martes, 17 de noviembre de 2015

Grandes maestros directos

Dice Mortimer Adler que hay dos tipos de maestros: 

- Indirectos. Los cuales son aquellas personas que nos enseñan algo (sean autores, cineastas, creadores), que no se encuentran con nosotros en el aula. Ya sea porque han fallecido o porque no será posible discutir sus enseñanzas de manera personalizada. 

- Directos. Aquellos con los que de hecho podemos tomar una clase, ya sea en persona o comunicándonos con ellos, en una conversación, un curso o clase magistral. 

Esta lista es para mis maestros directos. Aquellos que me enseñaron algo, pero que también me salvaron... de mí misma, de las catástrofes, de elegir lo incorrecto o lo fácil. 

Obviamente, son más de la carrera de filosofía, pero también hay unas cuantas excepciones, que me mostraron que: 

a) Lo que ellos enseñaban valía la pena
b) Me mostraron que se gana más escuchando que atacando
c) Nunca fui su mejor alumna, ellos no necesitaron decirme nada, con su trabajo duro fue mi cambio. 

Así pues, espero sea de su agrado. Quiero aclarar que no menciono a los malos, ellos no tienen espacio en mi mente ni en mis líneas. Quiero recordar a los buenos, porque saben 

1. Lupe. Era una maestra de español de la secundaria. Fue la primera que me dijo que su hijo sentía celos de mi... lo cual era un gran halago, pero después pude sentir como es no cumplir con las expectativas de tu mamá. Cuando ella me lo dijo, no pude comprenderlo, pero fue algo que me hizo sentir importante. 

Era bueno hablar con alguien que fuera diferente a todas las maestras estúpidas de la escuela, que aplaudían el acoso y que tenían una doble moral tan grande como su frigidez y un cerebro tan cerrado como su ano. Esa maestra nos ponía a leer y analizar Canek, un poema de libro. También leíamos poesía, separábamos endecasílabos y entendíamos cómo era que funcionaba el español. Yo disfrutaba sus clases, disfruté mucho cuando leímos y analizamos el poema El Rey es el dinero, entendí tanto ese día, y escribí como nunca había escrito antes.

2. Federico. Era mi maestro de guitarra, teoría musical... y de pedagogía hardcore. Me enseñó algo muy cierto: si quieres que alguien considere sus decisiones, escúchalo. 

Era un caluroso día de verano, bueno, no lo recuerdo, el maestro Federico nos llevó a una excursión al Conservatorio. Pasamos por Polanco, dimos vuelta en donde no era, vimos las instalaciones. Ese día, algunos chicos encontraron su vocación: la música. Otros como yo aprendieron una lección. 

Años de que se rieran en mi cara de todo lo que quería ser (cantante, músico, comediante, escritora, etc.) me hicieron huraña con las personas que de hecho me apoyaban. Eso me hizo acrítica cuando trataba de ver un problema, de entender lo que hacía. Federico hizo algo que nadie había hecho por mí: me dio voz. ¿Quieres saber lo que es ser músico? Vamos al conservatorio, observa que todos leen nota, que tienes que aprender a tocar, a interpretar y saber que la música no es fácil. Por mucho que te guste. 

Federico hizo algo que otros no: me dio opciones, perspectiva, la información que necesitaba para elegir lo que YO QUISIERA, y no dejar que los otros decidieran por mi. Me hizo saber que yo no era buena para la música, que necesito entender qué es lo que se necesita antes de aceptar algo que probablemente no quiera. En vez de burlarse de mi, habló conmigo, me escuchó y me mostró lo que me esperaba. 

Por eso lo recuerdo siempre... gracias Fede. 

3. Ariosto. Él me dio las mejores clases de bioquímica y de química orgánica que pude haber recibido. Su explicación sobre la molécula del alcohol y su implicaciones en las adicciones, el cuerpo y la industria, me hizo considerar que la ciencia es importante y que su forma de explicar las cosas es muy acertada. Además su metodología era muy eficiente, sus clases se pasaban rápido y sentías que las podías recordar por siempre. 

4. Hugo. Fue a maestro con el que pasé cálculo y me enseñó que las soluciones que son rápidas en matemáticas, no siempre tienen que ser aburridas. Además de que me dejaba participar y siempre se mostró muy abierto a mis dudas. Me hizo saber que un buen maestro no sólo significa mejor economía, sino mejor rendimiento. 

5. Lily. Algo que siempre me pasa es que tengo amigos y enemigos con el mismo nombre. Lily es de las mejores maestras que he conocido. No sólo me recomendaba películas y sus clases eran las más estimulantes del cch, sino que me dio confianza, me ayudó a no sentirme sola ni vapuleada por otros. Me ayudó a entenderme y me ayudó a ver la doble moral que hay en otros, aunque todo el tiempo quieran hacerse pasar por muy maduros, muy inteligentes o muy liberales. 

Siempre la recuerdo como una de las más guapas y maravillosas maestras que he tenido. No era fea y aburrida como las pinches viejas de la secundaria, ni era mucho menos una persona que odiara en secreto... era cálida, siempre tenía una buena palabra para mi y siempre me animaba a seguir intentando. 

6. Paco. Un maravilloso maestro de filosofía. A diferencia de los otros que eran idiotas que se fusilaban los cursos, reducían los problemas, complicaban inecesariamente los problemas, estaban resentidos, acosaban a los alumnos, eran prietos o eran unos fracasados, etc., etc., etc., Paco era exigente, enseñaba a la gente y detectaba a los farsantes, como yo. 

Pasé mucho tiempo enojada con él, porque prefería a unas gordas y feas que eran unas matadas... estaba muy celosa. Creí que teníamos una conexión especial por ser filósofos... pero no era cierto. De hecho, él siempre se burlaba de mis participaciones, no reconocía mi trabajo y nunca saqué un 10 con él. Era terrible. 

Pero un día nos encontramos en el ágora y se sorprendió, no daba crédito que yo estudiara filosofía. Fue un hombre fantástico conmigo y desde ese entonces todo empezó a cambiar. Me aconsejaba con mi tesis, me escuchaba y me ayudaba con actividades en las que no tenía experiencia. 

Siempre me encantó su personalidad, aunque no congeniábamos. Siempre supo que yo era una farsante, una desordenada, una mujer que tomaba pésimas decisiones. Y aún así me aceptó, me ayudó y me dio su mano. También era cálido y era maravilloso, siempre con algo bueno para mi. Que de aquí no salga, pero me lo imagino como Nathan Lane, así que si filman mi autobiografía, tengo que darle el papel. 

Una cosa más, cierto día me dijo que si yo hacía lo que quería, si quería ser libre, entonces me esperaba la soledad, fue algo que me temía porque ese día me habían desairado. Pero cuando me liberé de esa persona y de todos los que no me aceptaban, me sentí feliz y no me importaba más estar sola. De hecho supe, gracias a que él lo hizo consciente, que me prefería más a mi, que a otros. 

Y ahora, echemos un vistazo a los de la universidad. 

7. Lulu. Al igual que Paco, nunca congeniamos, ni congeniaremos. Me exigía demasiado, sacaba 6 con ella, nada estaba bien. Pero ese dolor, esa exigencia, hizo que me acordara para siempre de sus clases, de los argumentos, de Boghossian, de McGinn, de Conee y Sider, de Lewis. Ella sembró la semilla de la filosofía analítica. Siempre la respetaré porque ella me enseñó la claridad, el trabajo duro y el sentido del humor de un analítico.

8. Fernández. Con él, adivinen, reprobé teoría del conocimiento. Fue la primera que abandoné... pero él me enseñó metafísica, posibilidad, concebibilidad y el argumento de Kripke. Me dolió mucho no sentirme capaz, de hecho lo llegué a despreciar después. Pero él me cambió y me enseñó, pese a que no fui la mejor. Gracias. 

9. Morado. Un honor estar con este gigante. Que nunca abusa de su estatura para verte despectivamente por encima. Este si es un lógico de verdad y no un personaje imitamonos. Él fue lo mejor que me pasó desde que aprendí a derivar con trucos. Él me enseñó a ser rigurosa, a arreglarme para eventos especiales y llegar puntual a las cosas QUE ME IMPORTAN. Es un gran maestro, que si enseña lógica y ética. Algo de lo que se olvidan lo que estudian lógicas raras. 

10. Jesús. Él pudo haberme ayudado a concebir la tesis que rechazó un maestro de lógica por sus razones personales. Este maestro es muy exigente, muy estructurado. Muchos lo consideran cuadrado. Mas es de lo mejor de la facultad y de Tezonco. Te motiva a interesarte, te ayuda si no entiendes y nota cuando no pones la suficiente atención. Hace que te acuerdes de Frege y Russell para siempre. 

11. Morales. El maestro que enseñaba por discusión filosófica, no por tema. Él me enseñó la importancia de los continentales y su diálogo con los analíticos. Pero no era una enemistad, era un devenir. Apasionado, argumentaba con fuerza y si no entendía tu punto te discutía. Pero todo con razón. 

12. Xochitl. Le debo a esta maestra muchas cosas... el haber sido tolerante y el haber hablado conmigo de lo que pasaba con mi papá. Nunca me atacó por dedicarme a la filosofía analítica, como muchos de los compañeros hacen. 

13. Ezcurdia. Otra maestra con la que reprobé. Me enseñó a hablar con propiedad, a argumentar con el uso de términos y a leer muchas veces, hasta que entendiera. Otra más que me preparó para la filosofía analítica. Con Francois Recanati observamos el término archivos mentales. Siempre recordaré a Kaplan. 

14. Molina. Él es un profesor de latín y griego. Me salvó de profesores con ética reprobable, me recordó que no hay que cargar la mano a quien está peor que nosotros. Me mostró que no valía la pena fijarse en mantenidos. Y que lo mejor era que me aprendiera a amar y a aceptar. Habló conmigo como persona, no como académico. A él le debo que sepa de Adler, de van Doren, del poder de la lectura, de los Remedios del amor de Ovidio. 

15. Arroyo. Gran maestro. Simple y sencillamente, me salvó de desertar la carrera. 

Con él tuve mi primer 10. Aprendía de ciencia, de filosofía, de divulgación, de Darwin, de Llyell, de Cereijido, de lo que sería mi tesis. Con él aprendí a reevaluar las situaciones, a dejar de estar aterrada, a entender antes que renunciar a las cosas. Gran filósofo de la ciencia, gran maestro. Gran persona. 

16. Arteaga. Yo tenía un prejuicio. Y era que lo que él enseñaba no me serviría para mi área. Pero él implementó una serie de problemas y de recursos para que yo me interesara en su clase. Le debo haber leído los ensayos de Montaigne, a Lacoutour, y un poco releer a Gombrich. Siempre ha sido muy tolerante conmigo, con él he hablado y bromeado como pocas veces y hace de la filosofía moral un laberinto por el que es agradable perderse. 

17. Vargas. Él es, sin duda, mi maestro favorito. Él me salvo de algo que tanto temía: me salvó de mi misma. 

Cuando lo conocí, estaba encabronada. Era un mal día, como todos, estaba triste, frustrada, todo estaba mal. Y él, con sus palabras, su tono de voz apacible, su presencia, su conversación... me salvó. Hizo por mi lo que nadie: tomó mi dolor y lo convirtió en un plan de acción. Para que dejara de flagelarme, de necesitar, para que empezara a hacer. 

Con él conocí a Pennac y me reconcilié con Nietzsche. Con él revaloré a Nicol y reeleí a Husserl. Mis dudas las contestaba con paciencia, siempre me explicaba cosas y siempre era muy específico. Sería incapaz de faltarle al respeto, porque él nunca me haría nada. Confío mucho en su juicio, siempre me gusta hablar con él, saludarlo, me encantaría que fuera mi amigo. Y si no lo es, pues también es bueno conocerle. 

Siempre trato de llevarle regalos... no por ser una lamebotas, (no lo soy, con muchos maestros de esta lista, salvo algunas excepciones, he perdido contacto), porque cada vez que recuerdo lo que hizo por mi me doy cuenta de que tengo deudas que nunca podré pagar y que siempre estaré agradecida de que me ayudara y que hizo todo lo que estuvo en sus manos para que viera mi potencial, en vez de sentir lástima por mi misma. 

Siempre fue cálido, generoso, educado. Sabe ser un maestro y sin duda es un gran filósofo. Si es que me llega a leer, siempre recordaré que: 

...lo que uno ama, aquello para lo que ha nacido, se encuentra fácilmente: las almas emparentadas se saludan incluso desde lejos. 

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