miércoles, 11 de noviembre de 2015

Escribir desde la entraña

En algunos post más viejos, me he leído como una persona que está furiosa, que quiere deshacer a sus enemigos con sus palabras. Que escribo con el estómago, en vez de escribir con la mente, la razón, o el corazón. 

Es cierto: escribo con la entraña, porque ahí hay fuerza, pero es una fuerza bruta, un tornado intempestivo. Claro que alberga una fuerza escribir con groserías, con malos recuerdos, con amenazas, con vituperios y, si se puede, con diatribas... Pero no es todo. 

Escribir con la entraña es bueno para la catársis, para empezar a hablar. Destapar el vaso comunicante del dolor. Sabemos que no somos todo enojo, pero no podemos ser sin el enojo. Nos sirve para sabe que sentimos, que estamos vivos. 

A mi a veces ya no me indigna, pero lo cierto es que recuerdo que los insultos me ponen a prueba. Recuerdo que no tienen razón, que los que están más enojados y los que se odian más son ellos. Recuerdo que yo me he superado, que yo he cambiado mi esquema y que he visto, en contadas ocasiones, que no es el caso lo que dicen. Sólo son prejuicios. 

Por eso, cuando uno escribe con la razón, puede desentrañar un prejuicio, pero ya una vez que lo ha sacado con la entraña. No soy partidaria de algo, creo que, razón y entraña, se alimentan mutuamente. 

Nunca olvidar la fuerza, pero también que tenemos un cerebro. Que estamos enojados, pero convertir ese enojo en una crítica, en un manifiesto, en un grito de guerra. Reconocer que nos duele, que tenemos enemigos, pero que ya no nos harán daño, que hemos visto algo que no estaba y que ellos no tomaron en cuenta. 

Pensamos que las cosas no cambiarán, cuestionamos por qué nos pasan a nosotros. Por qué, si hacemos tal o cual, no cambia nuestra suerte. Pero lo cierto es que no podemos quitar el dolor, no podemos cambiar a la gente, no podemos quitar el odio de las personas, por muy buenos que seamos. No somos mejor que el otro si le contestamos, pero tampoco es mejor o peor que nosotros. Es tan humano. 

Y también se deja llevar por la entraña. A veces es bueno contestarle con entraña, otras con la razón. Pero no evitar el sufrimiento, ni el enojo, ni la indignación: esto también hace la vida, tanto como la alegría, el amor y los placeres. 

Si quitamos ambos extremos, nos hundiremos en la desesperación, nos convertiremos en seres incompletos. 

Y hay que recordar: no somos entraña, somos cerebro y somos corazón. No porque se tenga que actuar siempre con un solo elemento, sino porque somos un todo, que se articula y funciona. Y si una parte no funciona, todo se va al carajo. 

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