domingo, 8 de noviembre de 2015

La venganza del televidente

Hablando de cómo pasa el tiempo y de como lo nuevo se hace viejo y el mundo que tú conocías desaparece... voy a contarles una historia. 

Hace no mucho tiempo había algo llamado televisión. En donde había pocas, pero muy dignas, opciones para pasar el tiempo y a veces divertirte. 

Lo cierto es que la televisión era inestable, y no por la modificación del aparato en sí, sino porque había intereses de personas que no la veían y que creían que la gente que lo hacía, eran imbéciles, o pobres que no merecían nada. 

Había programas de base llamados series de televisión y antes se tenían que cazar en horario y día. Y te enterabas por algo llamado diálogo. Yo veía series como Los Simpsons, Padre de Familia, Will y Grace, La Bella Susan, La niñera, Aprendiendo a vivir, Benny Hill, Monty Phyton. Incluso llegué a enterarme de La casa de los dibujos y The O. C. 

Había telenovelas ciertamente buenas, incluso emotivas... Esas eran las que tenían más estabilidad, no como las series que he mencionado. 

Había programas de divulgación, pero eran más divertidos, porque a veces se pensaba que la ciencia era una excentricidad, antes que una forma de pensar y la doctrina más aplastante de todos los tiempos (cientificismo). 

No toda la animación se hacía por computadora: había marionetas, stop motion y a veces una animación muy rústica que parecía hecha con acuarelas, pero era muy bella y te quedabas viéndola. Animación japonesa había, pero no siempre eran buenas sus historias, o eran muy rebuscadas. Tal vez no entendía su lenguaje, pero nunca me gustó salvo por excepciones como Sailor Moon y a veces, Hayao Miyazaki. 

Antes de que hubiera videos en internet, había algo llamado cable: en donde pasaban esos videos. O a veces cortaban la programación en la noche para pasar videos buenos. Yo alcancé a ver ambas opciones, en algo llamado programas de música. En donde en verdad pasaban el video y lo veías, sin tanto anuncio, sin gráficos, ni saludos ni presentadores gritones. Recuerdo que se llamaba Neon Nights y el canal que pasaba los videos era MTV. Logré verlos en casas de amigos, en hoteles en las vacaciones, o bien en casa de otros familiares.  

Los programas de comedia quizá sólo hacían reír, algunos no eran tan irreverentes, pero se agradecía mucho si te hacían descubrir algo nuevo. Había un canal, que antes de ser foro tv era el canal 4. Ahí vi las mejores series, videos y comedias de mi vida. Había una que se llamaba Mad TV, que aunque el doblaje no era bueno, por Dios que era fresca, por Dios que era buena. Era diferente 

Es por ello que la televisión parecía un romance de verano: duraba poco pero se recordaba siempre... esos recuerdos están vivos: la televisión era mi vida, mi consuelo, mi primer estímulo. La escuela, la iglesia, la familia, eso me asfixiaba. Eso no cambió con el tiempo. 

Pero entonces, esa gente mala de la que hablaba cambiaba los programas, los pasaba en un supuesto horario estelar, cambiaba todo. Cambiaba incluso las voces de los actores porque creía que no te acordarías de ellos. Quería que no recordaras nada. 

Ponía en su lugar programas y contenidos del canal, que eran a veces muy mediocres. Preferías la tele que estaba y te preguntabas cuánto duraría, cuanto estaría antes de que lo cambiaran sin avisar. Te aterraba el cambio porque la televisión era tu estabilidad, porque nada era estable, ni tu mismo. 

Los programas de videos morían, para dar paso a otros contenidos. Muchos videos eran antes de pasar un comentario sobre el artista, mejor dicho chisme, y los dejaban algunos segundos. 

Por desgracia, las caricaturas tampoco eran respetadas: se creía que eran sólo para niños y por eso se podía hacer lo que querían con ellas: Continuamente las quitaban o sólo las pasaban en el peor horario: la mañana, en donde no podías verlas y en el peor canal posible: el once. 

Nunca se corrigió eso... Sólo se fomentó con el tiempo, como si el televidente fuera un bote de basura, al que había que tratar peor que la mierda. 

Bueno, no tanto, pero casi. 

Entonces llegó algo nuevo, que como todos los adelantos tecnológicos propiciaría la poca comunicación de las personas, pero ese algo era fresco, era brillante, tenía todo. Era parecido a una televisión, pero esta la podías apagar y prender y siempre había todo, siempre te esperaba, siempre te acogía. Definitivamente, era mejor que la tele. 

Ese algo se llamaba computadora (o PC, o tablet o teléfono, pero centrémonos en la computadora). Sin importar lo que pasara: ella siempre estaba ahí. No estaba sujeta a nada, no la hacía la misma gente mala que había arruinado a la vieja y horrenda televisión. 

Entonces, de ser la caja idiota o de ser el centro de atención, la tele empezó a cambiar también, a programar mejor sus series (al menos en cable), a traer actores de cine, a inspirarse en libros, en la historia, la moda, la música y el amor por la tele misma, por el contenido mismo. 

Pero eso sólo llegaba si lo podías pagar. En los demás canales era inconcebible que te pusieras a pensar y que exigieras algo nuevo. 

Pero el televidente hizo lo propio: exigió y triunfó. Dejó de ver la televisión que le imponían e hizo lo que tenía que hacer: decidir, ver lo que quería a la hora que se le antojara. La computadora era su sierva, dispuesta a escuchar todas sus peticiones y deseos. 

Y si sabes inglés, entonces tenías el doble o triple de contenido, lo mejor de dos, de múltiples mundos, podías ver la pantalla y jugar, o hablar con otra persona, enviar correos y escribir tu tarea. La computadora lo tiene todo. 

El control remoto, ese viejo invento, ahora era el mouse o el click que hacían tus dedos en la pantalla o en el tablero. Cada caricatura, completa, sin comerciales, con sus veinte minutos que no se hacían eternos. Con un planteamiento, desarrollo y conclusión al alcance de tu mano. Podías ver dos o tres, toda la temporada en una mañana, una tarde o una noche. Armar tus propios horarios. Ver lo que había pasado hasta que a un cretino se le ocurrió cortar la serie o cambiarla de horario. Tener la temporada sin esperar meses, incluso años. 

La tele permanecía apagada: la gente veía lo que quería ver. El televidente se había vengado.

Y con razón, porque no lo trataban con respeto, porque no tenía lo que quería y ante eso reacciona como el peor de los niños y como el más cruel de los hombres. 

Pero una vez que se prendía el monitor, que apreciabas la historia, te reías, llorabas, aprendías... te reconciliabas con el niño interno. Recordabas lo que en verdad apreciabas, te sentías otra vez tu mismo y todo era mejor. No te molestaba nadie: era sólo el monitor, el programa y tu. 

Tantos años de someterte, de esperar, de llenar el vacío con otras cosas... No te obligan a ser mejor, ni a buscar estímulos diferentes. Te llevan a compensar. A llenar el vacío. A dejar de lado otras cosas para ponerte al corriente. A pensar que es mejor que sobre y no que falte, si falta viene el síndrome de abstinencia. 

La tele, es donde tienes tu primer estímulo, tu primera adicción, tu primera evasión. Los libros, las relaciones, la vida, eso viene después. Porque recuerdas lo que te quitaron, recuerdas que no lo permitirás más, que primero es que tengas lo que quieres.

Por eso me gusta sentarme, sola, cerca de las 12 de la noche, cuando nadie me molesta, cuando nadie me habla. A darle a ese niña malcriada los programas que me pide, las cosas que no pudo ver y que desea saber que pasó con la historia. Quiero darle que recordar y que pensar, que vea todo y que se entere de todo. Al calor único del monitor. 

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