martes, 25 de octubre de 2016

Los realitys y la cultura del odio

La tesis que voy a defender es obvia, pero no por ello menos importante y es: 

Los reality shows favorecen la cultura del odio, la detonan, la alimentan y se niegan a su desaparición. 

I. 

La esencia del drama es el conflicto. Ponemos como instancia a los participantes de estos realitys, los cuales, si están bien elegidos, logran crear el efecto de simpatía o antipatía. De estos, ambos elementos pueden ser exagerados como se convenga, puesto que no es una relación significativa y sólo durará lo que dure el reality. 

Hay pues una meta a la que los buenos, considerados por la audiencia, no por ser buenos en realidad; tienen que llegar, establecer alianzas o reglas para que sea el mejor resultado. Pero esto cambia si los que son considerados malos logran dos cosas: desplazar a los buenos o bien causar polémica aunque no sean los que merezcan el premio. Si es que se lo llevan, son olvidados y más despreciados. A menos que sean malos encantadores o a conciencia, como veremos más adelante. 

II. 

La cultura del odio es un término que han usado divulgadores de internet o televisión (como Chucho Calderón u Horacio Villalobos), para expresar un fenómeno de la naturaleza humana. Tenemos a un chivo expiatorio o algo que no nos parece y empezamos a burlarnos de él, a humillarlo, hasta que desaparezca. Es una forma de bullying, pero impersonal y sin consecuencias. Pero también es una válvula de escape. 

III. 

En la burla y la humillación despiadada encontramos un torcido sentido del humor que nos libera, hace que los otros se vean mal y así podemos seguir con nuestras vidas. No siempre es adictivo ni es destructivo, pero puede llegar a niveles oscuros y aterradores.

No salimos del asunto político, porque la agresión es entre personas y organismos encargados de la vida de las personas. Siempre el chivo expiatorio es una persona que participa en el reality, una celebridad que decide hacer un reality o comentarlo, o una personalidad de la política que se parece o concuerda con lo que no nos gusta del reality.

IV. 

Nuestra cultura del odio se ve potenciada con las redes sociales. Es ahí donde el comportamiento puede ser destructivo: porque no hay consecuencias y no hay un tiempo específico para esto. A cualquier hora, con cualquier nombre y con cualquier tendencia en los hashtags podemos seguir. Es algo inesperado y tengo que reconocer que es el crimen perfecto. 

Nuestra cultura del odio se esparce, somos adictos a ella y siempre lo seremos. Uno de los personajes de Black Mirror, una policía, dice que eso ha sido el problema con las redes sociales: ahora no nos podemos callar, ahora queremos explotar a todas horas, decir lo que pensamos sin temor, pero también sin ataduras y ataduras a veces, en esta cultura del odio, es decir cualquier cosa sin ningún tipo de freno. 

Es bueno expresarse, pero también es bueno entender que hay límites. Estoy de acuerdo en que con cada meme, cada frase ingeniosa o chiste de twitter, facebook o tumblr atacamos más a nuestro enemigo y nos liberamos. Pero nos volvemos esclavos de esa forma de ser, creemos que es una solución, cuando en realidad es el problema. 

V. 

Y es que el maniqueísmo, la humillación pública, el apedrear con insultos al condenado, expresa nuestra naturaleza sádica, pero también una especie de empoderamiento: la idea de que podemos ser uno imbéciles, pero a la vez, mostrar que lo que hacemos es lo correcto. O también podemos ponernos del lado del malo porque es el que nos representa y porque, al menos en él encontramos una forma de ser genuinos. Nos autoengañamos, nos quedamos con el que nos mienta a conscientemente, el que se asuma como el malo.

Ese es un paso para se una especie de terrorista: creer que lo que hacemos, aunque incorrecto, sirva para una especie de justicia poética o venganza para aquel que nos molesta o nos ha agraviado, pero sirven para que nuestra antipatía, por cosas que normalmente callamos, salga a flote. 

Epílogo

La cultura del odio se niega a desaparecer, porque no tenemos habilidades sociales, ni tenemos herramientas suficientes para la solución de conflictos, además de que sólo nos basta con hacer el mejor meme, el chiste más cruel o ácido para burlarnos de aquello que nos molesta, pero sin hacer gran cosa para que cambie. 

Ahora, pretender legislar o moderar el odio es algo por demás estúpido. Es por eso que la misma cultura del odio empezará a volverse contra sí misma. Es por ello que tiene que desligarse de la idea de un divertimento o de un escape para lo que tenemos que hacer, que es actuar como ciudadanos. 

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