a mi no me gustaban muchas cosas de la filosofía. De hecho soy muy mala alumna: soy caprichosa, impuntual, tengo problemas para concentrarme, a veces prefiero ganar dinero trabajando que estudiar, tardo en entender cosas; prefiero hacer otras cosas antes que la tarea... no soy buena haciendo acertijos, no aprendí bien lógica. No me gusta el marxismo, ni Nietzsche, ni Heidegger... veo cosas en donde no están, me obsesiono con ideas para difundirlas o hacerlas caer. Aprendo para defender mis prejuicios. 

Pequeños detalles, pero hay algo que me ha mantenido a flote y que me ha permitido entender a la filosofía. 

A mi me gusta argumentar: para llevar la contra, para encontrar discusiones, para armar puzzles, para vencer al otro, para estar con el otro. Para decirle a otro que tan estúpido o inteligente es, para observar sus prejuicios, sus juicios. Siempre me ha gustado la polémica. 

Recuerdo que no podía hacer muchas cosas, que me decían diario las circunstancias por no poder hacer las cosas, pensaba huir. Me quedaba paralizada, literalmente, de miedo. No podía entender y por eso me castigaba, me entristecía, me exigía lo que no podía hacer. 

Pero un día supe que era suficiente. Que no soy una víctima ni que me tengo por qué estar castigando. 

Me dije: La filosofía no me importa, me voy a largar de aquí.
Después me contesté, en otro momento de mi vida: Sí, si te importa. Piénsalo: si no te importara, ¿por qué te deprimes de no ser suficiente para ella? ¿por qué te gastas tanto, te castigas, por qué arriesgar hasta tu estabilidad mental? 
- Es que no soy un genio-. repliqué. 
- Y eso... ¿cuándo ha importado? Honestamente, creo que tu obsesión por terminar es lo que te ha impulsado. No importa cuanto te digan que no, en tu mente es una idea contradictoria, un contrafáctico: aún cuando no seas la mejor, cuando no sepas hacer cosas de las materias que quieres... aún cuando sabes que es una competencia feroz y que se quedarán muchos, tú persistes. El beneficio es persistir. 
- Pero es que...
- Cálllate: tú eres resistente, tienes un umbral del dolor alto, nunca te ha importado nada más en esta vida que las cosas que te retan... no te importan otros, no te importas a veces tú. Pero esto sí. Es tu única oportunidad. No dejes que te la quiten como otras cosas. No dejes que nadie te aleje de lo que quieres hacer. 
- Todos están en mi contra. 
- Pues contra el mundo si es necesario. De esto hablaba Ayn Rand: el hombre se hace a sí mismo. Es la masa la que habla, la que te intentará quitar lo más preciado que tienes. A la mierda si no sabes convivir, si nadie te habla, incluso si nadie te quisiera: te tienes a tí misma. 
- Pe... pe... pero ¿qué hago? 
- ¿Recuerdas que leíste a Sagan y dudaste? ¿Recuerdas que Dawkins era un ateo a crítico? ¿Recuerdas el furor cuando declaró Hawking? Es la ciencia lo que tienes que estudiar... Es sobre cómo fundamentamos el conocimiento científico: tú sabes que hay algo más. Tú sabes que es difícil. 
- Bueno - contesté por primera vez sin titubear- Pues creo que en eso hay algo. Sabes... cuando son esos temas, como que mi cansancio se apaga, puedo estar mil horas, puedo estar investigando y escribiendo, recopilando información, buscando partes, armando puzzles... Creo que...
- ¡Finalmente! Has encontrado tu voz. Ve en paz. 
- Pero aún tengo muchas dudas, quisiera que alguien me diga qué hacer, quisiera que...
- No, tú lo sabes: no es ser inteligente, ni maravilloso, ni capaz, incluso ni siquiera es ser disciplinado: es aferrarte a tu sueño, ser obsesivo, ser el que se convenza y continúe. Aunque los demás te digan que estás loco. 
- Como un genio. 
- Kind of, si. Convéncete que eres un genio todo el tiempo, y que esa obsesión te ayude en tu hora más oscura. Observa la vida del genio, del virtuoso: no es un camino recto ni fácil, no les ayuda ni ser genios ni virtuosos. 
- Y qué hago si me vuelvo a molestar conmigo. 
- No lo hagas: no sirve de nada. 
- Espero volver a conversar contigo. Creo que estamos de acuerdo en muchas cosas: por eso peleamos y por eso nos perdonamos. 
- Ya verás que esto llegará a buen término: la decisión es tuya.

Cada que argumento, cada que encuentro una discusión, una postura, una posibilidad, plausibilidad, un discurso, siento que hay ese fuego, ese movimiento: las cosas se mueven. Las cosas están ahí para mí, piden que les ponga atención. La polémica es un disparador de emociones, pero también de razones. Y son razones lo que busca un filósofo. 

Y es necesario que se divulguen los problemas: para establecer empatía, comunicación. Para entender al otro, aunque no estemos de acuerdo con él. Es necesario leerlo, darle voz y aunque no nos guste, encontrar, buscar los puntos en los que tiene razón, en los que no vemos lo que él ve... ¿no es así la vida misma? 

La lógica es clara, nos da muchas herramientas para comunicarnos. Pero también para analizar el discurso de otra persona. Muchas veces comprendemos más escuchando que hablando. Cuando vemos su argumento, esa persona tiene ideas, tiene voz, es algo más ella misma porque agrega algo que no estaba. 

Y veo argumentos en todo: en las series de televisión, en las novelas que leo, en las películas, en los noticieros; en mis creencias, en mi familia, en mis amigos, en mis compañeros con los que me llevo bien y con los que discrepo. Anticipo búsquedas situadas en argumentos. Quiero hacer una biblioteca basada en argumentos. 

Y cuando los veo la película, el material, la persona, significa algo más para mi: porque su razón me reveló sus secretos, su verdadero yo. Su eso, como dice Daniel Pennac. 

Si se hicieran las terapias basadas en razones, las curaciones serían más óptimas. Si la búsqueda fuera clarificar tus propios pensamientos y creencias: seguro te harías más agradable a tus mismos ojos. 

Cuando expresas tu argumento, cuando logras hacer la introspección, no es ética, ni lógica, ni estética, es la filosofía que corre por tus venas: sabe algo de ti, te conoces a ti mismo. 

Los argumentos fueron mis enemigos: yo tenía miedo de argumentar. Pero también fueron mi terapia, mi tratamiento, mi obsesión, mi manera de ver el mundo y de acceder a los conocimientos de una carrera tan dura y tan retadora. 

Supe quién era, supe que tan lista o estúpida era, salían nuevos retos, son mis lentes para ver el mundo. Y no porque la vida se divida en eso, sino porque es más tolerable de ese modo. 

Así que entiendan esa emoción, mi apertura no será mucha en asuntos mucho más íntimos. Pero sé que estoy abierta a argumentar. Eso es lo que me gusta, es mi vida y lo que quiero hacer. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario